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Cuando la montaña deja de ser montaña

Escalando en el pico Aspe

Por Salvador Martínez

28 de octubre de 2025 11:09 h

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Hace unos días publicamos en Campobase dos textos que nos llegaron directamente de sus autores: el manifiesto de un grupo de escaladores que pedía respeto por las vías clásicas y la respuesta del colectivo Sueño Vertical, autores de una nueva ruta en la cara norte del pico Aspe. Ambos se publicaron íntegros, sin tocar ni una coma, porque creemos que cuando se trata de ética en montaña, lo mejor es escuchar primero y opinar después.

Y ahora toca hacerlo.

Cada cierto tiempo, la historia se repite; se abre una nueva vía, se enciende el debate y volvemos a hablar de ética. Ese concepto tan repetido y tan poco asumido en la sociedad actual. Me alegra que ocurra porque eso significa que no estamos muertos, que el mundo de los likes, la foto y el vídeo motivacional no nos ha vencido; que, gracias a Dios, o al Diablo, seguimos vivos.

He leído ambas posturas con detenimiento. Por un lado, el manifiesto que denuncia la pérdida de la esencia de la escalada de aventura cuando una nueva vía “pisa al menos tres rutas ya existentes”. Por otro, la respuesta de Sueño Vertical, que defiende su derecho a abrir itinerarios más seguros, accesibles y acordes a su filosofía de reducir la exposición y permitir que más escaladores disfruten sin jugarse el tipo.

Ambas ideas son legítimas. No tengo nada contra la nueva corriente de vías equipadas, las llamadas love climbing. Al contrario, he escalado muchas, las disfruto y respeto profundamente el trabajo que hay detrás. Equipar una ruta no es darle al taladro y ponerse a hacer agujeros; es esfuerzo, logística, dinero y, sobre todo, ilusión por compartir la montaña con otros. Y esa filosofía cercana, inclusiva y abierta me parece valiosa.

Pero ese esfuerzo no puede ser excusa ni coartada para sobreponer nuevas rutas sobre las que ya existían. Esa es la línea roja que no se debe cruzar. Porque alguien pasó por ahí antes. Trazó una idea, abrió un camino, dejó un pedazo de historia. Y, aunque esa vía se repita poco, aunque se haya abierto en invierno o con clavos oxidados, aunque figure en dos croquis perdidos y olvidados por algunos, es historia viva y patrimonio de todos. Y eso importa. Mucho.

Ignorarla es borrar una página del libro común que llevamos escribiendo entre todos. Equipar no es un problema. El problema es hacerlo sin mirar atrás.

Y en este caso, cuando una parte del colectivo señala que hay coincidencias con itinerarios previos y la otra responde que “esas vías son itinerarios de invierno, abiertos hace varias décadas, de los que no hay croquis detallado y que no se encuentra información porque es probable que no se hayan repetido”, el dilema ya no es técnico sino ético. Y la ética no se mide en metros, ni en chapas, ni en el número de repeticiones. Se mide con el respeto.

La montaña no es un tablero de obra nueva. Es un territorio con memoria. Convertirla en un lugar donde cada generación elimina la huella de la anterior sería el camino más rápido para vaciarla de sentido.

No se trata de prohibir, ni de volver a un pasado romántico. Se trata de recordar que la libertad de abrir una vía no incluye la de ignorar las que ya estaban. La montaña no puede ser un parque temático donde todo vale, donde la novedad justifica el descuido y donde el objetivo sea multiplicar itinerarios, aunque eso signifique vaciarlos de sentido.

Podemos modernizar, reequipar, reinterpretar... pero sin olvidar el respeto por quienes abrieron camino antes que nosotros. No se trata de prohibir, sino de recordar que la libertad en la montaña no significa impunidad.

No crea el lector que soy uno de esos que quieren la montaña para uno mismo, donde si no tienes el grado o el nivel técnico que marco desde la atalaya de mi soberbia considero que no deberías estar ahí. Los años invertidos en esta actividad me han hecho vislumbrar que hay sitios por los que yo subo en zapatillas y otros con cuerda y a largos; y donde yo voy a punto del infarto metiendo un seguro a cada metro, hay quien va casi andando a cuarenta pulsaciones riéndose de mi cobardía.

Pero desde aquí, y sin sentar cátedra ni tratar de ser el faro de nadie, creo profundamente que la montaña tiene que seguir siendo un lugar de encuentro, de diversidad, de visiones distintas. Pero también, un espacio donde el respeto pese más que el ego. Porque si aceptamos eso, si todo vale en nombre del “progreso” o de la “comodidad”, la montaña acabará siendo un bonito rocódromo con muchas chapas y poca historia.

La convivencia entre estilos es posible. Claro que sí, pero se necesita un debate moral más allá del debate técnico. Me quedo con una idea clara: “en montaña, la ética no es una moda ni una opinión. Es una responsabilidad”.

Y si dejamos de discutir sobre ética, será porque ya nos habremos rendido al espectáculo.

Por Salvador Martínez / Director de la revista Campobase

Este texto expresa la opinión personal de su autor y no necesariamente la posición editorial de Campobase.

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