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Esprintando el Eiger

Ueli Steck

TEXTO: Ueli Steck FOTOS: Daniel Mader

En 1936, las autoridades suizas 'cerraron' la Norte del Eiger para evitar nuevas tragedias. Dos años después, Heckmair, Vörg, Harrer y Kasparek se adjudicaron su primera ascensión, justo cuando parecía imposible lograr tal proeza. Ueli Steck acaba de escalar la mítica vía original en 3 horas y 54 minutos, en solitario y sin apenas autoasegurarse. ¿Banalización de una gran clásica o gran gesto de alpinista del siglo XXI? Él mismo se explica.

Fue en diciembre de 2004 cuando escalé por primera vez la Cara Norte del Eiger en solitario, y toda la travesía fue filmada y fotografiada. Me llevó diez horas alcanzar la cima. A partir de ese instante, la vía Heckmair no dejó de rondarme la cabeza.

¿Cómo fue alguien capaz de escalar esta vía en tan solo cuatro horas y treinta minutos?

Christoph Hainz lo hizo. Ascendió en este tiempo los 1.800 metros de altura de la vía.

Desde 2003, he vuelto en repetidas ocasiones a la Cara Norte del Eiger y no he dejado de pensar en la posibilidad de llevar a cabo este peculiar proyecto. Creo que lo único que precisaba para lograrlo eran buenas y estables condiciones atmosféricas.

17 y 18 de febrero de 2007

Completo la vía Heckmair junto a Nicole, mi novia. Le había prometido hacía ya mucho tiempo que escalaríamos ésta clásica del Eiger. Fue una experiencia inigualable para ella. Disfrutamos de una escalada muy satisfactoria, y el tiempo acompañó la ascensión en todo momento. Pasamos la primera noche en el Vivac de la Muerte, dentro de nuestros sacos “fantasma”. Debo admitir que el nombre del vivac no es que digamos…romántico, más teniendo en cuenta que estaba escalando junto a mi novia. Sin embargo, es posiblemente el mejor lugar donde pasar la noche, y además se encuentra, aproximadamente, a medio camino de la cima, casi en el ecuador de la pared. Alcanzamos la cima a las 3:30 p.m. del día siguiente.

Cuando regresábamos, caí en la cuenta de que estas eran exactamente las condiciones meteorológicas que había estado esperando durante años. La idea merodeaba por mi cabeza desde hacía tiempo, y la posibilidad de lanzarme a por el récord de velocidad en la Norte del Eiger comenzaba a tomar forma, repentinamente se antojaba como algo muy real.

Pensé que finalmente sería posible romper el récord de Christoph Hainz de cuatro horas y treinta minutos.

21 de febrero de 2007

Llevaba seis meses entrenando muy fuerte de cara a mi próximo proyecto, el cual tenía previsto comenzar en marzo. Viajaría hasta el Himalaya para escalar en solitario la Cara Sur del Annapurna. Mi objetivo no era otro que finalizar la vía que en 1992 los franceses Pierre Béghin y Jean Christophe Lafaille no pudieron completar.

Después de descansar durante dos días – el tiempo seguía siendo maravilloso y las temperaturas mucho más suaves que de costumbre – me subí al tren que partía rumbo a la estación Eigerglacier. Es un trayecto increíble. A las 7:25 am ya me encontraba a los pies de la Cara Norte del Eiger, sabiendo que estaría de regreso a la hora de la cena.

Descansé un poco junto a la famosa lápida de dos escaladores italianos fallecidos en esta montaña. Me concentré y puse en marcha el cronómetro de mi reloj. Mis pulsaciones alcanzaron las 180 por minuto en poco tiempo. Los primeros 500 metros fueron más o menos todos de nieve con una inclinación de entre 45 y 60 grados, y algunos pequeños largos mixtos. Cuando llevaba tan solo 10 minutos, me encontré un crampón abandonado en la nieve. Era un crampón prácticamente nuevo. Sabía que alguien lo había perdido recientemente, así que me lo enganché al arnés. Un par de minutos más tarde tropecé con una pareja de escaladores ingleses que dormía. Una fugaz mirada a mi reloj me reveló que ya llevaba 16 minutos desde que había comenzado mi carrera contra el crono. Devolví el crampón a la cordada inglesa y me disculpé por la prisa que llevaba, alegando que debía estar de vuelta en el pueblo por la tarde…Pensaron que les estaba vacilando.

La escalada fue bastante sencilla hasta la Fisura Difícil. Sin embargo, la clave de la ascensión fue sin duda alguna el nuevo sistema de aseguramiento que usé. Escalé hasta el tercer pitón; donde pasé la cuerda por el pitón. Ya había hecho anteriormente un lazo de unos 15 metros aproximadamente que me serviría como elemento de seguridad en caso de que sufriera un accidente grave: lo cierto es que si perdía el equilibrio y caía, me podría precipitar 30 metros…

La escalada iba a la perfección. Estaba totalmente inmerso en el proyecto y muy concentrado en cada paso que daba. Me di cuenta que había escalado dos largos de roca en tan solo 7 minutos. Así, finalmente, alcancé la parte más exigente y dura que me depositaba en La Rampa. Un rápido vistazo al reloj: 1 hora y 46 minutos. Había alcanzado el lugar donde generalmente se hace vivac, y donde tan solo tres días antes había pasado la noche junto a mi novia. Bebí algo de agua, comí una barra energética y ya estaba de nuevo en marcha. En La Rampa me topé con el segundo paso clave de la vía, en mi opinión. Seguía con el mismo sistema de aseguramiento que había estado utilizando durante toda la ascensión, y lo cierto, es que me sentía muy cómodo con él, como si lo hubiese utilizado toda mi vida. Estaba preparado para cualquier tipo de eventualidad, pero me llevó solo unos minutos acabar la ‘chimenea de la cascada’… Solté la cuerda y continué escalando sin cuerda dejando 30 metros colgando detrás mía. La Travesía de los Dioses fue como lo había sido tres días antes: un paseo.

Al llegar a la fisura de salida tuve que asegurarme unos 15 metros nuevamente. Sin embargo, mi sistema de aseguramiento en caso de accidentes era muy efectivo. Una vez llegué a la antecima y después de alcanzar la arista a la cima, me apresuré y avancé tan rápido como pude. No volví a mirar el cronómetro una vez abandoné el Vivac de la Muerte. Alcancé la cima y mi primera reacción fue parar el cronómetro. No obstante, me llevó unos instantes poder comprobar el tiempo que me había llevado la ascensión. Cuando finalmente visualicé el tiempo, casi no podía creerlo: 3 horas, 54 minutos y unos pocos segundos. Lo logré. Un sueño hecho realidad.

Después de un breve descanso por fin llegué al Eigerglacier una hora más tarde. El descenso hasta la estación de tren de Eigerglacier consistió básicamente en una bajada deslizándome sobre mi espalda.

Aún así tuve tiempo suficiente para ir al gimnasio y hacer algo de búlder por la tarde…

Reportaje publicado en el número 39 de Campobase (Mayo 2007).

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