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Los antifaces de la ONCE para la empatía

Una de las mujeres participantes en el circuito de movilidad. | SARA AJA

Sara Aja

Desde que nacemos, comenzamos a entender el mundo que nos rodea a través de la mirada. A través de la vista conocemos, interactuamos y nos expresamos. No tener la capacidad de ver es enfrentarse constantemente al miedo más humano y lógico: el miedo a lo desconocido. La sociedad trabaja cada vez más en adaptarse a estas personas, en lugar de esperar a que sean ellas quienes se amolden a sus circunstancias.

La ONCE lleva casi 80 años haciéndoles de guía, proporcionándoles recursos para comprender y conciliar sus incertidumbres diarias. Esta semana la organización celebra unas jornadas cuyo objetivo es dar a conocer su labor social a nivel nacional.

En Cantabria, una de las actividades que la ONCE propone es un circuito de movilidad, donde el participante se enfunda en un antifaz que impide su visión, de manera que aprende desde su propia experiencia los problemas a los que se enfrentan las personas invidentes y, desde la empatía, cómo ofrecerles ayuda. En Santander, la organización ofrece sus servicios a casi 1.000 invidentes, o personas cuyo porcentaje de visión es reducido.

La experiencia

En la entrada de la sede de la ONCE de Santander, Gerardo Pastor y Luz Bordas, técnicos en habilitación y rehabilitación, reciben a los interesados en participar en el circuito. Desde la amabilidad y la cercanía, explican que el objetivo de la prueba es la formación de guías callejeros.

Ponerse en la piel de quien no puede ver da la perspectiva necesaria para asentar todos aquellos errores que, a pesar de nacer de la mejor intención, los videntes seguimos cometiendo cuando tratamos con personas invidentes.

Las explicaciones no se alargan demasiado. El participante se despide de su visión durante 30 minutos, se coloca el antifaz, y Pastor le muestra cómo coger correctamente a un invidente: “Crea una pinza con tu mano, con los cuatro dedos y el pulgar. La pinza ha de agarrar el brazo del guía por encima de su codo, formando un ángulo de 90 grados”, explica.

La única conexión del usuario con el mundo es el brazo de Pastor y su voz, que comienza a explicar las pautas básicas: “Caminar por delante del invidente, para advertirle sobre los obstáculos y nunca adelantarse a su paso, respetar su ritmo”. Tras un paseo breve por el hall de la sede santanderina, que pretende hacer al usuario a su nueva condición, la experiencia se traslada a la vía pública.

El murmullo de los viandantes, sus pasos, la lluvia, el ruido de los motores de los coches, el viento, el sonido de dispositivos móviles… junto con las distintas texturas del suelo, que pasan desapercibidas ante los ojos 'sanos', se convierten ahora en el ambiente del usuario. En esta atmósfera creada para la empatía, únicamente la cálida voz de Pastor da seguridad.

“Bordillo, adelanta la punta de tu pie…”, y así, el participante va tomando conciencia del problema que supone caminar en el centro de la capital cántabra solo con oído, olor y tacto. Aunque el tono del guía sea amable y tranquilo, hay momentos en los que es inevitable sentir angustia. Desconocer tu posición, tu camino y tu alrededor. El miedo a lo desconocido es el que causa del temblor de piernas bajando una escalera o tomando una esquina.

Pastor muestra cómo atravesar zonas estrechas, como una puerta o un ascensor: “Hacemos un ademán con el brazo hacia atrás, de manera que el invidente se coloque detrás y crucéis en fila india”, señala mientras hace hincapié en el detalle de la voz del ascensor que en todo momento ubica a quien lo usa.

Según explica, es importante tener en cuenta la anchura del tándem entre el invidente y el guía, pues ahora el guía no va solo, no se trata de él y de su comodidad. Otros aspectos importantes son el orden y la independencia. Si el invidente deja un objeto en un sitio, no se debe cambiar de lugar, la posición de sus pertenencias es indispensable para su certidumbre y para que se sienta independiente y autónomo.

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