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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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Cómo acabar con el odio

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Nos han quitado a Trump, que se irá haciendo ruido y dando un portazo, pero más de 70 millones de personas en Estados Unidos querían que siguiera gobernando un racista simpatizante del Klan, un xenófobo que quería construir un muro en la frontera, que ha metido a inmigrantes en jaulas y pretendía echar a muchos que llevan años trabajando en el país. Más de 70 millones han votado por un negacionista del cambio climático, un empresario evasor de impuestos, un mentiroso compulsivo, un ensayo de tirano que ha puesto del revés la democracia, ha partido el país en dos y ha enfrentado a blancos supremacistas contra los negros, a la masa contra los periodistas, las feministas o los progresistas. 

Más de 70 millones de personas de la primera potencia mundial han apostado por un sistema más autoritario que democrático, aún más neoliberal y salvaje, más virulento con el otro, más destructivo con el planeta, más violento en las calles, más crispado en las redes, más agresivo contra la libertad de prensa, más insolidario, individualista y hostil. Pero el error es pensar que todos los que le votan son como Trump. Él no es más que el oportunista que aprovecha el fallo del sistema como han hecho antes todos los totalitarismos, fascismos y demagogos. 

El error es pensar que el mundo está lleno de fascistas. El mundo está lleno de personas que recurren al odio porque se sienten amenazados. La democracia los ha abandonado y se rebelan contra el sistema que les ha fallado. Una democracia y una sociedad secuestradas por los intereses económicos son pasto de los salvapatrias más peligrosos. Un sistema más justo, igualitario e integrador produce sociedades que también lo son. 

Hay quien se pregunta en España por qué miramos tanto a Estados Unidos. La respuesta es sencilla. Como máxima potencia colonial, lo que ocurre allí, tiene consecuencias aquí. Sus políticas nos afectan, su ejemplo marca tendencia, lo que impone el imperio, se acaba imponiendo. Trump fue el epicentro de la internacional ultraderechista de la que Vox es un cachorro. Esta semana se cumple un año desde que los ultras ganaron 52 diputados en el Congreso. Los de Abascal han recibido el asesoramiento del ideólogo trumpista, Steve Bannon. Sus consejos han funcionado porque el escenario de desintegración social provocado por las crisis financieras es propicio. Como en EEUU, nos equivocamos si pensamos que todos sus votantes son fachas, hay muchos desencantados y hartos.

La respuesta a este revival del fascismo y sus derivados no es despreciar a quienes acaban abrazándolo sino dar solución a los problemas materiales de conflictividad y precariedad que produce el capitalismo. Las izquierdas tienen la obligación de construir una sociedad más plural e igualitaria que destierre el discurso del odio y ofrezca mejores relatos. Rescatar a las clases más desfavorecidas, atender a las necesidades de la clase trabajadora, redistribuir la riqueza y hacer pedagogía sobre los valores democráticos frente a la intolerancia.   

La inmigración, piedra de toque de la ultraderecha, es un campo donde ganar la batalla cultural contra el retroceso. Hay que integrar a los migrantes al mismo tiempo que explicar que son esenciales para economías de países envejecidos como el nuestro. Un gobierno de izquierda no puede permitir que un millar de migrantes llegados a Canarias estos días no estén recibiendo el amparo legal que la legislación internacional les reconoce. No puede ser que se les culpe a ellos de todos los problemas de okupación y delincuencia, mientras se les trata como esclavos en el campo. No puede ser que nos estemos gastando mucho más en control migratorio que en integración de los migrantes, que se estén enriqueciendo con su pobreza grandes empresas como Repsol, ACS, Telefónica, El Corte Inglés o Ferrovial, en lugar de invertir el dinero en políticas de acogida que reviertan en paz social y bien común. 

Hemos normalizado la barbarie y sinrazón porque la costumbre adormece, pero de ellas nacen los Trump y Abascal de turno. Trump se va, pero el problema permanece. Volveríamos a cometer el mismo error que hemos cometido con él o con Vox, si damos la batalla por ganada y la democracia por supuesto. La democracia se construye día a día y está en serios aprietos. Por eso hay que defenderla más que nunca haciendo valer sus valores y sus virtudes. La respuesta a Trump no es Biden. Son el feminismo, la integración, la igualdad, los movimientos sociales progresistas que despiertan ahora que le vemos las orejas al lobo. Al neoliberalismo no se le discute, se le combate. La respuesta a la extrema derecha es la democracia y la democracia somos todos. Todos los que creemos en ella.

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