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La semana pasada, un tal Enrique Belda en una columna de opinión en el Diario La Tribuna venía a decir que no tenía sentido pedir que España se transformara en una república porque en lo básico ya lo era. Fundamentaba su opinión en el tan manido “el rey reina, pero no gobierna”, y en que la estructura del estado y el sistema político que gozamos eran esencialmente de naturaleza republicana. Añadía además que los países más modernos y con mayor calidad de vida de la UE eran monarquías parlamentarias, y en un alarde de sapiencia coronaba su texto preguntándonos que si a caso no sabíamos que en países tan respetables como Canadá o Australia, la reina Isabel II de Inglaterra seguía ejerciendo como graciosa majestad?
Bueno, yo si lo sabía; de hecho creo que es, al menos desde un punto de vista simbólico, reina de todos los países de la Commonwealth. ¿Y qué significa Commonwealth en inglés? Riqueza o bien común, o sea, que es un equivalente del termino latino “res publica”... Me encantan las ironías del destino y el lenguaje.
Estando de acuerdo con el señor Belda en algunas cosas de su escrito, si que me gustaría puntualizar determinados aspectos, porque da la sensación de que nos quiere tomar por niños de pecho y estoy seguro de que no era esa su intención real...o verdadera, como él prefiera.
Decir que no merece cambiar esta monarquía parlamentearia porque vivimos casi en una república dado que el rey no ejerce el gobierno me genera varias reacciones:
1-Es un flaco favor a la reputación de las monarquías. Está feo acusar al rey de florero, porque es como negar su valía y función, ¡o peor!, reconocer que de lo que vale es...pues eso, de florero. Un florero caro, ciertamente, pero florero al fin y al cabo. Tal conclusión es una peligrosa fábrica de republicanos porque podría contaminar a cualquier españolito con la idea de que “si el rey pinta tan poco y esto es en realidad una república camuflada tras un monarca y una corona, ¿para qué queremos entonces a un Juan Carlos I o a un Felipe VI?”.
2-Es evidente que el rey no gobierna directamente, ¡faltaría mas!; afortunadamente ya no estamos en tiempos del absolutismo, ni siquiera de la ilustración; en cualquier caso el abuelo del actual Rey, Alfonso XIII, si que mandaba, y mucho, y acabó con los último retazos del sistema Canovista animando y apoyando a Primo de Rivera en un golpe de estado que llevó al Borbón a ser el monarca de aquella dictadura. De aquello aún no han pasado ni cien años.
3-Es falso que el rey no mande nada, pues lo constitución le otorga funciones como Jefe de Estado que es. Para empezar en el presupuesto de su casa manda él, y de momento no lo fiscaliza nadie; que yo sepa sanciona y firma leyes y reales decretos; todo el mundo reconoce su papel de “embajador de excepción” que consigue inversiones millonarias para nuestro país en sus visitas y viajes oficiales de estado. ¡Ah!, y es la cabeza del ejército...como si tal cosa en este país importase un pimiento.
4- Si no pintase nada no habría podido “traernos la democracia”, como afirma tierna y agradecida tanta gente; si no pintase nada, ¿cómo habría parado él solo el golpe de estado del 81, tal como describe la historiografía oficial que ensalza su heroicidad?, ¿podría haber hecho algo -tanto en contra del golpe como a favor de su promoción- de no haber sido rey de España y capitán general de los ejércitos? ¿Y si no pinta nada por qué está aforado y se le considera irresponsable?
En fin, algo de poder -digo yo- tiene el rey; es cierto que no goza de las atribuciones del Sultán de Bruney, del rey de Arabia Saudí o del Príncipe de Qatar, pero tampoco es un soberano de adorno de la “commonwealt”. Es el rey de España; la reina Inglaterra es soberana de Gran Bretaña pero, salvo el papel honorífico, no es nadie en Canadá, no toma decisiones en, por o para el Canadá, ni el Canadá toma decisiones que afecten a Isabel II. Si fuera así, si el rey de España tan sólo encarnara un símbolo, un adorno de oropeles perteneciente a otros tiempos, el habitante de una casa de Disney de tramoya sin importancia alguna salvo el glamour y lo exótico de su propia existencia, tal vez el Congreso de los Diputados no tendría que haberse reunido y votado todo el asunto de la sucesión y sólo los románticos andarían por ahí con banderas tricolores.