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Pero no vale la pena mirar atrás. Se echaron los polvos y aquí están los lodos. Y ahora es cuando el PP, que prendió la cerilla sobre la lata de gasolina, teniendo la posibilidad de intervenir y de buscar salidas para ahogar el fuego, se queda estratégicamente inmóvil acogiéndose a la legalidad más exquisita y espera que una providencial llovizna apague el incendio y disuelva la mala baba que lo genera. El PSOE lo apoya. En el otro lado, los partidos catalanes partidarios de la consulta soberanista no han conseguido que el gobierno cambie la estrategia de responder al problema exclusivamente con lo que dice la letra de la ley, pero precisamente gracias a esa negativa si han logrado echar a su vez algo más de gasolina a la hoguera y hacer crecer el afán y el número de independentistas como nunca en la historia.
Y llegado este momento del partido, cuando falta poco tiempo para lo que sea y los ánimos están más caldeados que nunca, las instituciones catalanas siguen adelante a través de una trocha peligrosísima, Mas firma la Ley de Consultas, y desde toda España -incluidas aquellas voces que desde el principio pidieron que se escuchase a los catalanes y se buscase una solución- se insta al presidente de la Generalitat a que pare de una vez este asunto porque ya ha ido demasiado lejos. ¿Y eso cómo se hace?, ¿cómo se para ese tren ahora? Es cierto, CiU y ERC lo pusieron en marcha, pero tenían apoyo popular que ha ido creciendo según se iban adentrando en el berenjenal, un berenjenal que ni el caso Pujol ha desenmarañado. Insisto, ¿cómo se para eso? Thelma y Louise no lo sabían, y por eso pasó lo que pasó en la peli.
No pretendo frivolizar con este asunto, nada más lejos de mi intención, pero si que me atrevo a afirmar que cuanto más tiempo pasa y más se enconan las posiciones, más caras y dolorosas resultan las soluciones...si es que las hay. Me atrevo a afirmar también que si el gobierno, desde el instante en que se planteó el problema y con el respaldo numérico de catalanes/as que el asunto tenía, hubiese buscado una salida razonable, tal como los británicos se plantearon el tema de Escocia, es más que posible que una mayoría amplia de ciudadanos de Cataluña hubieran apostado por mantener la unidad de España; hoy ya no contemplo esa opción.
Puede que el 9 de noviembre no haya referéndum en Cataluña, y que para ellos se imponga la lógica constitucional -legal, legítima, pero incapaz de dar solución a un problema real-, que Mas tire la toalla y que los catalanes se queden, como en otras ocasiones, con un palmo de narices, con una frustración eterna y reacios, tal vez incapaces, a la hora de intentar buscar una solución alternativa que no sea la independencia, de espaldas definitivamente al resto de España y mascando un odio amargo hacia todo lo que esa palabra significa. Puede también que el llamamiento de ERC hacia la desobediencia civil cale en una mayoría suficiente, comiencen los problemas reales y el camino posterior -el de suspender la autonomía y sacar al ejército a la calle, que es en definitiva lo que los de Esquerra buscan- se abra. Y si se abre y también se ataja mal, casi que preferiría ir en el asiento de atrás con Thelma y Louise.