Vamos al grano, que el tiempo presiona y los deberes que nos quedan por hacer son enormes. Esta es nuestra fotografía de la economía catalana, hoy.
Lo que tenemos como estructura productiva es muy importante. Tenemos un volumen de producción que se mantiene por encima de los 200.000 millones de euros anuales, con una estructura sectorial diversa y especializada, donde diferentes actividades industriales importantes a nivel internacional (automoción, química, farmacia, electrónica, tecnología, agroalimentario, etc.) siguen manteniendo en conjunto un peso superior al 20% de la producción, para seguir siendo una de las mayores regiones industriales de Europa. Tenemos una estructura productiva razonablemente competitiva, donde las exportaciones no paran de crecer: actualmente ya se vende en el mercado exterior más del 25% de lo que producimos. También tenemos un mercado de trabajo con muchas dificultades, pero que se mantiene cerca de los 3 millones de puestos de trabajo, y que por tanto constituye también un potencial apreciable como consumidor.
Tenemos, en general, una cultura empresarial y una cultura del trabajo arraigadas, y un buen nivel de cualificación profesional, muchas veces más apreciado fuera que aquí. Tenemos un sector público y para-público importante como agente económico, bastante desarrollado en términos cuantitativos y cualitativos, y que ofrece en conjunto servicios de calidad. Y tenemos un tejido social responsable y sensible, solidario, consciente. Tenemos infraestructuras estratégicas de calidad con excedentes de capacidad (puerto, aeropuerto, Feria, dotación hotelera, etc.) Y una posición geográfica que muchos territorios quisieran (cruce del Mediterráneo, Europa, Oriente Próximo, África, ...), aparte de una imagen de marca (sobre todo gracias a la ciudad de Barcelona) que está consiguiendo el milagro de mantenerse al margen de la crisis económica. Todo ello se debe mantener, es imprescindible continuar apoyando estas fortalezas pero no será un freno a nuestro desarrollo. Pero esta es la parte sencilla.
La parte más complicada es reducir y eliminar progresivamente lo que sobra en nuestra estructura socioeconómica, aquellos elementos que quedan, que contrarrestan todo lo que hacemos bien. En primer lugar, hay que erradicar los malos hábitos que se adquirieron durante las épocas de vacas gordas económicas y crecimiento desordenado (o que, como mínimo, esta etapa potenciaron): el sacrificio de la calidad, la corrupción política y empresarial, la desatención al mercado y al cliente, el descrédito de la formación, la inmediatez y el desorden. Sin este primer reset no vamos a ninguna parte, seguiríamos siendo una economía y una sociedad enferma. En segundo lugar, hay que hacer un esfuerzo colectivo, empresarial y social, para dejar de quejarnos, de pensar que el único objetivo del mundo es hacernos la puñeta. No somos especialmente víctimas de nada, no tenemos más motivos para quejarse de que un andaluz, un californiano, o un ruso. Y finalmente, los dos aspectos anteriores y por algunos otros más, hay que dejar de vivir en el pasado y empezar a vivir en el futuro. El exceso de confianza y la autocomplacencia son malos consejeros, y ahora mismo, Cataluña no es un motor de Europa, y si quiere serlo tendrá que luchar mucho, con competidores que tienen muchas ganas de poder serlo, y están dispuestos a trabajar muy duro para conseguirlo.
Y finalmente, para potenciar todos nuestros activos, hay complementarlos con aspectos que permitan lograr la transición hacia la estructura productiva que pueda competir con garantías en la economía globalizada del siglo XXI. Necesitamos, ante todo, un nuevo motor económico, un sector o grupo de sectores de actividad que permitan volver a crear puestos de trabajo y reducir los insostenibles niveles de desempleo, actuando como la locomotora que el sector de la construcción había sido antes de la crisis. Necesitamos también definir un modelo energético claro, sobre todo porque somos una economía muy dependiente y con elevadas necesidades de energía. Este, de hecho, podría ser un sector motor en el futuro, pero en todo caso hay que definir una estrategia clara y mantenerla a medio y largo plazo.
Necesitamos también desarrollar estructuras adecuadas, públicas y privadas, para la innovación entre de una vez en la cadena de valor. Necesitamos que las empresas, sobre todo las pymes, tengan que dedicar muchas menos horas a la Administración, con un coste mucho menor, y que cuando se dirijan para pedir apoyo encuentren ayuda real y efectiva, servicios excelentes que les hagan volver , que les ayuden a resolver las cuestiones que son realmente importantes para ellas ahora mismo: mercados, mercados, y mercados. Necesitamos un entorno político e institucional estable, que ofrezca garantías tanto a las empresas que quieran llegar a Cataluña, como aquellas que tienen que convivir con las incertidumbres, los continuos cambios y contradicciones en las políticas públicas. Y necesitamos empresas responsables, comprometidas con algo más que su cuenta de resultados o con el cumplimiento estricto de la ley. Paralelamente, necesitamos un sistema financiero que vuelva a ser un apoyo a la economía productiva, no una carga como ha sido en los últimos 4 años; ya es hora de que los bancos vuelvan a las empresas y la ciudadanía todo lo que les hemos dado. Necesitamos, finalmente, ser mucho más permeables a nuestro entorno, volver a empezar, abrirnos al exterior (empezando por hablar idiomas), no dar nada por hecho, mejorar día a día.
Viejas ideas, nuevos tiempos. Parece mentira que a lo largo de este artículo no hayamos expuesto ni una sola idea nueva, pero que ninguna de estas cuestiones esté resuelta. Son muy difíciles. Las estrategias están definidas prácticamente a todos los niveles públicos para abordar los objetivos (en los organismos multilaterales, en los gobiernos de los Estados, en la Unión Europea, etc.). Posiblemente, falta sólo que se hagan algunos avances reales y consigan resultados, aunque sean modestos, para que todas estas estrategias ganen credibilidad y se encomienden a las empresas y la ciudadanía. O al revés, que haya un movimiento desde abajo que obligue a los gobiernos a actuar seriamente en relación a estos retos. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?
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