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Sergio Rossi: “Soy uno más de los que se van para no ver cómo esto se hunde”

Abril de 2000. La proa del rompehielos oceanográfico alemán Polarstern penetra en la banquisa antàrtica en el Mar de Weddell./Sergio Rossi

Toni Polo

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Sergio Rossi (Barcelona, 1969) es biólogo marino. En febrero de 2000 se embarcó en una campaña en el rompehielos oceanográfico más potente del mundo, el alemán Polarstern, rumbo a la Antártida. En 2003 repitió la experiencia y hace dos años viajó al continente blanco una tercera vez. De esos tres viajes da ahora cuenta en el libro Un viaje a la Antártida. Un científico en el continente olvidado (Tusquets), una narración que desvela la indignación del autor. Una indignación más que justificada sea en el terreno ecológico que, cómo no, en el socioeconómico.

Explica, de una manera amena y cercana, por qué interesa el continente blanco para la investigación, pone los puntos sobre las íes en cuestiones poco claras como las riquezas que atesora el polo sur y los gravísimos riesgos que corre, aporta datos curiosos como el número de turistas que pagan por ir a la Antártida y relata su experiencia como científico y como persona en unos viajes fascinantes en todos los sentidos. Entre el primero y el último han pasado 11 años, en los que la ciencia española ha pasado de estar en el buen camino, siendo puntera en muchos aspectos, a ser un lastre para la economía del país. Presuntamente, claro. Rossi, catalán de ascendencia italiana, lo tiene clarísimo: “Me voy a México”, dice, casi proclama. “Soy uno más de los que han decidido no quedarse para ver como esto se hunde”.

Una de las primeras respuestas que da Rossi es a la manida pregunta: ¿por qué la Antártida?. “Es el último bastión virgen del planeta, la única zona emergida en la que la huella humana todavía no está presente de forma escandalosa (y perniciosa) y necesitamos entender cómo funciona para poder comprender cómo nos afecta. Y, sobre todo, tenemos que impedir que se cometan las barbaridades que ya estamos perpetrando en el resto del planeta”.

Por otro lado, la Antártida es un termostato terrestre: “Lo que ocurra allí, a pesar de su aparente aislamiento, nos afectará a todos. Allí se forma gran parte del agua fría que se redistribuye por el planeta, captando o liberando calor. Por otro lado, la mayor parte del hielo continental (que es el que hace que más suba el nivel del mar) está en la Antártida, por lo que hay que evitar que se acelere su deshielo”.

Un laboratorio virgen

La investigación tiene, por lo tanto, un laboratorio casi inmaculado bajo los hielos antártico. Sin embargo, esas capas, muchas de las cuales (de momento) son infranqueables, esconden una cantidad de recursos muy tentadora. “No creo que tardemos mucho en girar la cara hacia sus riquezas”, comenta, no sé bien si apesadumbrado o indignado. “Pueden pasar dos cosas: que nos concienciemos y enderecemos este entuerto general que significa el cambio climático y global, del que la Antártida es una pieza clave; o que nos siga resultando indiferente y nos encontremos con un panorama que nos fuerce a enderezar el mismo entuerto dentro de unas décadas (quizás dos o tres, no mucho más), pero ya muy tarde para según qué cosas. Veo poco probable el primer punto, porque la sociedad está muy alejada de la realidad, del mecanismo natural de las cosas. Al final lo haremos todo a la fuerza, mal y en el último momento, para variar. Nos creemos inmunes gracias a nuestra organización, productividad y tecnología. No entendemos que somos una pieza más de la naturaleza, y que si no paramos de consumirla aceleradamente, nos dará una patada en el trasero sin inmutarse”.

Rossi encuentra consuelo en esta especie de carrera contra natura. No lo llamaría optimismo. Tal vez, resignación... Porque no, no conseguiremos cargarnos la Antártida: “A la Antártida no le pasará nada. En el Eoceno (periodo terciario) una gran parte del casquete polar antártico se deshizo porque el CO2 llegó a más de 1.000 partes por millón en poco más de cien mil años. Nosotros lo estamos consiguiendo en pocas décadas. Se fundió ese hielo, subió el nivel del mar y la vida continuó... Se adaptó. El problema seremos nosotros, lo seres humanos: ¿podremos adaptarnos tan rápido a este cambio que ya es una realidad?”

Fuga de cerebros

El cambio (¿inexorable?) del que habla lo conoce bien el científico. Ha vivido los (recientes) años en que la ciencia española ha disfrutado de un cierto (y merecido) prestigio. Un prestigio que ha llevado al Institut de Ciències del Mar de Barcelona, donde trabajó muchos años, a embarcarse a estas costosas expediciones antárticas. España sigue teniendo una base permanente, la Juan Carlos I, pero las cosas han cambiado. Sergio lo lamenta, impotente: “Desde 2009, primero de forma tímida, después de forma salvaje, los recortes han acabado con una infinidad de proyectos”, cuenta, recordando que de los proyectos del ámbito de las ciencias naturales presentados en 2011 para desarrollarse en 2012 no se concedieron ni un 25% de ellos, cuando lo normal era un 75%.

“Todavía recuerdo en el 2011, cuando estaba claro que el PP iba a ganar las elecciones, que un colega (sin mucha visión de futuro, por cierto) dijo que la ciencia no la iban a tocar... Ahora estamos esperando que salga el siguiente Plan Nacional (pendiente desde diciembre), que nos aclaren qué va a pasar con las plazas prometidas a los investigadores Ramón y Cajal, que digan a las claras que en este país la ciencia no es un pilar de futuro para su productividad...”

Este inquieto investigador y divulgador del mar no se rinde. Se va, es cierto, pero con la idea de regresar. “Me voy a Cancún, al Instituto de Ciencas del Mar y Limnología de la Universidad Nacional Autónoma de México. El proyecto es europeo (un contrato Marie Curie) de tres años, dos allí y uno aquí. Soy uno más que ha decidido no quedarse para ver cómo esto se hunde...”

Quizá lo que más llama la atención es un cierto sentimiento de solidaridad del mundo científico ante la situación que vive el secor en España. “El concepto que tenían de nosotros lo alemanes, por ejemplo, a los que conozco bien por haber compartido meses de campañas, no ha cambiado”, dice Rossi. “Ahunque sí hay un sentimiento de apoyo, e incluso cierta compasión cuando ven cómo se está enfocando aquí la educación universitaria, la pérdida de poder intelectual, la falta de apuesta clara por un modelo en el que la ciencia sea capital...” Y ese sentimiento adquiere un cierto ánimo “depredador”: “Ya que habéis formado a buenos científicos, no os preocupéis, nosotros los aprovecharemos. Eso es lo que nos vienen a decir”. Y esos profesionales bien formados, acreditados, citados en artículos por estudiosos de todo el mundo, siguen saliendo de su país “para poder investigar”...

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