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Las entidades sociales actúan de antídoto contra la malnutrición infantil

El Banco de Alimentos repartió 10 toneladas de comida en 2012.

Pablo Fernández

Barcelona —

La intensidad y dureza del desplome de la actividad económica está incrementando la pobreza y el riesgo de exclusión social de miles de personas que, en Cataluña, ni tan siquiera, pueden cubrir sus necesidades alimenticias básicas. Es un problema que afecta a dos de cada diez familias y ha acabado repercutiendo en una carencia alimentaria de muchos niños y de jóvenes en edad escolar.

Mientras el Govern de la Generalitat insistía en negar los problemas de nutrición relacionados con la pobreza severa, diversas entidades del tercer sector alertaban sobre la gravedad y alcance de la situación. En 2012, el Banco de Alimentos, mediante 253 entidades colaboradoras, repartió más de 10 toneladas de alimentos, y Càritas también aumentó el reparto de productos alimenticios: “Donde antes solo dábamos merienda, ahora también damos cenas y, al mismo tiempo, ayudamos económicamente. Procuramos que los niños puedan evadirse de la realidad”. Es el objetivo de la asociación Amunt!, que este verano ha organizado estancias para alimentar a niños que podrían haber sufrido las consecuencias de falta de alimentación, a la vez que les proporcionaban una “distracción” mediante actividades de ocio y culturales (ver pieza separada).

La pobreza no distingue entre inmigrantes y autóctonos y las personas que acuden a esta organización son familias de todos los orígenes y estratos sociales, todas ellas afectadas por una situación de desesperación, explica Mercè Darnell, responsable de Programas y Servicios de Càritas en Barcelona.

A la alarma dada por la entidades del tercer sector hay que añadir el informe presentado por el Sindic de Greuges, Rafael Ribó, en el Parlamento catalán que cifraba en 50.000 los niños catalanes que sufren problemas de malnutrición.

Es la realidad a la que maestros y profesores se enfrentan cada día: “En nuestro colegio, dos niñas se nos desmayaron el curso pasado por no haber ingerido ningún alimento durante las 24 horas que hay entre almuerzo y almuerzo”, explica un profesor de un colegio del barrio de Sants, en Barcelona. En otro punto de la ciudad, en el barrio del Raval, una profesora relata que la situación no es distinta: “Esta problemática lleva años afectándonos”.

Los responsables educativos con los que hemos hablado prefieren no dar sus nombres ni los de los colegios en los que trabajan por respeto a la intimidad de los menores y para no estigmatizar a los colegios. “Aquí, en Nou Barris, en el colegio en el que trabajo, hay niños con serios problemas para alimentarse adecuadamente tres veces al día”, revela otro profesor.

Las crecientes deficiencias alimentarias pueden guardar relación directa con el aumento del consumo de bollería, un hábito que a su vez es más presente entre las familias de condiciones socioeconómicas bajas. Según la Asociación Española de la Industria de Panadería, Bollería y Pastelería, en 2012 el consumo de estos productos aumentó un 2,57%. Expertos en nutrición infantil advierten que el consumo de bollería industrial tiene efectos perjudiciales a largo plazo por a su elevado contenido en grasas saturadas, azucares y otros elementos químicos. La alimentación deficiente de hoy será parte de los problemas del futuro. Según el doctor Miguel Sánchez, la mala alimentación en niños conlleva, entre otros problemas, “una disminución del rendimiento escolar, talla baja, alteración del desarrollo psicomotriz, aumento de la sensibilidad ante determinadas enfermedades o disfunciones en el sistema inmunitario”.

Después de que el Ejecutivo catalán se haya pasado meses negando los déficits de alimentación que miles de niños y adolescentes están padeciendo, la consejera de Educación, Irene Rigau, ha anunciado que en el curso 2013-2014 todos los alumnos con privación alimentaria tendrán beca comedor. Aunque el importe de la partida presupuestaria destinada a cubrir estas necesidades aumentará de 32,2 millones a 34, los recortes de los últimos ejercicios la sitúan por debajo de los 40 millones que se destinaron el año 2010.

A principios de septiembre, Boi Ruiz, Conseller de Salut, insistía en que la malnutrición infantil no es por “cuestiones económicas” sino producto de “malos hábitos”. Afirmó que “no comer carne y pescado no significa desnutrición o malnutrición, porque las proteinas que proporcionan pueden encontrarse en otros alimentos”. El conseller parece obviar que “realizar una comida de carne, pescado o pollo al menos cada dos días” es uno de los indicadores utilizados por las autoridades europeas para medir el grado de pobreza de las personas.

La realidad es tozuda y cada día que pasa son más los hogares en los que todos sus miembros están en paro. En 2011, último año del que se disponen cifras, el porcentaje de menores que vivían en familias en las que todos estaban en paro se había multiplicado por cuatro desde 2006. En este contexto el Govern de Catalunya endureció los requisitos para acceder a la Renta Mínima de Inserción, mientras las entidades del tercer sector -Càritas, Cruz Roja y Banco de Alimentos, entre otras-, multiplicaban sus esfuerzos para atender un número creciente de personas sin recursos. La responsable de Càritas recalca que su organización, “como muchas otras, están para ayudar a las personas y no para suplir el Estado del Bienestar que debe ser garantizado por los poderes públicos”.

La pobreza no se restringe a la falta de recursos monetarios o de clase social. En el siglo XXI se puede ser pobre trabajando. Cada vez más familias de clase media no pueden afrontar gastos imprevistos, pagos de recibos de la vivienda o suministros, comer carne, pollo o pescado cada dos días o disponer de teléfono. Estas privaciones que afectan a todos los miembros del hogar, repercuten con mayor intensidad en la salud, presente y futura, de los niños y jóvenes que acaban padeciendo carencias alimenticias.

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