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Las distancias y los olvidos

Mesa de distancias en el parque de la Ciutadella

Jordi Corominas i Julián

Creo que cualquier persona que quiera conocer un poco su ciudad de residencia debe cumplir dos premisas básicas: caminar lentamente y mirar hacia arriba. La primera, clave en la columna que hoy inauguro, sirve para reflexionar y observar lo que nos rodea sin la actual imposición de la prisa, que todo cubre y nubla. La segunda se relaciona con la anterior porque las alturas siempre nos reservan sorpresas que solemos ignorar por vagancia y unidireccionalidad, algo que en Barcelona es muy frecuente desde que el poder decidió intentar un parque temático donde las siglas crean marca y tiran el deber de trabajar para la ciudadanía a la basura.

Esta feria no es nada hipócrita, trabaja a la luz del día y muestra a las claras que su intención es la de convertir el espacio en un gran reclamo centrado en un doble discurso que empequeñece lo demás. Messi y Gaudí campan a sus anchas en un mapa donde el centro se ha convertido en un desbarajuste intransitable para quien desarrolla su día a día en la capital catalana. Los barceloneses se quejan de la imposibilidad de La Rambla y ríen, por no llorar, ante el escaparatismo del Paseo de Gràcia, noble en su prohibición, útil para ingresar dinero porque así lo quieren chinos y rusos.

Basta. Podríamos llenar mil páginas y nunca terminaríamos con la crítica coherente. Hay mil modos de hacerla. El mío, porque soy un paseante que capto detalles desde mi anonimato, es buscar la minucia significante, el resumen que con poco transmite mucho. Por eso esta vez nos iremos al Parque de la Ciutadella para constatar la debacle de un patrimonio maltratado porque poco o nada interesa.

Desde hace unos años en Roma los lugares con pasado cinematográfico se dejan acompañar por un panel pedagógico donde el viandante puede saber los secretos de la calle relacionada con el séptimo arte. De este modo ciudad y cultura se funden en un solo cuerpo. En cambio, en Barcelona explicamos mal las cosas, y así es como quedan ocultas, sin recibir ningún tipo de atención. Si nos fijáramos un poco descubriríamos que hay bastantes placas natalicias y funerarias, pero están mal exhibidas y ni siquiera gozan de la uniformidad de las de París, Londres o Madrid. Estos letreros informativos brillan por su ausencia en la gran mayoría del catálogo monumental de nuestra ciudad, incapaz de explicar bien la trascendencia de la Ciutadella, inútil en esta tarea hasta en el tricentenario.

Para la mayoría la antigua fortaleza nunca existió y lo que cuenta es el parque, mítico hace una década por sus domingos, normalizado ahora entre calores y una historia bien visible entre estatuas y edificios con mucha significación. El terreno, retornado a la ciudad tras la caída de Isabel II, fue el centro de la Exposición Universal de 1888, como si así lo otrora represivo se transformara en un símbolo de libertad y progreso.

Pasados ciento veinticinco años poco queda de ese sueño que aceleró el crecimiento urbano y ratificó el optimismo burgués. Esta primera piedra de internacionalización quería que las fronteras desaparecieran y el provincianismo, mal del que toda España sigue aquejada, fuera una pesadilla a desvanecer con la nueva luz que inundaba la atmósfera. En este sentido la estatua de Cristobal Colón apuntaba con su dedo a América desde una doble vertiente de recuerdo histórico, aun no existía la serie Isabel, y homenaje a la prosperidad que el contacto con el Viejo Mundo daba a Cataluña y a la renacida Barcelona que debía mucho del esplendoroso Eixample a los indianos.

El dedo del descubridor era la ambición de no encerrarse en uno mismo y volar hacia un conocimiento capaz de aunar lo propio con lo lejano. En los últimos años del siglo XIX gobiernos y burguesía cobraron un inesperado vigor al optar por transformar la sociedad desde sus respectivas posiciones. Importaba que muchas personas pudieran acceder a conocimientos básicos que fomentarían la ciencia y la acercarían al pueblo. La Exposición de 1888 jugó con esta baza y una parte del parque, muy mal señalizada desde lo didáctico, recoge aun ese espíritu. En sector del jardín hallamos el invernadero, el antiguo Museo de Geología, el Umbráculo, misteriosamente cerrado, y dos piezas bien visibles pero ocultas porque nadie se preocupa por ellas. Las ideó Josep Ricart i Giralt, capitán de la marina mercante, y son una columna meteorológica y un mapa de distancias.

La primera se concibió desde una perspectiva ingenua que funcionaba a las mil maravillas. Si se daba atractivo estético a las piedras se conseguía crear un interés por lo que albergaban. La columna almacena muchos datos que van desde los cuatro puntos cardinales hasta informaciones sobre presión atmosférica y diferencias horarias con otras capitales del mundo, algo que hermana esta pieza con la segunda del repertorio, que es la que más llamó mi atención. Se trata de una tabla para saber las distancias entre Barcelona y las principales ciudades del Planeta. Cuando la descubrí no supe cómo reaccionar porque parecía un pedrusco, bien protegido sí, pero un pedrusco al fin y al cabo. La cosa cambió cuando me aproximé y leí, no sin gran dificultad por su precario estado de conservación, nombres y números que servían para situar a Barcelona en el mapa y ubicarla desde la humildad de lo pequeño, pues los kilómetros que aun la separan del resto de las capitales eran entonces la prueba de una inmensidad que era sueño y esperanza.

La pobre piedra, a la que pasé un poco de agua para poder fotografiarla, simboliza cómo han cambiado las cosas en lo pedagógico, nulo siempre que no pueda usarse políticamente desde la manipulación, y en la visión que BCN quiere vender de Barcelona, la ciudad de los habitantes despreciados, la capital que ama tanto su fachada mientras juguetea ufana con su ombligo. La última constatación de lo dicho es el vídeo Living Barcelona, una farsa de pura irrealidad donde una chica mona, todo muy en la estela de la postal que hizo Woody Allen cuando gobernaba Hereu, circula por un territorio feliz donde no hay desigualdades sociales, los mossos son unos santos y la paz reina a base de tópicos. Hasta dos tocan en el Teatre Grec fuera del festival y no les multan. Un milagro, créanme.

En fin, ya me enrollé como una persiana. La tabla de las distancias indica un remedio, que es el de la voluntad de ir más allá de las murallas donde quieren encerrarnos. Aquejados como estamos por una provincialización querida por los de arriba sería bueno que los ciudadanos hiciéramos fuerza para revertir esta contrarrevolución y mantener las bases de la tradicional apertura de miras barcelonesa desde el amor por saber, transmitir y hacer que el espacio sea más útil tanto en lo social como en lo educativo. Sólo conociendo la tierra que pisas puedes cambiarla, sólo puedes cambiarla si la trabajas para tus semejantes y los consideras inteligentes.

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