No me gusta que fusilen a nadie. Ni simbólicamente, ni realmente. Encuentro la farsa del grupo trabucaire de Cardedeu que fusiló en broma a un concejal del PP no sólo de muy mal gusto sino muy poco práctica e incluso negativa para el proceso soberanista.
Por ejemplo, Juan Carlos Girauta, eurodiputado de Ciudadanos, ha corrido a manifestar a través de Twitter que “los fusilamientos simbólicos preceden a los reales”. Es una provocación, una exageración a la que no se debe responder. Es de una demagogia insoportable y sorprendente viniendo de alguien como Girauta, pero se ve que eso de ser diputado hace cambiar los parámetros personales a la hora de hacer afirmaciones. No, Girauta, cálmate. Yo, y mucha gente como yo, aspiramos a hacer avanzar el proceso soberanista dejando con un palmo de narices quien cree que no se podrá hacer sin violencia. Y no sólo eso, sino que, fíjate, creemos que, si tiene que haber violencia, no vale la pena. Así de claro.
Salvador Sostres, en una entrada de su blog correspondiente al lunes, 25 de agosto, ponía en boca de Alfons López Tena que, si es necesario, para conseguir la independencia “no es que tengas que estar dispuesto a morir, sino que has de estar dispuesto a matar”. Son palabras llenas de épica que respeto pero que no comparto. Es más, considero contraproducentes. Yo no quiero que fusilen a nadie simbólicamente, pero si la cosa es seria, ya os digo ahora que no estoy ni estaré nunca dispuesto a matar a nadie. Ni tampoco estaré dispuesto a morir. Mourir pour des idées, d'accord, mais de mort lente, decía Georges Brassens. Estoy de acuerdo.
Ya hemos tenido una guerra que, históricamente, aun es muy reciente. La épica de la violencia, que se la metan por donde les quepa, los unos y los otros. O dicho de otro modo: Si para conseguir un objetivo tienes que morir o matar quiere decir que no lo has planteado bien. Con todos los respetos, aquí no somos como Ucrania ni tenemos los mismos condicionantes ni planteamientos. Tenemos otra historia y unas ganas de hacer las cosas de manera diferente. Y así lo haremos.
Aquí, el nueve de noviembre seremos muchos que intentaremos votar. Si se diera el caso de una represión por la fuerza por parte del Estado, la solución no es la guerra de guerrillas. Hay mil cosas que hacer antes, por más que una minoría se deje seducir por la épica de la guerra. Y sobre todo, hay una que ya no se puede impedir de ninguna de las maneras: en la práctica, de pensamiento, de sentimiento, muchos ya nos hemos independizado. Nos ha sabido mal, sobre todo a los que nos consideramos independentistas, pero no nacionalistas. Muchos ya no estamos, ya nos hemos ido.
La historia nos demuestra que los procesos políticos traumáticos (revoluciones, secesiones, etc) a menudo están liderados por una conjunción de elementos más viscerales y otros más reflexivos. No siempre, pero es verdad que a veces, estos procesos se ganan gracias a la vanguardia trabucaire. Y los otros elementos pueden llegar a pasar por cobardes e incluso traidores. A mí me da igual. Palabras como cobarde, traidor... forman parte de un vocabulario que no me interesa. Somos tercos, muy tercos. Queremos demostrar que las cosas se pueden hacer de otra manera. Y los trabucos, boca arriba, no sea que alguien vaya a salir lastimado.