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La pasión catalana, una perspectiva para despistados

Una gran 'senyera' proyectada en la fachada de la Generalitat inaugura los actos

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“Un error de táctica ha estado a punto de hacer naufragar en las Cortes el problema del Estatuto catalán: sencillamente por no haber sabido ponerse a salvo -mientras esto es posible, que lo es en gran medida- del ambiente pasional que ha envenenado la cuestión durante años y años”. Con este diagnóstico empezaba Gregorio Marañón un artículo que bajo el título 'No técnica, sino amor' publicó en el diario El Sol el 25 de septiembre de 1931. Marañón reclamaba afinar el estudio de los problemas y, sobre todo, entenderse con lealtad. “Yo me atrevo a decir que sería muy fácil -añadía- si los castellanos estuvieran un poco mejor enterados de la realidad de Cataluña”. 

No haría falta pero en estos tiempos nunca está de más recordar que este médico y pensador se definía como un español hasta la médula de sus huesos. Concluía el artículo con un deseo que leído casi un siglo después ayuda a entender la complejidad de un conflicto político que sigue sin estar encauzado. “Tienen que terminar esas rencillas tan viejas que han sido tan funestas en el alma de la calle como en los espíritus más altos y más abarrotados de sabiduría catalana o española. Y hay que ahorrar muchas palabras”.  

Tres décadas después, El Noticiero Universal propuso al filósofo Julián Marías que abandonase la meseta por unas semanas y se desplazase a Catalunya para poder escribir una serie de artículos. Al final fueron 15 y se publicaron entre el 28 de octubre y el 9 de diciembre de 1965. “Cuando la personalidad de Cataluña, por desfallecimiento propio, por incomodidad, por limitaciones externas, está debilitada y en crisis, la atención de los catalanes se concentra automáticamente sobre sí mismos, de manera enfermiza, desconfiada y suspicaz”, describía en el texto que con el título 'La realidad regional' publicó el 23 de noviembre. Este discípulo de Ortega y Gasset alertaba de que nada hay más antiespañol que intentar disminuir la personalidad de Cataluña. 

Saltamos otras cuatro décadas para situarnos en el 2005. Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, uno de los mejores expertos en derecho constitucional y ponente de la Carta Magna, publicó en El País el artículo 'Hechos y derechos históricos'. En el texto recordaba cómo durante los trabajos constituyentes se planteó la disyuntiva sobre qué fundamentaba a qué: ¿España a la Constitución o la Constitución a España? Él mismo respondía con una evidencia que hay quien se niega a ver y es que España no se inventó en 1978. 

“Análogamente, las identidades nacionales que en España hay no son creaciones normativas como pueden serlo el Tribunal de Cuentas o la Comunidad Autónoma de Madrid, sino que preexistieron a la norma y contribuyeron a fundamentarla. ¿Alguien puede pretender seriamente que Cataluña sea una creación constitucional y no que es su personalidad secular y su correspondiente derecho a ser lo que fundamenta su autogobierno que la Constitución no hace sino reconocer? El hecho antecede al derecho”, reflexionaba Herrero de Miñón, que alertaba de que la soberanía es un término lleno de picos y garras. Por eso aconsejaba a los juristas que aspirasen a ser útiles y a los políticos que de verdad quisieran resolver problemas que no se asustasen con el vocablo sino que tratasen de domesticarlo.

A estos artículos podrían sumarse los de Joan Maragall o su nieto Pasqual Maragall, a quien estaría bien que aquellos que le despreciaron, desde el pujolismo pero también desde sus propias filas, no utilicen ahora su nombre en vano con intereses electorales. Tan recomendable como la revisión de textos de políticos como Josep Benet y Rafael Campalans, y las reflexiones actuales de pensadores como Ignacio Sánchez-Cuenca, Jordi Amat o Francesc Marc-Álvaro sobre la evolución del catalanismo y la necesidad de abordar de cara el conflicto con la serenidad que requiere. Los que dicen que vuelven en campaña, los que no se han ido, los que se resisten a marcharse y los que no saben a dónde quieren ir harían bien en seguir el consejo de Gregorio Marañón y ahorrarse las palabras prescindibles.

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