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Entrevista
Director de Análisis y Desarrollo del Institut de Salut Global de Barcelona

Rafael Vilasanjuan: “El problema de los antivacunas es que hacen que los que dudan puedan decantarse por el 'no”

Rafael Vilasanjuan

Pau Rodríguez

26 de noviembre de 2020 22:29 h

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Rafael Vilasanjuan es periodista, pero lleva años vinculado al mundo de la salud. Durante los 90 y 2000 estuvo en Médicos Sin Fronteras, donde llegó a ser secretario general internacional. Luego, en la última década, ha sido director de Análisis y Desarrollo del Institut de Salut Global de Barcelona, que integra varios grupos de investigación vinculados al ámbito sanitario. Desde el pasado mes de abril, además, forma parte de la junta de GAVI, la alianza global para la vacunación, que impulsa ahora una campaña para que la carrera en la adquisición de dosis contra la COVID-19 no deje atrás a los países sin recursos. 

Al empezar la entrevista, Vilasanjuan advierte que él no es un experto ni en epidemiología ni en inmunología. Por su experiencia, sin embargo, sí sabe no pocas cosas sobre la logística que requiere una campaña de vacunación, sobre el plan comunicativo que debe acompañarlo y sobre cómo tendría que hacerse para llegar a países empobrecidos.

Desde ISGlobal, además, han participado recientemente una propuesta de estrategia de vacunación que incluye, entre otras recomendaciones, la priorización de personal sanitario, de los ancianos y trabajadores de residencias y de los mayores de 80 años a la hora de inmunizarles si no hay dosis para todos. El documento está elaborado por un grupo de expertos de distintas disciplinas en colaboración con el Colegio de Médicos de Barcelona y la Asociación Catalana de Centros de Investigación.

El Gobierno acaba de hacer pública la primera fase de su estrategia de vacunación, que empezaría en enero. ¿Ve factibles los plazos? 

De entrada están poco fijados. La primera tanda empezará en enero y básicamente será para un sector pequeño de la población. Esto siempre que tengamos un proceso regulatorio, que no es sencillo, que acabe durante este 2020. Si no, se retrasará. Tanto Pfizer, como Moderna y Astrazeneca van aportando información al regulador a medida que van teniendo resultados, con lo que cuando acaben la fase 3 quedará poco por revisar. A finales de diciembre podrían estar reguladas, pero de todas formas hablamos de que al inicio, al principio del año que viene, serán para un segmento reducido de la población. El Gobierno prevé 160 millones de dosis, pero esto no llegará hasta 2021 o incluso 2022.

El plan del Gobierno consistirá en empezar por la población de las residencias –ancianos y trabajadores– y de ahí pasar al personal sanitario. La propuesta en la que participa ISGlobal es algo diferente: primero personal de primera línea, sanitarios y de residencias, y luego los mayores de 80 años. ¿Por qué?

Todo dependerá de la cantidad de vacunas. Al final, planteamos que estos grupos tienen que ir prácticamente en paralelo. Y entre los que están en primera línea, también evidentemente la Atención Primaria, que es adonde llegan los enfermos. Pero el orden es solamente un pilar de los cinco que debe tener el plan, y que incluye estrategias clave de comunicación y de vigilancia. Y evidentemente puede variar mucho según el tipo de vacunas. 

De todos modos, y más allá del personal sanitario o de residencias, ¿es importante empezar por los más mayores?

Es que la mortalidad es veinte veces superior entre la población de más de 80 años que en la de 60. Son cifras incomparables. Sí hay escasez de vacunas, primero deben ir los de más de 80. Y, después, vamos bajando. A partir de ahí, hay que tener en cuenta el factor de morbilidad, es decir, aquellas personas que desarrollan la enfermedad y que son susceptibles de acabar ingresados (los que tienen patologías previas). La clave es que, como seguro que no alcanzaremos la inmunidad de grupo el primer año, lo que hay que combatir son los picos de la epidemia, para descargar el sistema sanitario.  

A nivel logístico, se ha apostado de entrada porque los puntos de vacunación sean los centros de salud. ¿Es una buena idea?

La logística será complicadísima. Porque no es una vacunación de la gripe, que es específica de unos meses, ni una que se administre a una edad concreta, como las de los niños. Esta será continuada. Por lo tanto, no es tan importante saber donde se administrará, sino el personal con que lo harás o cuál será la cadena de distribución. Sobre todo teniendo en cuenta que cada vacuna tiene características diferentes, que requieren de cadenas de frío o de ultrafrío, en el caso de la de Pfizer.

¿Qué otros retos logísticos cree que habrá?

Los retos son muchos. Desde donde se almacenan hasta cómo se distribuirán. Y la cadena logística habrá que mantenerla en el tiempo porque las dosis irán llegando poco a poco. Si se quiere hacer a través de la Atención Primaria, que ya está estresada por la COVID-19, habrá que equiparla, que dotarla de más personal y también de conocimiento. Porque las vacunas con cadenas de frío y ultrafrío requieren luego un proceso de descongelación antes de administradas, y este es un procedimiento que hay que enseñarlo a los profesionales. Y parte de la logística es el plan de comunicación. 

¿A qué se refiere con un plan de comunicación?

A todo. Lo primero que hay que hacer es convencer a la gente de que las vacunas son seguras. Les tenemos que explicar su eficacia, que si finalmente es de un 60 o un 70% deben saber que significa que te la puedes poner y no estar protegido. También detallarles que pueden tener efectos secundarios, pero no más allá de los conocidos. Que no estarán vacunados hasta que reciban la segunda dosis. Es que más importante que la vacuna es la vacunación. Es decir, que la vacuna, con los plazos que sean, la tendremos. Pero es en la estrategia de vacunación donde te juegas que la gente quede inmunizada y que haya un cambio de dinámica comunitaria.

Mucha gente se muestra reacia a vacunarse de la COVID-19, según las encuestas, aunque suele ser un rechazo de entrada. A la espera de ver cómo evoluciona. 

La gente tiene dudas. Es normal. Cuando estás sano y te tienen que poner algo que no sabes muy bien qué es, dudas. No es lo mismo que un medicamento, que te dicen que te lo tomes cuando estás enfermo. Tenemos que convencer a la gente de que su seguridad no está en juego. Que los mecanismos regulatorios de las agencias europea y española del medicamento funcionan. Nunca se la jugarían con las seguridad, puesto que las indemnizaciones las pagan los estados, no los laboratorios. La evidencia acabará convenciendo, como pasa con la vacuna de los niños, y aquí juega a favor el hecho de que antes se la pondrán los trabajadores de primera línea. Si se pone la vacuna mi médico, ¿cómo no me la voy a poner yo?

Pese a que un porcentaje importante de la población recela, pocos apuestan por la obligación. ¿Usted tampoco?

Es que es imposible. Primero, porque no tendremos vacunas suficientes. Si vas a obligar a los pasajeros a ponerse el cinturón, tienes que tener para todos. Y no tendrás ni en 2021 ni en 2022. Además, es que igual no necesitas vacunar al 100% de la población, con lo cual no tiene ningún sentido. ¿Tendría sentido hacerlo obligatorio por franjas de edad? Seguro que la práctica totalidad de los mayores de 80 años se la querrán poner. Quizás sí puede tener sentido en ciertas comunidades. Una residencia podría exigir a sus usuarios que estén vacunados, para evitar transmisión en el centro. Esto puede pasar. Igual que no puedes ir a según qué países si no estás vacunado de determinadas enfermedades. O hay escuelas infantiles privadas que exigen tener las vacunaciones al día. Las obligaciones pueden ser legítimas, pero siempre que sean lo mínimo posible y que esté contrastado.

¿Es más difícil combatir los discursos contra la vacunación en la era de la desinformación y los bulos? 

Mucho más, claro. Aquí está el principal daño que hacen los antivacunas y los negacionistas. El problema no es que sean ellos contrarios a las vacunas, el problema es que en época de crisis de salud graves, donde la vacuna puede hacer la diferencia, ellos pueden hacer que los que dudan se decanten por el ‘no’. Hicimos un estudio analizando 100 páginas web antivacunas y el 50% no hablaban de salud, eran páginas de radicalización de contenidos enviaban a los usuarios hacia otros mercados. Pero hay mecanismos para combatirlo. Y lo que está claro es que el público que nos interesa es el que tiene dudas: a él hay que dirigir el plan de comunicación. 

Usted participa en la alianza de vacunación global GAVI. ¿Cómo debe ser la estrategia de vacunación para que alcance a los países que no tienen recursos para comprar dosis?

En esto trabajamos con la plataforma COVAX. El primer paso es cómo compramos las dosis, y aquí apelamos a la ayuda oficial al desarrollo. Así se han financiado 2.200 millones de euros y en 2021 la idea es alcanzar 5.000. Más allá de esto, los países con rentas bajas tienen ventajas e inconvenientes. Sus sistemas de salud son débiles, pero los canales de distribución de vacunas están sistematizados. Tienen cadenas de frío logísticamente más precarias (la Pfizer, a -80 grados, no llegará a África), pero a nivel comunicativo las sociedades están a menudo movilizadas permanentemente por otras campañas. 

En un escenario en el que cada gobierno se enfrenta a una crisis sanitaria en su país, ¿ves a los ricos comprometidos a financiar una estrategia para el resto del mundo?

Es evidente que hay una batalla nacionalista por la vacuna y que cada país ha ido por su cuenta. Estados Unidos y la UE dijeron que apoyaban la plataforma COVAX pero rápidamente alcanzaron acuerdos bilaterales con las farmacéuticas. El problema aquí es que si no haces frente a la vacunación en los países de rentas bajas no vas a cambiar las condiciones de convivencia con el virus. En un mundo global no podemos permitirnos impedir la entrada de otros países. Batallamos por lograr que el 20% de la población mundial esté inmunizada.

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