Este blog pretende transmitir reflexiones sobre música, literatura, arte, pensamiento y cultura en general, sin eludir la dimensión política. Trata de analizar la realidad, especialmente cuando, como ocurre con frecuencia, supera la ficción.
Los alegres maestros cantores de Wagner
Últimos días de agosto. Por fortuna el tiempo es agradable y el calor no enturbia el placer de asistir a las representaciones de las obras escénicas de Wagner en el Festival de Bayreuth. Estoy con amigos en un restaurante italiano de nombre alemán, situado en la Verde Colina, unos 400 metros más arriba del Festspielhaus que hizo construir el compositor. El local es muy frecuentado por los cantantes y los directores de orquesta. Un retrato de Wagner tocado por su característica boina preside una de las paredes. En la que tenemos más cerca, junto a la ventana, hay una buena muestra de fotos en blanco y negro de personalidades relacionadas con el festival. En una aparece el cantante Plácido Domingo con el director de orquesta James Levine. Otra ofrece una foto de perfil de Winifred Wagner, con su prominente y recta nariz y el habitual peinado con el cabello recogido. Fue la nuera de Wagner, casada con su hijo Sigfried, del que enviudó en 1931.
Esta mujer, nacida en Inglaterra, representa la época de vinculación del festival con el nazismo, ya que lo dirigió hasta 1944, el último año que se celebró durante la Segunda Guerra Mundial. Winifred Wagner enviaba papel a Adolf Hitler cuando estuvo preso en Landsberg por el Putsch de Múnich de 1923. Fue entonces cuando escribió Mein Kampf, aunque ella dijo después que no es seguro que utilizase ese papel para hacerlo. Los tribunales de desnazificación la apartaron de la dirección del festival, que encomendaron a sus hijos Wieland y Wolfgang. Ellos pusieron en marcha a partir de 1951 el llamado Nuevo Bayreuth. Desde entonces en el mástil que corona el Festspielhaus no se iza otra bandera que la blanca con la “W” de Wagner.
El día anterior asistimos a una magnífica representación de Los maestros cantores de Núremberg, en la nueva producción con dirección escénica de Matthias Davis y musical de Daniele Gatti, que fue muy aplaudida e intensamente pateada, lo que en Alemania es signo claro de aprobación. La imagen de Winifred me llevó a recordar que en 1943 y 1944 solo se ofreció en Bayreuth Los maestros cantores, considerada por los nazis una obra de exaltación patriótica. La representación del día anterior ofrece la versión más intensamente divertida que he visto de la única comedia de Wagner. Hay una ingeniosa utilización de todo el movimiento escénico para añadir gags oportunos y provocar incluso en algunos momentos la carcajada del público, que se lo pasó en grande. Christina Nilsson y Michael Spyres fueron unos intensos Eva y Walther, con un muy gracioso Michael Nagy, inspiradísimo como el ridículo Sixtus Beckmesser. Este personaje es una cruel caricatura del crítico Eduard Hanslick, feroz detractor de las innovaciones de Wagner y Liszt, en favor de lo que consideraba arte más tradicional de Brahms. Pero en cuanto a los cantantes, el gran peso de la obra lo lleva un Georg Zeppenfeld que estuvo magistral como Hans Sachs, el verdadero protagonista. Gatti ofreció una dirección delicada, minuciosa y detallista, con un quinteto antológico en el tercer acto.
La interpretación patriótica, sin embargo, no es gratuita. Procede sobre todo de las palabras de Sachs al final del tercer acto, especialmente cuando dice: “Aunque se esfume como el humo el sacro Imperio Romano Germánico, siempre existirá floreciente el sacro Reino del Arte Alemán”. Sin embargo, el director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, ha precisado que esa frase “lo que afirma es que la identidad alemana no se realizará a través de la acción política, sino que será de orden cultural y artístico”. Añade que es un “mensaje en nada militarista, en las antípodas de la utilización tendenciosa que algunos hicieron durante la contienda”. Coincido con las palabras de Matabosch. La producción estrenada este año en Bayreuth, que se corona con un escenario del concurso de canto marcadamente kitsch, subraya el aspecto cómico de la obra y evita, como hizo en la suya Katharina Wagner, bisnieta del compositor y directora del festival, sugerir cercanía a Hitler en las palabras de Sachs.
Dos días después de Los maestros cantores, tuve ocasión de presenciar un nuevo éxito, pateo incluido, del director granadino Pablo Heras-Casado en Parsifal, que dirige desde 2023 en producción olvidable de Jay Scheib. El buen recuerdo del Sachs de Zeppenfeld se ve reforzado por su no menos intensa interpretación de Gurnemanz, un personaje muy diferente del zapatero de Maestros, pero que también lleva el peso conductor de la obra. Magníficos Andreas Schager y Michael Volle como Parsifal y Amfortas, con una Elina Garanca en estado de gracia, plena de matices e intensidad como inolvidable Kundry.
De vuelta a casa, en la zona internacional del Aeropuerto Albrecht Dührer de Núremberg, un gran anuncio pide voluntarios para la Bundeswehr, el Ejército federal alemán. No solo me recuerda el final de Los maestros cantores. También que en la Casa Blanca un personaje tan grotesco como Beckmesser gobierna al ritmo de la última sandez que se le ocurre.
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