La monumental cosmovisión de Mahler
La Tercera sinfonía de Mahler, de amplia y variada instrumentación, es la segunda que escribió con voces humanas, después de la número 2, Resurrección. En esta ocasión incluyó una contralto solista, coro femenino y coro de niños. Es también una obra de larga duración, que en la interpretación dirigida por Alexander Liebreich a la Orquestra de València el 19 de diciembre estuvo en torno a la hora y 40 minutos. Esta sinfonía, como la citada Segunda y la Octava, llamada “de los mil”, durante largos años fueron raramente interpretadas por las dificultades que entraña reunir los efectivos necesarios. De hecho, la obra de Mahler tardó en imponerse en el repertorio habitual de las salas de concierto. No obstante, a partir de los años sesenta del pasado siglo, con ocasión del centenario del compositor, nacido en 1860, se fue popularizando. Las integrales sinfónicas de Bersntein y Kubelík, en discos de vinilo entonces, y ciclos como el que hizo la Orquesta Nacional de España en Madrid en los primeros setenta contribuyeron a hacer cada vez más habitual la obra de Mahler en la programación. Ahora es muy frecuente que sean interpretadas estas grandes sinfonías con coro y solistas, ya que son un éxito seguro de público.
Mahler prescribe para la Tercera sinfonía una gran plantilla, con maderas dobles, ocho trompas, otras tantas trompetas, cuatro trombones, tuba, dos arpas, nutrida percusión con dos juegos de timbales y un Posthorn(especie de trompeta parecida al fliscorno), que debe sonar lejano. El escenario del Palau de la música estaba completamente lleno por una orquesta que superaba el centenar de profesores, 60 de los cuales eran de cuerda. En los asientos destinados al coro, las mujeres de la Coral Catedralicia de València y los niños de la Escolanía de Nuestra Señora de los Desamparados. Los coros y la mezzosoprano, delante del director, ocuparon sus respectivos lugares desde el inicio del concierto, pese a que no intervienen hasta transcurrida una hora larga desde el principio de la obra.
La Tercera sinfonía de Mahler fue estrenada por la Orquesta de Colonia en el festival de Krefeld el 9 de junio de 1902, dirigida por el propio compositor y tuvo una favorable acogida, a diferencia de lo ocurrido con las dos anteriores. En ella el compositor plantea una especie de visión del mundo, una obra “que refleja la creación entera”, según sus propias palabras. La obra se divide en dos partes. La primera, el muy amplio primer movimiento. La segunda, los cinco siguientes. Los tres primeros son instrumentales, ya que la voz aparece en el cuarto, cuando la solista canta unos versos procedentes de Así habló Zarathustra de Nietzsche. En el quinto, coro y solista cantan un texto procedente de la colección de canciones populares Des Knaben Wundenhorn (El cuerno infantil de la abundancia). El extenso movimiento lento que cierra la obra vuelve a ser solo instrumental y concluye en re mayor y de manera triunfal una sinfonía que se iniciaba en re menor.
La Orquestra de València hizo una interpretación entregada del primer movimiento, con lucimiento de los abundantes solos. Muy destacados Ruben Toribio en el trombón, Santiago Pla en la trompa y Enrique Palomares en el violín. Las ocho trompas sonaron espléndidas en el arranque. Quizás se echó en falta en este extenso tiempo una mayor sensación de unidad, de sonido de conjunto. Tras un muy bello segundo movimiento, con solo de oboe (Roberto Turlo) el tercero tuvo en su primera parte algún momento de indecisión. En ese tiempo hay un muy largo solo del Posthorn, que la partitura sitúa “in der Ferne” (“en la lejanía”) y que Liebreich situó fuera de la sala en el segundo piso, con una de las entradas de público abierta. Fue interpretado con gran maestría por Javier Barberá.
A continuación, la mezzossoprano singapurense-británica Fleur Barron hizo una interpretación profunda y sentida, con bellos graves, de la Canción de la noche de Nietzsche: “Profundo es el dolor del mundo, pero el placer es más profundo que el sufrimiento y todo placer anhela eternidad, profunda eternidad”. Por suerte había traducción proyectada para los textos cantados. La orquesta acompañó con extrema delicadeza este movimiento nocturno que enlaza sin pausa con el siguiente, en el que el coro evoca el alegre sonido de las campanas por la mañana. Finalmente el bellísimo movimiento final (Lento. Tranquilo. Sentido) puso fin a esta inmensa obra con los golpes de timbal de Javier Eguillor y Lluís Osca sobre el trémolo de las cuerdas y las notas largas de los vientos en un final que cierra la obra de forma triunfal. El público aplaudió larga e intensamente.
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