Este blog pretende transmitir reflexiones sobre música, literatura, arte, pensamiento y cultura en general, sin eludir la dimensión política. Trata de analizar la realidad, especialmente cuando, como ocurre con frecuencia, supera la ficción.
El caos mental y la distracción
“La distracción no es un capricho, sino una necesidad”. Son palabras de Marina van Zuylen, profesora de la Universidad de Bard (EE UU) en su obra A favor de la distracción (Ed. Elba). En ese libro, un breve ensayo de 88 páginas, critica algo tan habitualmente elogiado y venerado como la concentración estricta en un tema de estudio, para proclamar la necesidad de la dispersión y la distracción, camino legítimo de hallazgos interesantes. “El malestar y la culpa asociados a la distracción”, dice, “tienen que ver con la tendencia de nuestra cultura a equiparar actividad y valor”. Cita a pensadores, como Kierkegaard, Bergson, Nietzsche y Hume, entre otros, en defensa de sus tesis. Y también a literatos como Proust, con una escritura basada en la muy amplia divagación. Pero su principal modelo es Michel de Montaigne, cuyos celebrados ensayos son un ejemplo de dispersión como método, ya que en ellos salta de un asunto a otro haciendo virtud de su defecto de no concentrarse de manera continuada en uno solo.
Van Zuylen no se refiere a la falta de concentración de quienes viven pegados al teléfono móvil y son incapaces de fijar su atención más de tres minutos seguidos. Explica que la distracción que provoca el arte “contrasta radicalmente con la reactividad obsesivo-compulsiva a la que nos entregamos en nuestra vida cotidiana”. Por el contrario, habla de la necesidad del ocio y la diversión como complementos necesarios del trabajo o el estudio productivo. Recuerda que Nietzsche decía que desconfiaba de una idea que no se le hubiera ocurrido paseando. Y también que Charles Darwin, el autor de El origen de las especies, confesaba que su dedicación durante largos años a estudiar la evolución había afectado a su capacidad de pensamiento no lineal. Lamentaba que, a diferencia de lo que le ocurría en la juventud, no podía disfrutar de la poesía, de la música o de la pintura. “Si tuviera que vivir de nuevo mi vida”, decía, “me impondría la norma de leer algo de poesía y escuchar un poco de música al menos una vez por semana”. La falta de ese ejercicio le había provocado en la práctica una “pérdida de felicidad”.
Personalmente me identifico mucho con lo que expone la autora. Siempre he sentido la necesidad de la música, la literatura y el cine como vía de diversión complementaria al trabajo, que la mayor parte de mi vida ha sido una dedicación de muchas horas al periodismo. Y suelo leer con cierta dispersión, varias obras a la vez, pasando de una a otra y a veces interrumpiendo la lectura de un libro para acabar uno o dos antes de reanudarla.
La de Van Zuylen me trae a la mente otras obras contracorriente que marcaron hitos históricos, como El derecho a la pereza, de Paul Lafargue, o Contra la interpretación, de Susan Sontag. El primero, es una crítica al capitalismo basada en el elogio del tiempo libre y el derecho a disfrutarlo. El segundo es una brillante crítica a la hermenéutica como inexcusable vía de la crítica literaria, en detrimento del aprecio de sus valores estéticos.
Precisamente van Zuylen cita a la escritora norteamericana porque dejaba de escribir en sus viajes: “No puedo escribir cuando viajo. Me gusta hablar. Me gusta escuchar. Me gusta mirar y observar. Quizás padezca trastorno de exceso de atención”. Esa receptividad que describe Sontag se opone a la “concentración estrecha de miras” que critica la autora de A favor de la distracción y lamentaba Darwin al sentirse víctima de un exceso de atención a su objeto de estudio. Defiende también, en consecuencia, la lectura reposada, que permite reflexionar de manera profunda sobre aquello que se lee. Lo que Nietzsche denominaba “rumiar”. No se trata simplemente de detener o ralentizar el pensamiento, sino que, según Van Zuylen, “sugiere una actitud contemplativa”.
Este bello e ingenioso libro invita a buscar “los tesoros ocultos de la falta de atención” y seguir a quienes pregonan “el mal llamado tiempo perdido de los practicantes del ensueño y cultivar el placer y el dolor del caos mental”. Con ello, además, nos distanciamos de las majaderías que dicen ciertos políticos, como Miguel Tellado, quien se ufana de no leer libros, o Isabel Díaz Ayuso, que pretende hacer gracia defendiendo los crímenes de Israel. Podrían dedicar algún rato a rumiar.
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