Este blog pretende transmitir reflexiones sobre música, literatura, arte, pensamiento y cultura en general, sin eludir la dimensión política. Trata de analizar la realidad, especialmente cuando, como ocurre con frecuencia, supera la ficción.
Los cuadros de Músorgski que se quedó Ravel
Una de las obras más célebres e interpretadas de Maurice Ravel no es en realidad suya, sino del ruso Modest Músorgski. Se trata de la orquestación que el compositor francés hizo en 1922 de la suite para piano Cuadros de una exposición, escrita por el ruso en 1874. Hay una treintena de arreglos orquestales de esa obra, muchos de ellos más fieles al original pianístico que el de Ravel. Sin embargo, este es el preferido por las orquestas. El poderoso sonido de la trompeta en solitario en los dos primeros compases y la paleta tímbrica empleada con maestría forman ya parte de la identidad de una obra, actualmente más frecuentada en los ciclos sinfónicos que en los recitales de piano.
Este año se conmemoran los 150 del nacimiento de Ravel, que escribió muchas obras capitales. Sin embargo, probablemente las dos más célebres son el popularísimo Bolero y su versión de los Cuadros de Músorgski. Las dos tienen como principal atractivo la rica y variada orquestación. El ruso escribió la suite para piano a partir de diez de los cuadros que figuraban en una exposición póstuma de su amigo el pintor y arquitecto Viktor Hartmann, quien había muerto con solo 39 años de edad.
La obra se inicia con un motivo llamado Promenade (Paseo), que describe, en compases de 6/4 y 5/4 alternados, el irregular deambular del propio compositor por la exposición entre la contemplación de cada uno de los cuadros. En el piano toca los dos primeros compases la mano derecha, antes de que se incorpore la izquierda en el tercer compás. En la versión orquestal es el solo de trompeta el que traduce la soledad de la mano derecha. A partir del tercer compás se incorporan trompetas, trompas y tubas. La Promenade se repite a lo largo de la composición, y Ravel, que en su versión eliminó una de las apariciones de ese motivo, va cambiando el timbre con instrumentaciones diferentes. Además, ese tema, de carácter marcadamente ruso, es integrado por Músorgski en dos de los cuadros descritos, Cum mortuis in lingua mortua, que alude a las calaveras en las catacumbas de París, y La gran puerta de Kiev, grandioso final de la obra, que acaba con un tutti orquestal. La obra está repleta de bellos hallazgos tímbricos, como el saxofón, cuyo sonido encarna el melancólico canto de un trovador en el segundo de los cuadros descritos: El viejo castillo.
En la actualidad se pueden contemplar hasta siete de las obras de Hartmann a las que alude Músorgski en su suite. La verdad es que decepcionan, pues la descripción musical que hace el compositor supera el original con mucho. Y más aún si optamos por escuchar la impresionante versión de Ravel, que lleva a pensar, como dijo Paul Éluard, que hay otros mundos pero están en este. En realidad, La cabaña sobre patas de gallina, título enormemente sugerente, que alude a la morada de la bruja Baba-Yaga, personaje malvado de la tradición popular rusa, no es más que un reloj con esta forma. Y La gran puerta de Kiev, a través de la cual la música describe el paso triunfal de un cortejo, es un boceto que hizo Hartmann y que nunca se construyó. En realidad, este es un caso claro de música descriptiva que supera las referencias materiales que la inspiran.
He oído decir más de una vez, y en boca de buenos aficionados a la música, que esta obra no les dice nada. No es mi caso. La escuché por primera vez a finales de los años sesenta al pianista Luis Galve, quien hizo una detallada descripción introductoria de cada una de las escenas que presenta Músorgski. Nunca he olvidado la impresión que me causó. Después, la versión de Ravel, con su poderosa orquestación, me transportó a un mundo diferente, como si se hubiese apoderado de los cuadros de Hartmann descritos por Músorgski para pintarlos musicalmente de nuevo. Me parece una obra maestra en las dos versiones. Recomendaría en piano la muy personal y concentrada lectura de Ivo Pogorelich, de 1997, y en orquesta la espectacular dirigida por Herbert von Karajan a la Filarmónica de Berlín, ambas en DGG.
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