Psicología de la exclusión
Dicen que sobran personas en España. Más o menos, unos ocho millones de seres humanos. Les molesta que hayan nacido en otras partes del mundo, hablen otro idioma o profesen una fe distinta a la mayoritaria, como si dormir la siesta o comer croquetas fuera un deber nacional. Una pregunta, ¿quién va a trabajar la huerta de Torre-Pacheco?
Lo llamativo del disparate es que no es nuevo, ni original. Hace casi un siglo que la ciencia psicológica estudia los comportamientos racistas, la teoría del prejuicio o de la identidad social. Podríamos llamarla una ‘psicología de la exclusión’ que explicaría los discursos de odio que sobrevuelan esta época de crisis, alimentados por bulos y políticos enfadados con un mundo en constante cambio.
Especialmente tras la Segunda Guerra Mundial y el holocausto nazi, estudios pioneros como los de Gordon Allport o Theodor W. Adorno y la personalidad autoritaria, sentaron las bases para entender estos comportamientos irracionales, inhumanos y violentos hacia el diferente. Por cierto, un rechazo que millones de migrantes españoles también sufrieron en la Francia, Suiza o Alemania en los años 60, o durante la salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2016.
Allport, por ejemplo, planteaba que la categorización, un proceso cognitivo fundamental, explica el origen de los estereotipos grupales, diferenciando la afinidad por el 'nosotros' de la hostilidad hacia el 'otros'. En este marco, la filósofa Adela Cortina aporta el término 'aporofobia', es decir, el miedo específico hacia las personas pobres, culpables de su condición y, por tanto, de su discriminación.
Esta forma sesgada de pensamiento se fundamentaría, entre otros, por la tendencia a aceptar sólo la información que confirma nuestros estereotipos, ignorando cualquier evidencia contraria, un ejemplo sería atender únicamente noticias que refuerzan nuestras creencias xenófobas. Además, solemos juzgar el comportamiento de otros por sus características personales y no tanto por su contexto. El clásico “no se quieren integrar”, que ignora las barreras lingüísticas, académicas, los ghettos urbanos y la precariedad laboral.
Recuerdo una campaña del Instituto de la Juventud: 'El intolerante necesita tu ayuda. No le discrimines’. Necesitamos crear espacios de integración, entornos comunitarios de convivencia, normalizar la diversidad cultural, visibilizar y fomentar el intercambio entre diferentes. Oportunidades, participación y representación. El odio se ataja con datos, frente a bulos, leyes justas y conciencia social.
Lo de por qué fondos de inversión extranjeros compran bloques y te echan del barrio para hacer pisos turísticos, otro día.
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