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La vigencia del 15M

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El 15 de Mayo de 2011, de manera inesperada y abrupta, el descontento individual que se había extendido durante años se convirtió en indignación pública compartida. Desde el comienzo de la crisis económica de 2008 se habían producido múltiples protestas protagonizadas por la PAH, que se creó en 2009; por estudiantes, contra el denominado “Plan Bolonia”; o por sindicatos y trabajadoras, con una huelga general contra los recortes en 2010. No era para menos, la tasa de desempleo rozaba el 21 % -sobrepasaría el 26% en el año 2013- y el número de desahucios se elevó un 20% respecto de 2010 -llegando a los 58.241 a lo largo de 2011-. Por añadidura, los escándalos por corrupción de los dos partidos mayoritarios se sucedían y España se convertía en uno de los países de Europa donde las listas electorales concitaron mayor número de personas imputadas judicialmente. En estos tres ejes (paro, desahucios y corrupción) el País Valenciano ocupaba una posición muy relevante.

La perspectiva de una década permite ver que aquello era una olla a presión, golpeada por un escándalo tras otro en un modelo de gobierno en descomposición. En aquel mayo de 2011, la apatía que había permeado en buena parte de la sociedad durante años se transformó, como un chispazo, en una nueva acción colectiva vertebrada a través de sinergias interclase, plurales y transgeneracionales que, en una suerte de desbordamiento democrático, fueron protagonistas durante años. La indignación sacudió las calles, desbordando los cauces obturados de gestión del disenso y extendió la protesta que fue capaz de impugnar el turnismo bipartidista y construir mayorías sociales que acabarían permitiendo una regeneración política intensa.

Con la influencia de las llamadas “primaveras árabes”, iniciadas el 17 de diciembre de 2010 en Túnez, y poco después simbolizadas por la ocupación de la plaza Tahrir de El Cairo como icono de la respuesta popular frente a un régimen autocrático, el movimiento 15M nacía en España, y muy particularmente en Madrid, Barcelona o València, a través de un impresionante ejercicio de desobediencia civil. Desde el día 16 de mayo de 2011, y durante semanas y meses, miles de personas ocuparon las plazas de decenas de ciudades, manteniéndose acampadas incluso durante la jornada de reflexión y las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo en las que la derecha consiguió mantenerse en las instituciones. Sin embargo, creer que el objetivo fue únicamente electoral es un error.

Las plazas vieron la autoconstitución de un demos que tomaba la palabra y ensayaba la acción directa, tanto a escala individual como colectiva, con manifestaciones espontáneas que ocuparon calles, avenidas y hasta bancos y bolsas de valores. En una acción permanente, con intensidades variadas y frentes amplísimos y ante una estrategia de los poderes públicos tendente a la represión continua, una de las virtudes del 15M fue la generación de identidades que sobrepasaron las tradicionalmente establecidas y permitieron la convergencia en la acción y en la identificación del enemigo común. En aquellas plazas se generaron redes, nuevos colectivos, afinidades y estrategias, sobrepasando las fronteras estatales y extendiéndose a otras realidades. 

Las plazas, las demoplazas, se convirtieron en los auténticos centros generadores -y renovadores- de política del país, comenzando por sus raíces. Por primera vez, ciudadanas y ciudadanos de toda condición pudieron, ante una asamblea de cientos o miles de personas, expresar su descontento político en el centro de su municipio. Hubo quienes acudían por curiosidad; otras personas se acercaban a escuchar; otras, además de lo anterior, a ser escuchadas. Algunas se quedaban unos minutos, otras horas, otras se quedaban a dormir. Entre quienes no estaban acampadas, muchas volvían al día siguiente, otras al cabo de varios días. Las plazas tuvieron vida propia: crearon microcosmos con debates continuos, acciones heterogéneas y comisiones de todo tipo. Acogieron conflictos y enfrentamientos personales, pero también nuevas relaciones sociales y personales -algunas de ellas para siempre-, así como vínculos de índole diversa. Se formó una convivencia entre cientos o miles de personas, la mayoría de las cuales no se conocía con anterioridad. Se emocionaban, se ilusionaban y trabajaban por un cambio político y social, compartiendo un tiempo que se aceleró inusitadamente. Como recogió una de sus activistas en València, las semanas en las que se ocuparon las plazas fueron tiempos de “dormir poco y soñar mucho”. Así, para muchas personas, muchas de ellas jóvenes pero no sólo jóvenes, el 15M supuso una escuela política o su principal escuela política, además de un activismo que ha marcado sus vidas.

Una década después, ahora ya podemos decirlo, aquellas plazas y aquella indignación fueron el principio de la transformación del tablero político español. Desde la legitimidad basada en la protesta, las plazas introdujeron ideas y propuestas muy relevantes en la agenda mediática y política, cambiaron numerosas mentalidades, posicionamientos y militancias y abrieron debates que parecían prohibidos en el imaginario colectivo (como la Constitución o la Corona). Durante aquellos meses se construyeron liderazgos y relatos que luego permearon hacia formas de participación política estructuradas y con hondas raíces quincemayistas. Se identificó al bipartidismo con lo “viejo” y lo caduco, se calificó a la clase política tradicional con la “casta”, incluso se impugnó el eje de ubicación ideológica “izquierda-derecha”. Frente a eso se construían nuevos clivajes, lo nuevo contra lo viejo, el 99% frente al 1%. Nacía la nueva política protagonizada por jóvenes formados que enfrentaba a la casta y apelaban al conjunto de las clases subalternas amenazando al sistema con el optimismo de la voluntad. Se pretendía asaltar los cielos, y en alguna medida se consiguió. 

Siendo esto cierto, en este décimo aniversario se suceden las lecturas críticas del 15M en clave de “fracaso”, como si un ejercicio espontáneo de democracia radical pudiera evaluarse por unos logros determinados que, en realidad, nunca fueron planteados de manera concreta. Para muchas personas, los malestares estaban claros y las expectativas eran cuasi infinitas, pero los objetivos eran difusos. Aun así, el 15M obtuvo múltiples victorias.

En primer lugar, nuestras plazas recogieron y avivaron una mecha que continúa viva. Su eco traspasó tiempos y espacios. No podemos olvidar que el 17 de septiembre de 2011 centenares de personas decidieron plantar sus tiendas de campaña en Manhattan (Occupy Wall Street) y que posteriormente, desde Londres al Vaticano, pasando por Túnez, El Cairo, México DF, París o Bruselas vivieron la ocupación de sus calles o plazas en algún momento año. Y la protesta siguió con la Primavera Valenciana (2012), las dos huelgas generales de ese año, las importantes mareas por los servicios públicos y las marchas de la dignidad (a partir de 2012, 2013 y 2014), Gamonal o Can Vies, los impresionantes 8M y la nueva oleada feminista, las resistencias populares en lugares como Argentina (2017), la larga movilización de los “chalecos amarillos” en Francia (2018), los levantamientos en Haití, Ecuador, el Líbano o Chile (2019), hasta las protestas masivas de estos días en apoyo del pueblo colombiano y palestino. 

En segundo lugar, las plazas fueron un vivero de ideas y de propuestas, como las plasmadas en aquellos decálogos construidos colectivamente. Es importante remarcar que muchos de aquellos anhelos se centraron en temas como el cambio de la ley electoral, el control de la corrupción política, la eliminación de los privilegios de la clase política o el aumento de las vías de democracia participativa. Aquellas propuestas pusieron en el centro del tablero la existencia de una corrupción obscena, que debía denunciarse y combatirse. No en vano, la preocupación por la corrupción se disparaba en las encuestas de 2013, cuando la palabra “casta” permitía impugnar el sistema ya no desde las plazas sino desde las urnas. Sin embargo, la temática reivindicativa también incardinaba cuestiones de contenido económico-social, identificando a los bancos, a las bolsas de valores y a otros pilares del sistema capitalista como responsables de la crisis económica, por lo que fueron objeto de numerosas acciones de visibilización del movimiento. De manera similar, se trataron ampliamente la precariedad -sobre todo la juvenil-, los derechos laborales y la necesidad de una huelga general. Además, en aquellas plazas se lanzaron debates fundamentales, retomados años después, como la posibilidad de abrir un proceso constituyente en España.

El tercer éxito del 15M fue su capacidad para mutar, permear, imbricarse e impulsar múltiples luchas sociales. Recordemos cómo a lo largo de más de un año de debates, primero en las plazas y luego una vez el movimiento se descentralizó en forma de asambleas de barrios, universidades y comisiones, las distintas expresiones del movimiento han acabado absorbiendo una amplia amalgama de causas, contestaciones y desobediencias bajo las formas más diversas. Hoy, diez años después, es posible afirmar que entre las activistas de los movimientos sociales más potentes -feminismo, ecologismo, antirracismo y lucha por la vivienda- siguen encontrándose personas que vivieron, se politizaron o reinventaron su militancia con el 15M.

Pero por encima de todo, la tesis del fracaso de las plazas es reduccionista porque pone un plazo a algo que no ha terminado. El 15M fue parte del principio, apuntó posibilidades y tuvo la virtud de sacudir conciencias para ir abriendo lentamente la ventana de oportunidad del cambio, una ventana que ha permitido el comienzo de una transformación a la que le queda mucho camino por recorrer. 

La memoria es una herramienta transformadora. Si escuchamos y leemos las propuestas y los decálogos del 15M, muchas de sus reivindicaciones siguen siendo vigentes en un contexto en el que continúan los desahucios, la falta de vivienda digna, la desigualdad entre mujeres y hombres, la destrucción del medio ambiente, la exención fiscal de grandes fortunas y de poderosas transnacionales y el enriquecimiento de una extrema minoría frente a la precarización de las mayorías sociales; y más en unos momentos en los que la pandemia ha recalcado la importancia, el valor y la necesidad de los servicios públicos y todavía más en un mundo en el que crecen el neofascismo y los muros en lugar de los Derechos Humanos y los puentes. El 15M impulsó múltiples caminos y horizontes de esperanza que han hecho tambalear cimientos de un régimen obsoleto y en blanco y negro y de una democracia y una soberanía limitada. El 15M nos cambió, nos emocionó, nos ilusionó y nos enseñó. Pero todavía queda un largo camino por recorrer.

Hoy queda mucho del 15M y lo que soñamos en aquellas plazas sigue vigente. Nos llamaban utópicas pero sosteníamos que la utopía nos servía para caminar. Y aquí seguimos, impulsando la transformación social desde las calles, las plazas y las instituciones, hasta que la dignidad se haga costumbre.

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