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CV Opinión cintillo

Apaga y vámonos

Los muros del president Llorca

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Si descontamos al recién fallecido José Luis Olivas, que fue un presidente/puente, el titular del Palau que menos ha durado en el cargo ha sido Mazón. Es difícil hacerse un lío tan grande uno mismo, envolverse en un laberinto que continúa sin salida, desde el mismo día de la Dana. Claro que 229 muertos, la inmensa profundidad de ese temblor, con laberinto o sin, con restaurante o sin, con reflejos políticos o sin, suponen una dimisión segura, el adiós al Palau. Por responsabilidad hacia las víctimas y por responsabilidad ante la ciudadanía. Una purificación individual obligada que es al mismo tiempo una purificación colectiva. No se trata de establecer culpas sino de transformar radicalmente todos los supuestos. Mucho ha tardado. Ahora, entre la reforma -pasar el testigo- y la ruptura -elecciones- se ha optado por la reforma, como si se quisiera emular el espíritu de la Transición, que es un “espíritu” del que llevamos cincuenta años colgando: “el espíritu de la Transición”. La reforma tiene sus ventajas pero no alcanza a voltear la idea de una catarsis redentora. Pérez Llorca, el nuevo inquilino del Palau, viene del paisanaje popular, de los púlpitos municipales, de la alcaldía de Finestrat, y no cree uno que profundice en el alicantinismo/alicantonismo, que fue una de las patas cojas de Mazón, aunque no sé si Llorca considerará la capitalidad de Valencia y su radio de influencia cultural y terrenal como una virtud o como un maleficio. Por lo pronto, ya ha ido a visitar a la alcaldesa Catalá después del error de aquel cónclave de dirigentes “peperos” que dejó contemplar desnudos a los poderes regionales del PPCV, como si les hubieran pasado un rayos X o una de esas máquinas cósmicas curadoras de Lorena Saus. No hacía falta el “streptease”, ya nos hacían radiografías avanzadas los analistas finos con sus crónicas. El presidente Llorca es de Finestrat, ha quedado dicho, y pasada la sierra de Bernia, la Marina Baixa resbala hacia el sur, succionada por la ciudad de Alicante, mientras que la Marina Alta asciende hacia el norte, y se deja engullir por Valencia. Esto del pais, reino o región es una cuestión geográfica, de latitudes y montañas y ríos que a su vez se transforman en convicciones e idearios: aquello de la “superestructura” que se decía. Al nuevo presidente cree uno que le basta con alejarse de las chorradas que se han dicho sobre el valenciano y de someter el vernáculo a los castigos divinos y humanos, porque hay que pasar página de esta historia reverdecida por el Benacantil, o sea, que ha de haber un presidente/presidente y no un presidente metido a filólogo amateur, ya está bien de tonterías. Andabamos tan tranquilos hasta que los munícipes de Alicante comenzaron con la cantinela de la ciudad de “Alicante, castellanohablante”, cosa que el muy querido Toni Pérez, el alcalde de Benidorm y presidente de la Diputación, rechaza, y desde el estribillo de “Alicante, castellanohablante” fue ascendiendo la nueva cruzada camino del norte para castellanizarlo todo, como el Cid pero en lugar de bajar, subiendo. Germana de Foix, el patriarca Ribera y Felipe V no fueron tan eficientes. Aunque al patriarca Ribera, como perseguidor de las diferencias lingüísticas, culturales y étnicas y ejecutor de la expusión morisca y fiel tridentino quizá sería mejor casarlo con la derechona. La historia parece copiarse a sí misma. Pérez Llorca, que no es tridentino, ni vaticanista, y tampoco tiene moriscos a su alcance, ha de vigilar dónde está la modernidad y dónde está la caspa, dónde el polvo del provincianismo y dónde la calma acechante del costumbrismo sainetero. Los últimos años han sido muy saineteros, hablando de símbolos. A ver si vuelve la Generalitat y el Palau a europeizarse un poco y a mediterrraneizarse mucho y a quitarse de encima prejuicios localistas. Escalante era del Cabanyal y escribía sainetes en valenciano -éste o aquél valenciano no importa ahora- pero Carlos Arniches, que caricaturizó el madrileñismo, nació en Alicante y su obra traspasa el género sainetero, no dio ni una en vernáculo. Esta dicotomía sainetera de Escalante/Arniches transmite las dos almas valencianas y las dos geografías instrospectivas norte/sur, me parece a mí. Y en eso estamos. (Por cierto, Vox es como un comodín, les viene bien a todos. A Llorca le da el gobierno, y al gobierno central de Madrid le es muy útil porque le da discurso y estrategia contra el PP. No sé qué harían sin Vox).

Fuster dijo que la UPV (después BNV, después Compromís, después ya veremos) era un partido de “mestres i sabuts”. El PPCV, con Llorca en el Palau, es un partido de “poble”-y ya veremos si “per al poble”-, en el sentido orgulloso del término, mientras que con Mazón era un partido muy ensimismado entre Arniches, Gabriel Miró y la romería de la Santa Faz. De momento, la AVL continuará con el nombre y no con el nombre al revés, que el presidente Llorca parece haberse hecho fuerte ahí, y, aunque sea por ese lado, la presidenta Verònica Cantó podrá coger el sueño, porque es que parecía que se iba a repetir la historia de los comienzos del IVAM, cuando una parte de la derecha quiso que se llamara Instituto Moderno de Arte Valenciano (y no valenciano de arte), es decir, que el museo proyectara el arte moderno valenciano, como si esto fuera el Paris de entre siglos y el arte valenciano moderno ocupara un sitio universal en cantidad y calidad como para  levantarle un museo, daba lástima el asunto. Pues igual. Al presidente Llorca se le están pidiendo muchas cosas, pero cree uno que su misión consiste en una sola, que es restaurar la normalidad. Contemplar “los muros de la patria mía” para dejarlos como estaban, más o menos. Una tarea ciclópea.

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