Resetear sin banquillo
La era Pérez Llorca está en marcha. El proyecto para el año y medio que le queda a la legislatura se parece mucho a los anteriores. Pérez Llorca quiere resetear pero en los gobiernos no hay vuelta atrás y menos en un caso como el valenciano. Con el Consell no es posible situarse en la casilla de salida. El President ha elegido la continuidad, ha preferido no romper con el pasado o no ha podido hacer más. El nuevo gobierno valenciano cambia la cabeza y su entorno pero mantiene todo su cuerpo. Susana Camarero es el ejemplo del escaso retoque del equipo gubernamental. Premiada o, al menos, no castigada por su labor en el último año, acumula nuevas competencias, aunque pierde servicios sociales, la parte más sensible y mejor dotada presupuestariamente. A la mujer más visible del Consell le mantienen el rango y le encargan gestionar, pero le quitan la exposición de la portavocía, que asume Miguel Barrachina. La nueva cara visible de las reuniones del ejecutivo autonómico es un clásico del zaplanismo que volvió al poder valenciano con el retorno de Carlos Mazón. Presidencia asume la política lingüística mientras designa un portavoz tan poco bilingüe como sus dos predecesoras. Otro hombre que se une al President y al portavoz parlamentario para completar el triunvirato testosterónico. El cambio de tono que marca Llorca quizás impregne la nueva acción de gobierno y habrá que esperar para comprobarlo pero la foto del primer día se parece mucho a la que montó Mazón y ha salido mal. Puede que el nuevo President nos esté diciendo que el único problema del Consell era su líder pero también puede ser que las designaciones demuestren falta de recursos, autonomía o, simplemente, de banquillo.
Pérez Llorca ha dicho en varios de sus últimos escuetos discursos que no pueden perder tiempo para ponerse a trabajar tras el relevo en el Palau. Loable intención, la de actuar con decisión y celeridad ante las necesidades ciudadanas, pero las prisas dejan fotos movidas y mensajes contrarios a la esperanza en la nueva etapa. Resulta dolorosamente paradójico que quien demostró parsimonia para disfrutar de la sobremesa, pasear hasta el parking o esperar a la noche para acudir al Cecopi sea tan rápido en abrir la oficina a la que tiene derecho en su recién estrenada condición de expresident. Parece querer dar la razón a quienes le acusaban de tachar los días en el calendario para cumplir los plazos que le hacían acreedor de las prebendas. Como los extras que su grupo parlamentario ha corrido a otorgarle en una comisión en Les Corts. Cuando los populares explican que el plus lo tienen también todos sus compañeros se olvidan de que él no es un diputado más. Está señalado por muchos motivos, ahora también por unos miles de euros a cambio de la portavocía de una comisión inactiva. Su nombre asociado a la inacción. Qué oportunidad tan grande ha perdido el PP, con Pérez Llorca a la cabeza, para demostrar que han aprendido algo y que quieren trabajar de una manera diferente.
Mientras, seguimos viendo nuevos vídeos y ahora, además, se han inaugurado las actuaciones de Salomé Pradas, con wasaps incluidos. Versiones que retratan a la imputada y su relato aprendido, evidencian que cambia una exclusiva por un micrófono donde contarlo sin las muchas réplicas que merece y que, sobre todo, alargan la incomodidad que al President le va a generar elevar la mirada a la última fila de su grupo y seguir viendo allí al portavoz de la comisión de Reglamento. El peso del jarrón chino es más lastre que nunca.
El nuevo-viejo Consell está inevitablemente ligado a la dana. Cada comparecencia en comisión supone un descrédito para aquel cacareado “gobierno de los mejores” y del que hay demasiados supervivientes. Escuchar al conseller Rovira, su tono, cómo se ha referido a un funcionario muerto, la tranquilidad con la que revela que se marchó a casa el día 29 o su pregunta retórica sobre si debe proteger a profesores y alumnos hace daño a las víctimas, a los ciudadanos y, por supuesto, a la inteligencia y a la mínima sensibilidad que se le presupone a cualquier servidor público. Quienes así hablan siguen en el gobierno valenciano, por falta de poder interno en el partido de quien los ha refrendado o por imposibilidad de encontrar a otros. El equipo vuelve a depender en exceso del líder, con la única esperanza de que cuesta imaginarse a Pérez Llorca haciendo una comparecencia en el Congreso como las de Mazón o Rovira.
Por mucha sensación de provisionalidad o de proyecto viciado que transmita este panorama de continuidad, la oposición corre el riesgo de continuar como si nada hubiera pasado. Se equivocarán si no entienden que las dimisiones vacían lentamente los sacos del punch. Se les puede seguir pegando pero cada vez con menos efecto. Ellos sí deberían centrar su labor en construir una alternativa cara a unas elecciones que hoy probablemente perderían, pese a los muchos dardos que le tiren a la foto casi repetida del gobierno valenciano. La vigilancia y la persecución no deben cegar la necesidad de construir un proyecto. No deberían menospreciar al rival porque, aunque sea desde la debilidad, en breve demostrará si su impronta implica mejores resultados que la permanente confrontación buscada por su antecesor. La actitud con las víctimas y la reunión con Pedro Sánchez son dos mensajes sobre el futuro. Conviene pensar en el horizonte electoral más que regocijarse en que casi nada ha cambiado, porque la misma sensación de ahora la pueden tener el día siguiente de las elecciones.
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