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Pedro Sánchez y los ataúdes coreanos

José Manuel Rambla

Definitivamente la mayoría de los partidos aspiran a que la próxima campaña electoral se desarrolle fuera de España. El PP pretende que la confrontación se produzca en el hiperespacio, un lugar vacío, similar a las pantallas de plasma donde Mariano Rajoy se encuentra tan a gusto flotando entre esos buenos datos estadísticos que paradójicamente condenan a los españoles a nuevos recortes al dictado de Bruselas, o nuevas vueltas de tuerca en los derechos laborales como las que reclama el Banco de España. Por su parte, Albert Rivera se entrega a fondo para que la campaña se focalice en Venezuela donde el perverso Nicolás Maduro conspira para hacerse con el trono de España.

Esta postura de los neoliberales pata negra es comprensible dado su empeño en mantener a la ciudadanía en realidades paralelas, lo más alejadas posible de una cotidianidad de palo y tente tieso económico, político y social. Sorprende mucho más, sin embargo, comprobar el entusiasmo con que el aspirante socialista a la supervivencia –perdón, a la presidencia– se empeña en llevar la campaña hacia latitudes coreanas. Obviamente, Pedro Sánchez no está pensando en el régimen de Pionyang, donde el entrañable Kim-Jong-un debe estar a punto de engrosar las filas de supuestos financiadores de Unidos Podemos. No, el líder socialista parece moverse más bien influenciado por algunas de las nuevas prácticas que hacen estragos en Corea de Sur.

La presión competitiva acosa a los ciudadanos con tanta inclemencia desde la escuela al trabajo, que el lejano país asiático lidera los índices internacionales de suicidio. Por eso, Jeong Young-mun, un avispado emprendedor dispuesto a encontrar nuevos nichos de negocio desde los que promover la responsabilidad social corporativa, ha ideado un nuevo servicio para ayudar a combatir esta lacra: ofertar la vivencia de la muerte para que quienes la conozcan aprendan a valorar más la vida. Para ello organiza funerales para vivos, que deberán pasar por el difícil trago de escribir una carta de despedida a sus seres queridos antes de ser introducidos en un ataúd donde reflexionar sobre la vida. Una iniciativa que ha tenido gran acogida entre los empresarios coreanos a los que sale más barato proporcionar a sus trabajadores esta experiencia fúnebre que mejorar sus condiciones de vida.

Pues bien, alguna vivencia de este tipo ha debido protagonizar Pedro Sánchez para explicar su errático comportamiento que le asemeja a un personaje de Edgar Alan Poe obsesionado por un sorpasso que acabe enterrándole vivo. Sólo que en su caso la aprensión por el ataúd parece haberle transformado en una especie de zombi que deambula desorientado. No es extraño por ello que su primer desliz lo cometiera en Sitges, ciudad del cine de terror por excelencia, donde todo el mundo entendió que facilitaría la presidencia a Rajoy. Después se haría un lío con sus propuestas para Cataluña que algunos interpretaron como una cesión al contubernio separatista. Él lo negaría todo, aunque con poco éxito. Es el problema que tienen los zombis, que no son demasiado convincentes con la oratoria.

Hay que admitir, en honor a la verdad, que este síndrome del muerto viviente no es exclusivo del candidato del PSOE, sino que está muy extendido entre la socialdemocracia europea. Prueba de ello lo tenemos en las calles francesas que andan estos días revueltas con la antropofágica reforma laboral de unos François Hollande y Manuel Valls que parecen enfrentar la resistencia de la izquierda y el avance de la extrema derecha con las convulsivas coreografías del mítico Thriller de Mickel Jackson. Por no hablar del Pasok griego, zombi enterrado tan profundamente que es incapaz de salir a la superficie. O Felipe González, ese aficionado a los lujos faraónicos resignado hoy a la simple condición de momia.

En el caso de Pedro Sánchez, sus asesores parecen haber optado por maquillar sus inclinaciones zombis potenciando su supuesto lado bueno, su perfil presidenciable. Es sin duda una apuesta arriesgada, especialmente cuando, como parece, el voto útil comienza a cambiar de lado. El perfil nos remite a la simbología de los triunfadores. No en vano, es la imagen elegida por emperadores, reyes y caudillos para estampar su rostro en medallas y monedas. Pero el perfil también es la fría silueta que el escultor deja grabada en las lápidas. Seguro que ante las dudas Susana Díaz ya está ensayando por si tiene que actuar de plañidera.

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