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País de puteros

Raquel Miralles

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“¿Alguien es capaz de imaginar que una mañana, de pronto, una mujer se levanta y decide ser puta?” Quien hace la pregunta es El Músico, que después de traficar con más de 1.700 mujeres, incluidas menores, lo tiene claro: “No hay prostitución que se ejerza libremente”. Los datos le dan la razón. Según la ONU, nueve de cada diez prostitutas en España ejerce en contra de su voluntad. El otro 10 por ciento, probablemente, lo hará por la pobreza o la precariedad. Aun así, miramos hacia otro lado y casi el 80 por ciento, según el CIS, cree que la compraventa de servicios sexuales es inevitable.

Vivimos en una cultura de la prostitución. Quizás algo haya tenido que ver la operación orquestada por los proxenetas para lavarle la cara al “negocio”. El Músico confiesa en el libro de Mabel Lozano, El proxeneta, que fue un abogado valenciano quien propuso crear la Asociación Nacional de Empresarios de los Locales de Alterne (Anela) con el objetivo de convencer a la ciudadanía de que las mujeres llegaban por voluntad propia, que eran libres para dejarlo y que, además, ganaban mucho dinero. El portavoz de la asociación, “que se paseaba de plató en plató defendiendo lo indefendible”, en palabras de El Músico, era José Luis Roberto, líder de España 2000.

Hace una década que en Holanda se legalizó la prostitución y que en Suecia se implantó un modelo abolicionista. Las conclusiones de comparar ambas opciones son interesantes: en el país nórdico, donde se criminaliza al cliente, los compradores de sexo han bajado del 14 al 8 por ciento, mientras que en Holanda, las mafias han aumentado. ¿Y en España? Podemos afirmar sin miedo que vivimos en un país de puteros. Lideramos la clasificación europea de demanda. El 39 por ciento de los españoles se ha ido de putas, frente a la media que es del 19 por ciento, según estudios de Naciones Unidas. Tenemos, incluso, el puticlub más grande de la Unión Europea. Y como la prostitución es alegal, poco se puede hacer, más allá de sancionar la prostitución callejera a través de las ordenanzas municipales y de la ley de Seguridad Ciudadana. En Valencia, la Policía Local solo multó a 17 clientes en 2017.  

Los expertos coinciden en que no se puede desvincular el tráfico de mujeres y niñas de la prostitución. La trata nace para responder a la gran solicitud de servicios sexuales. De ahí, que la solución no pase por la prohibición, sino por la erradicación de la demanda. Hay que enfocar a los verdaderos protagonistas, que pasan desapercibidos y son casi invisibles: los clientes. Ir de putas es una práctica integrada. Los hombres, cada vez más jóvenes, acuden a estos clubs, aunque sea a tomar una copa. ¿Por qué? ¿Es entretenimiento? ¿Es necesidad biológica? No nos equivoquemos, solo es un ejercicio de poder. Los hombres buscan tener a una mujer a su entera disposición, convirtiéndola en un mero objeto de consumo. Llamemos a las cosas por su nombre, no es libertad sexual, es esclavitud y no sois clientes, sois cómplices.

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