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¿Qué hacer con la última sirena antiaérea de la Guerra Civil en Valencia?

La última sirena de la Guerra Civil en Valencia, frente a la Finca Roja

Lucas Marco

Valencia —

El periodista Eduardo Haro Tecglen era un crío cuando escuchaba en Valencia las sirenas que advertían a la población de los inminentes bombardeos de la aviación fascista italiana aliada del ejército franquista. “En Valencia, desde que sonaban las sirenas cuando se aproximaban los barcos o los aviones hasta que cayeran los primeros proyectiles, daba tiempo de vestirse y arreglarse un poco para la pequeña reunión del sótano”, recordaba el fallecido escritor en El niño republicano (Alfaguara, 1998).

Por toda la ciudad, el Gobierno instaló 25 sirenas que se convirtieron en un elemento más del mobiliario urbano, explica la guía de la Valencia republicana editada por la Universitat de València. “El objetivo -sostienen sus autores, los divulgadores Lucila Aragó, José María Azkárraga y Juan Salazar- era que la población civil tuviese conocimiento, con la suficiente antelación, de la llegada de aviones enemigos y pudiese guarecerse en los refugios antiaéreos”.

El 28 de julio de 1937, un decreto del Ministerio de Indalecio Prieto crea la Junta de Defensa Pasiva de Valencia, que será dirigida por el alcalde, Domingo Torres, según cuentan las historiadoras Andrea Moreno y Tatiana Sapena en la revista Debats. Fueron construidas en una fábrica barcelonesa y, a principios de 1937, El Mercantil Valenciano anunció su instalación y las consiguientes pruebas para su puesta en funcionamiento.

La única de las 25 sirenas que queda en pie en Valencia está situada en el edificio que hace esquina entre la calle Martínez Aloy y la plaza del Pintor Segrelles. El inmueble, tapiado hasta el entresuelo, ha sido comprado por inversionistas inmobiliarios. Sólo resiste activa una farmacia en el bajo.

El destino de la sirena es incierto. Según fuentes municipales consultadas, los arqueólogos del Ayuntamiento de Valencia, que dependen del área de Cultura, tienen previsto desmontar la sirena para restaurarla. De momento, no se ha tomado una decisión definitiva sobre su destino aunque un portavoz de la concejalía de Gloria Tello indica que se trata de un Bien de Relevancia Local.

“Desde el punto de vista patrimonial, lo que tiene sentido es que, si el edificio no desaparece, se mantenga la sirena en el sitio, quizá con una placa informativa”, declara a este diario el especialista José María Azkárraga, que ha documentado buena parte del patrimonio de la II República en Valencia. Tras la contienda, el motor desapareció pero la sirena quedó prácticamente intacta y aún es visible desde la calle aunque, sin placa informativa alguna, pocos vecinos conocen la historia de este llamativo objeto.

La versión digital de la guía urbana de la Valencia republicana señala que “mediante amplificadores de sonido orientados hacia el cielo que permitían oír con mayor antelación la llegada de los bombarderos y proyectores emplazados en diferentes zonas de la ciudad, se intentaba detectar la presencia de aviones enemigos y se daba el aviso al puesto de mando central de observación antiaérea situado en la parte superior del Miguelete”. Desde allí, y mediante radio y teléfono, “se daba la alarma para hacer sonar las sirenas antiaéreas”, añade.

El divulgador José María Azkárraga apunta que las sirenas “estaban en puntos altos para que la alarma se oyera desde todos lados en las diferentes barriadas”. En el caso de la última sirena en pie, el refugio más próximo, sostiene el especialista, estaba situado en la Finca Roja (llamada Casa Roja durante la Guerra Civil). El singular edificio construido a principios de los años 30 -obra del arquitecto Enrique Viedma Vidal- contribuyó “a la mejora de las condiciones del alojamiento de la clase obrera”, según explica el Colegio de Arquitectos de Valencia. Seis plantas bajas del conjunto residencial acogieron una colonia de niños y niñas madrileños refugiados en la capital del Turia durante la Guerra Civil, según informó el semanario Crónica.

El poeta cubano Nicolás Guillén, que asistió en 1937 al Congreso de Escritores Antifascistas celebrado en la ciudad, escuchó el mismo día de su llegada el sonido de las sirenas: “bonita recepción…”, escribió. Prestos, el poeta y los demás escritores bajaron del hotel Palace de la calle de la Paz, donde se alojaban, al refugio. Tal como evocó Guillén, “al cabo de cierto tiempo —en este caso pudo haber sido una hora— sonaron las sirenas nuevamente, lo cual quería decir que el peligro había cesado”.

Pero los inmisericordes bombardeos sobre la ciudad se repetían: “en la madrugada volvieron las sirenas a sonar y se repitió el espectáculo, sólo que en condiciones más modestas, pues sin duda la gente tenía más sueño que por la tarde. Mientras la alarma duró, se oyeron los disparos de los antiaéreos y, a espacios regulares y profundos, los de las bombas fascistas”, recordó.

Las mismas escenas se reproducían en toda la ciudad. El arquitecto comunista Carlos Llorens, que vivía cerca de la Gran Vía Germanías, recordaba en La guerra en Valencia y en el frente de Teruel (Fernando Torres, 1978) que “cuando la sirena de los servicios antiaéreos daba la alarma, mi familia, juntamente con los demás vecinos de la casa y de la barriada, corría al refugio, donde permanecía hasta la señal de cese de la alarma”.

La última sirena resiste, de momento, el paso del tiempo. El lugar que ocupa se transformará, previsiblemente, en áticos de nueva construcción.

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