Estas son las alternativas más ecológicas al entierro y la cremación

Ataúdes en una funeraria

Darío Pescador

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Los egipcios momificaban a sus muertos. Los vikingos los quemaban a bordo de un barco. Los monjes budistas del Tibet tienen un rito funerario ancestral que seguramente sea el más pacífico y ecológico, a pesar de su aparente crueldad. Se llama “entierro en el cielo” o “jha-tor”.

El ritual consiste en colocar el cuerpo del difunto en la cima de una montaña o en otro lugar elevado, donde queda expuesto a los elementos y a los buitres y otras aves de rapiña.

Las aves y otros animales consumen la carne del cuerpo, dejando sólo los huesos, que se trituran en trozos pequeños y se mezclan con harina de cebada, mantequilla de yak y otras sustancias para crear una mezcla llamada “tsampa”, que se esparce al viento, simbolizando la impermanencia y fugacidad de la vida.

En España el enterramiento tradicional en nicho está siendo remplazado por la incineración. Según los últimos datos de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios, la incineración es la opción elegida para más del 41% de los fallecimientos en España, y se espera que llegue al 60% en 2025.

Pero ¿cuál es el impacto para el medio ambiente de nuestras costumbres funerarias? Cualquiera que sea la opción, enterramiento o incineración, el problema no está en el cuerpo del difunto, que es materia orgánica biodegradable, sino en el ataúd.

La legislación española obliga a que todos los cadáveres sean enterrados en su ataúd, pero, de forma incomprensible, también es obligatorio que la cremación sea dentro de un ataúd.

Los ataudes, caros y contaminantes

Los ataúdes suelen ser de madera dura, metal y otros otros materiales que no se degradan fácilmente, y además están tratados con barnices y colas. Estas sustancias pueden contribuir a la contaminación del suelo y las aguas subterráneas en el caso de los enterramientos.

En el caso de la cremación, son necesarias grandes cantidades de energía y combustible para el horno crematorio, a lo que se suman las emisiones de la quema del ataúd y los productos químicos usados en su construcción, que se expulsan a la atmósfera.

En total una cremación emite 245 kg de carbono, bastante más que lo que seguramente pesaba la persona fallecida. Además, una parte de las sustancias tóxicas del ataúd también se quedan en las cenizas, que contienen cantidades apreciables de metales pesados.

Si estas cenizas se esparcen al medio ambiente, pueden contaminar el suelo y el agua, por muy romántica que nos parezca la ceremonia de dejar que los restos de nuestro ser querido floren con el viento en su lugar preferido en la tierra.

En algunos países se están empleando ataúdes biodegradables fabricados con cartón, y colas y otros materiales respetuosas con el medio ambiente. Esta podría ser una solución a la contaminación producida por los ataúdes en España.

La empresa RestGreen fabrica desde hace años ataúdes ecológicos que tienen un coste de entre 100 y 200 euros, mucho menos que los que ofrecen las funerarias habitualmente, que raramente bajan de los 1.000.

Pero RestGreen no lo ha tenido fácil. Durante muchos años se les negó la homologación, especialmente en las comunidades autónomas de Madrid y Castilla-La Mancha. Cuando consiguieron homologar sus productos, las empresas funerarias negaban a los clientes la posibilidad de utilizarlos. RestGreen ha esquivado el obstáculo ofreciendo su propio servicio funerario, a un coste menor que lo habitual en otras empresas.

Compostaje humano

La legislación en España impide la opción más ecológica, que es prescindir del ataúd, pero no ocurre así en otros países. En Estados Unidos, Nueva York se convirtió el pasado enero en el sexto estado en legalizar el compostaje humano, junto con Washington, California, Colorado, Oregon y Vermont.

El procedimiento también es conocido como “reducción orgánica natural”, y utiliza calor y oxígeno para acelerar el proceso microbiano que convierte los cadáveres en abono.

El proceso está copiado del que utilizan los ganaderos para compostar los cadáveres de animales. Los restos se colocan en un contenedor hermético con materiales naturales como paja y virutas de madera y se inyecta oxígeno para acelerar la descomposición.

El compostaje de un ser humano lleva entre 30 y 50 días y se calcula que sólo consume una octava parte de la energía necesaria para la incineración. Además, es un sumidero de carbono, en lugar de un emisor de gases de efecto invernadero.

Actualmente, el compostaje humano no está disponible en ningún país europeo. Pero hay un movimiento social para hacerlo posible. Una asociación franco-belga quiere introducir un proceso llamado “humusación”, es decir, convertir los cadáveres en humus, la parte fértil de la tierra.

El cuerpo se depositaría en una parcela de tierra segura y vallada sobre un lecho de materia orgánica, y cubierto con paja, hojas muertas y recortes de césped y se dejaría reposar durante cuatro meses. Transcurrido este tiempo, se enviaría a una persona cualificada para retirar los objetos como empastes o marcapasos y triturar los huesos.

En Irlanda, una empresa llamada Pure Reflections ofrece una “cremación con agua”. El cuerpo se sumerge en una solución alcalina que se calienta, lo que descompone rápidamente el cadáver en sus componentes químicos, que son aminoácidos, péptidos, azúcares y sales. Quedan solo los huesos, que se trituran y se entregan a la familia en forma de un fino polvo blanco.  

Las alternativas a quemar (carísimas) cajas de maderas nobles junto con los restos de nuestros seres queridos existen, pero hay una gran resistencia por parte de las autoridades y las empresas funerarias, a pesar de que cada vez más gente desea que su muerte sea más natural.

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