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'Viñetas' en vendas de momias y una Rúe del Percebe medieval: así leíamos cómics hace miles de años

Códice Tro-cortesiano o Código Madrid. Siglo XVI-XVII. Museo de América, Madrid.

Francesc Miró

Que el tebeo forma parte indispensable de la historia del arte, es algo que pocos podrían rebatir. Que su influencia, estilo y ascendencia se remontan a miles de años  atrás en nuestra historia, ya puede suscitar en muchos arqueo de cejas.

Sin embargo, unir el estudio de la historia de la humanidad a la viñeta no es algo nuevo: la primera exposición dedicada al cómic ya intentó hacerlo. Fue en 1967, cuando Claude Moliterni y Pierre Couperie, comisarios de Bande dessinée et figuration narrative en el Louvre, quisieron relacionar el cómic con “una tendencia muy antigua, muy importante y completamente olvidada de la evolución del arte”, desde los relieves narrativos egipcios hasta las expresiones gráficas medievales.

Pasó que la idea no gustó al museo, y aquello se sustituyó por cuadros pop más acordes con el París de un año antes del mayo del 68. Sin embargo, ahora la Biblioteca Nacional escarba en nuestro pasado con Beatos, mecachis y percebes: miles de años de tebeos en la Biblioteca Nacional. Y lo hace con una exposición que se plantea, además, como un gran cómic en el que uno va recorriendo viñetas. Estancias que bien podrían ser habitaciones como las que representaba Ibáñez en 13 Rue del Percebe, sólo que en lugar de pasar del tendero tacaño al doctor chapuzas, pasamos de un códice maya a las vanguardias francesas del XIX.

Beatos: el tebeo como objeto religioso y de élites

“Los nombres de cada parte del recorrido expositivo suenan a onomatopeya española, como si de una viñeta de Bruguera se tratase”, explica Enrique Bordes comisario y museógrafo de la exposición a eldiario.es. “Me gustaba la idea de llegar al posible visitante apelando a su curiosidad, pero también a su intuición y a su memoria”, cuenta. De hecho, el título Beatos, mecachis y percebes resulta llamativo, y  resuena en la memoria del espectador,  pero difícilmente imaginaríamos verlas estampadas en las paredes de la Biblioteca Nacional.

“La primera parte relaciona la viñeta con la religión de forma inevitable”, cuenta Bordes. “No sólo porque los estamentos religiosos poseían los medios para dibujar, sino porque ellos habían comprendido el poder de las imágenes para contar historias a un público analfabeto a través de las estampas, los retablos y las figuras”, describe el también autor del ensayo Cómic, arquitectura narrativa.

Así, en la fase de Beatos vemos expuestas vendas de momia sobre las que se dibujó, de forma secuencial, figuras que representaban diferentes capítulos del Libro de los Muertos. O uno de los cuatro códices mayas conocidos en el mundo: el Códice Madrid, que bien podría ser una extensa novela gráfica de 112 páginas que narra gestas de la civilización desaparecida en tiras vegetales plegadas. Porque eso es lo que son los dibujos de ambas piezas: tiras dibujadas, que -no es casualidad- es como se conoce al cómic en Francia -Bande dessinée-.

También podemos encontrar estampas grecorromanas en las que se narra mediante la misma fórmula narrativa el triunfo de César o se representa la vida de Aquiles. Y  si con la decadencia de Roma vino la del rollo de pergamino, también llegó el auge del códice. Al tiempo que los documentos religiosos e históricos empiezaban a reunirse en las bibliotecas de los monasterios de la civilización occidental. Así, en  obras de la Edad Media, como los Comentarios al Apocalipsis del Beato de Liébana, ya se pueden leer las ilustraciones “una unidad narrativa, concentrada alrededor de un relato de carácter religioso”, cuenta Bordes.

Alrededor de los siglos XV y XVI, empezamos a ver en libros xilográficos como Lancelot du Lac,  las Comoediae de Publio Terencio Africano o  Calila y Dimma de Pablo Hurus -impresor alemán afincado en Zaragoza-, una convivencia entre ilustraciones y textos que dialogan entre sí como si de las cartelas narrativas de un cómic de Spider-Man se tratase.

Más tarde, vidas de santos y beatos se secuenciarían en grabados y publicaciones de la época mediante un texto que acompañaba y ordenaba la acción a lo largo de ilustraciones escructuradas en páginas con una arquitectura semejante a la del cómic moderno. Se convertían así las publicaciones del XVI en antecedentes directos del auca y la página ilustrada que se consolidaría en el siglo XIX.

Mecachis: el tebeo del pueblo para el pueblo

La segunda fase de la fantástica exposición de la Biblioteca Nacional explora la llegada de otro tipo de ideas narrativas a las protoviñetas. Estas ya no cuentan grandes gestas o milagros, y tampoco están sólo al alcance de un lmitado grupo social. Narran la realidad. Ilustran guerras, satirizan sobre la política de su tiempo y unen fuerzas con la comunicación y el periodismo. Además, pertenecen -por cuatro peniques-, al vulgo. Es la historieta industrial. Son los Mecachis.

A lo largo del silgo XIX se popularizan las aucas o aleluyas, consideradas un precedente claro del tebeo. Muchas veces, eran pensadas para ser recitadas en representaciones callejeras, declamadas en la mayoría de ocasiones por personas invidentes acompañadas de lazarillos -de ahí que se las conozca como 'romances de ciego'-. También podían verse en papeles colgados cual ropa tendida, en una cuerda en algún rincón callejero: los llamados 'pliegos de cordel'.

En ambas “se consolida otra forma de narrar: alejándose de las virguerías y las ansias de virtuosismo de siglos anteriores, y centrando sus esfuerzos en componer imagen y texto para poder ser leídos dentro de una página”, cuenta Bordes. “Como durante largas etapas de su historia, el cómic no fue respetado como arte, a veces tampoco sentía respeto por la sociedad en la que se expresaba. Así, desde la historietas del XIX se subvertían muchos de los preceptos de la época”, cuenta Bordes.

“También es cierto que con cada avance, se pierde algo. En el siglo XIX, la democratización de las técnicas de reproducción y de la información provoca un paulatino desprestigio del hecho de contar algo con imágenes”, explica. Al mismo tiempo que el signo de los tiempos las aleja de figurar entre las artes, también las acerca al pueblo. Y debiéndose sólo a su público, muchos creadores dieron rienda suelta a su imaginación.

Así, en las paredes de la exposición encontramos ejemplos como Aleluyas del triángulo o Historia de D. Miguel, pero también obras de exponentes de la ilustración para libros infantiles como Heinrich Hoffman o Wilhelm Busch. También ejemplares de La Caricature que bien podrían ser un precedente de 13 Rue del Percebe. ¿Y de España? Eduardo Sáenz Hermúa, también conocido como Mecachis, el apodo con el que se bautiza esta parte del recorrido histórico.

“Mecachis fue un pionero del tebeo en muchos sentidos”, explica Bordes. “Él dio con muchos hallazgos a la hora de pensar un espacio para sus historietas, pero también de reivindicar que el cómic podía estar en un museo”. Buena fe dan de ello historietas como la de Los Inteligentes, publicada en 1894.

Percebes: una perspectiva de la contemporaneidad

Y llegamos así a la última etapa del viaje que propone Beatos, mecachis y percebes: miles de años de tebeos en la Biblioteca Nacional . Hablamos de nuestros días. “De una generación amplia de artistas del siglo XX hasta nuestros días, que siguen capturando la historia del ser humano en viñetas rompedoras y fascinantes”, cuenta el comisario y museógrafo de la exposición.

Encontramos en este espacio expositivo -llamado Percebes en honor a la creación de Francisco Ibáñez-, obras de Gerd Arntz, que conseguía capturar las diferencias generacionales en la representación muda pero narrativa de espacios arquitectónicos.

También de Lancelot Hogben, pacifista que, horrorizado por las heridas sociales aún no sanadas tras la Segunda Guerra Mundial, se empeña en crear un idioma universal basado en representaciones gráficas simples de conceptos complejos. El británico, junto con Otto y Marie Neurath, publicarían obras como Interglossa o The Wonder world of Earth and Sky, esenciales para entender parte del cómic de autor contemporáneo.

Todo sin olvidar, claro está, la huella de publicaciones como TBO o Tíovivo en la cultura popular de nuestro país. Tampoco el trabajo de creadores como Vázquez, Ibáñez, Urda, Benejam u Opisso.“En la búsqueda de imágenes que nos muestran cómo estructuramos discursos para contar historias, en España llegamos irremediablemente a TBO”, cuenta Bordes. “Con la publicación semanal de TBO, y las obras de sus dibujantes, España conseguía crear una realidad paralela que contaba la historia cotidiana de un país muy parecido al nuestro”.

Y más adelante, a poco que nos desembarazemos de la nostalgia, descubriremos también un espacio dispuesto con la intención última de reivindicar algunos nombres propios del tebeo español actual. Gente que está aportando nuevas miradas al cómic patrio. Figuran así obras de Ana Galvañ, Juan Berrio, Álvaro Ortiz, Carla Berrocal o Miguel Brieva.

Tras el viaje, el visitante habrá recorrido miles de años en pocos pasos. Y tendrá la sensación de haber asistido a un viaje en el tiempo acelerado que puede dar cierto vértigo, pero que en el fondo viene a reclamar un espacio museístico para el tebeo de ayer y hoy. Uno que dignifique y reivindique el papel humanístico y social de la viñeta desde el respeto y el rigor.

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