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El 'culo' necesario en cada edición de los premios Turner

Mónica Zas Marcos

La promesa más joven del palmarés del Turner se ha impuesto en el premio. Helen Marten es conocida dentro del sector por unas instalaciones donde aúna elementos tan inverosímiles como bastoncillos de algodón con raspas de pescado. Ayer, en una gala celebrada en Londres y emitida por la BBC, su collage recibió los 30.000 euros de la dote y se alzó entre las obras de arte moderno más aplaudidas del mundo. Pero no será su nombre el que se recuerde en esta última edición.

Ese puesto lo ostenta un culo de seis metros que ha invadido los titulares durante seis meses. El gancho mediático es evidente, pero también es parte de una estrategia estudiada por el sector para asegurarse un interés público. Cada otoño, desde hace casi treinta años en Reino Unido, se escucha hablar del Turner en las típicas charlas con un taxista o en las colas del supermercado. Tanto en las islas británicas como en España, los creadores contemporáneos sufren un gran escepticismo hacia su forma de entender el arte. Por eso, esta fascinación transitoria es todo un acontecimiento.

La controversia es parte de la receta del éxito entre los británicos y los comisarios del Turner lo saben. Este año ha sido el culo de la discordia, pero otros fueron los cuadros pintados con heces de elefante o una cama deshecha cubierta de bragas sucias. A la élite del arte moderno no le molestan los insultos, es más, se ríen de las críticas sin fundamento por no captar la argucia de su obra. Pero además disfrutan de las ventajas de aparecer en los medios que normalmente no dan cabida a ese tipo de arte y en las tertulias más vistas de la televisión.

Esto se debe en gran parte al apadrinamiento del Channel 4, que emite la gala y ofrece programas especiales en prime time como aperitivo. También ha crecido el interés de los publicistas en campañas que animen al público a “juzgar tú mismo” las piezas en la Tate Gallery. Aunque algunos lo critiquen, la curiosidad por ver en vivo y en directo un culo gigante sirve como excusa para dar a conocer a estos jóvenes artistas.

Polémica sin compromiso

El problema de esta dinámica, según los expertos en arte contemporáneo, es que se está perdiendo uno de los principales intereses del Turner: el compromiso político. “Claro que no están obligados a hacer un arte politizado, o que explore momentos sociales, culturales o económicos contemporáneos. Pero, después de una crisis financiera y en un presente de austeridad, el premio destaca más aún por su fracaso al no comprometerse con el sector”, escribió en The Guardian el presentador de la gala, Morgan Quaitance.

El periodista se refiere a una época de recortes mundiales que ha tomado a las artes como primera víctima de la tala. Esta situación ha llevado en Reino Unido a la demolición de galerías y el cierre de museos. Además, como en nuestro país, el aumento del precio de las matrículas en 2012 hizo que desapareciesen varios cursos y proyectos artísticos. Eso sin contar que la opción de Humanidades en el instituto estuvo a punto ser diluida entre las de ciencias y letras.

Por todo lo anterior, la parte del sector que no goza del mainstream espera que estos premios aprovechen su momento de gloria para denunciar. Aunque siempre hay excepciones que se hacen con el premio (como el colectivo Assemble del año anterior), no es la tónica general. Solo uno de los participantes en esta edición dirigió su obra al momento sociopolítico que viven los británicos más desfavorecidos.Línea de pobreza del Reino Unido para dos adultos y dos niños: veinte mil cuatrocientas treinta y seis libras esterlinas el 1 de septiembre de 2016, de Michael Dean, es una de las que menos atención ha recibido.

Miles de euros al peor artista

La tendencia del espectáculo comenzó en 1990, cuando el premio fue declarado desierto porque los Turner estaban perdiendo el rumbo y no generaban ningún interés. En ese momento los artistas comenzaron a mostrar su preocupación por las políticas internacionales, la lucha contra el racismo y el tratamiento del sida, o las movilizaciones sociales. Lo hicieron Damien Hirst y su cuadrilla del Brit Art de forma caricaturesca y muy rebelde.

Su tiburón encerrado en una pecera de formol puso en jaque a toda la industria más allá del Atlántico y dibujó una línea de conducta. Hirst presentó el animal al Turner en 1992 y no ganó, pero aún hoy es la obra de un artista vivo mejor pagada del mundo. Fue el culo de su generación. Tal cantidad de prensa internacional se acercó a ver la vitrina, que la K Generation creó dos años después el Anti-Turner Prize como protesta. El galardón ofrecía el doble de dinero que su adversario y premiaba la peor obra de los finalistas.

No sirvió para nada. En realidad fue la mejor campaña publicitaria que el Turner pudiese desear, por lo que las siguientes ediciones fueron aún más polémicas. Quedan las crónicas del estiércol de elefante de Chris Ofili, los condones y detritos en la cama de Tracey Emin, la boca luminosa de Madonna, o la película porno de Fiona Banner que el príncipe Carlos condenó y Banksy defendió.

Con el paso de los años, estas representaciones artísticas se han convertido en un juego mediático, donde los periódicos invitan a celebrities a comentar en sus columnas y la BBC elige a presentadores cada vez más conocidos para la gala. Pero, más allá de las provocaciones, se habla de arte contemporáneo. Por eso es seguro que cada año tendremos nuestra ración de culos en los premios Turner.

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