El cómic que rescata al dibujante perdido de la Transición para mostrar su cara oculta
Ángel de la Calle (Molinillo de la Sierra, Salamanca, 1958) es un verso suelto en el cómic español. Muy vinculado a la literatura y en la organización de la Semana Negra de Gijón desde hace años, se inició como dibujante en su juventud, durante los años 70, en diversos fanzines y revistas underground. En los años 80 publicó en algunas de las revistas más importantes, como Comix Internacional o Zona 84. Los años 90 no le fueron muy propicios, pero, ya en el nuevo milenio, suya fue una de las obras que pueden considerarse inaugurales en la etapa de la novela gráfica: Modotti. Una mujer del siglo XX (2003-2005), sobre la célebre fotógrafa, traducida a varios idiomas.
A ese cómic le siguió Pinturas de guerra (2017), que le valió el premio a la mejor obra española en el Salón del Cómic de Barcelona. Esta “trilogía sobre la cultura española”, en palabras del propio autor, se cierra ahora con La caja de Pandora. Vivir y morir en la transición (Garbuix Books, 2025), un cómic en el que vuelve la vista a su adolescencia militante en las Juventudes Comunistas y que construye un diálogo entre presente y pasado.
Aunque son frecuentes las obras que abordan la Guerra Civil y la dictadura, no resulta habitual encontrar cómics sobre la Transición. Ángel de la Calle apunta en conversación con este medio que “durante unos años fue un tema que no interesaba tocar demasiado”. “Hacen falta editoriales que tengan el valor de publicar este tipo de libros, muy políticos —prosigue—. Pero también estamos en un momento en el que el cómic tiene una deriva quizás un poco más banal en los temas que trata, probablemente como reflejo de la sociedad”.
El hilo conductor de la obra es la búsqueda por parte del Ángel de la Calle que protagoniza el cómic, en clave autoficcional, de un dibujante perdido de la Transición, Juan Ángel. Erróneamente, el Diccionario del cómic español y su uso (2000), coordinado por el escritor y teórico Jesús Cuadrado, le atribuía a Ángel de la Calle el nombre de Juan Ángel como uno de sus pseudónimos, lo cual lo motivó a intentar encontrarlo. “El error tiene cierto sentido, porque los dos estábamos más o menos en la misma época y en Gijón. Él era tachista y yo puntillista, además. Yo también hacía cosas al principio relacionadas con la poesía visual y con un tipo de cómic más vanguardista para la época, como él”, explica De la Calle.
“Pero me quedé pensando que ahí había una historia”, añade. Cuando empezó a indagar, descubrió que no había ninguna información en internet, y, al preguntar a gente de la época, nadie sabía nada, o pensaban que era el propio Ángel de la Calle. “Revolví entre las cajas que tengo con panfletos y fanzines de esa época y fui detectando las pocas historias que publicó, y me di cuenta de que había mucho más de lo que parecía, ya que reflejaba otra cosa, otra cara de la misma generación a la que yo pertenecía”, explica el dibujante. La producción de Juan Ángel se limita a un puñado de historias cortas, pero que aparecen en “obras básicas para entender el movimiento underground en España”, como la revista Star o Purita.
Relacionado de algún modo con el poeta Haro Ibars, Juan Ángel es autor de una obra disidente, de difícil encaje en el tiempo inmediatamente posterior a la Transición. “A través de él podía hablar del cambio político y social, pero también confrontarlo con lo que estaba haciendo yo en esa época”, explica el dibujante. Así, la obra se mueve entre los años 2010, con un maduro Ángel de la Calle indagando sobre el paradero de Juan Ángel, y mediados de los años 70, con su versión adolescente participando en las protestas contra el franquismo, pero a punto de abandonar el cómic más comprometido para publicar historias más fantásticas en las nuevas revistas que iban a surgir.
“Y así llego a la dialéctica de apocalípticos (Juan Ángel) e integrados (yo)”, afirma. “Es evidente que yo de integrado no tuve nada, porque no alcancé el éxito, pero esto no es un libro de historia, sino una novela”, matiza De la Calle. “Yo soy tanto personaje como narrador, y como narrador puedo añadir partes de la historia a la que no llega el personaje”, añade. Así, se introduce una coda en la que muestra el destino de Juan Ángel durante los años 80.
Cuestionar la Transición
En estos días de conmemoraciones por el 50 aniversario de la muerte de Franco, se reaviva el debate en torno a la Transición y su supuesto carácter modélico y pacífico. Ángel de la Calle cuestiona esa visión al centrarse en la sociedad civil y en la militancia de a pie, precisamente lo que suele olvidar cierto discurso sobre el periodo, que escoge centrarse en unas pocas figuras políticas. “Eso no fue verdad”, afirma rotundamente De la Calle. “Cuatro o cinco tipos podían ser los que decidían, pero había una ebullición en ese momento en el país, pidiendo algo diferente. Yo en ese momento solo llevaba un año en las Juventudes Comunistas, pero los que eran mayores que yo estaban igual. La gente estaba en la calle: si no, habría sido imposible la reforma. Pero, como dice uno de los personajes, la izquierda no tenía nada pensado cuando muriera Franco”, explica el autor.
“Había ilusión por el cambio, aunque hoy sabemos que Estados Unidos nunca iba a permitir una revolución de los claveles como en Portugal, y estaba decidido cómo iba a ser nuestra Transición”, desarrolla De la Calle. Sin embargo, el autor de La caja de Pandora también habla del miedo de una generación marcada por la incertidumbre. “La clave es el miedo que teníamos todos. Esos fanzines que hacíamos eran ilegales. Ahora los podrán llevar al Reina Sofía, pero entonces los llevaron a juicio”, ironiza.
En ese juego entre la ilusión y el miedo se explica el título de la obra: “Algunos esperaban que la Transición fuera como la lámpara de Aladino, que la frotabas y salía el genio para concederte deseos. Pero lo que pasó fue más bien la caja de Pandora, que se abrió y salió toda la peste del mundo, y solo quedó la esperanza. Y cuando tienes esperanza, tienes miedo”. El curso de los acontecimientos tras la muerte del dictador y la aplicación de una reforma pactada y paulatina desanimó a gran parte de la militancia de izquierdas.
La gente cayó en lo que se ha dado en llamar desencanto, en alusión a la película de Jaime Chávarri El desencanto (1976) sobre la familia Panero, tal y como se explica en el propio cómic, en el que ese proceso tiene un lugar importante, y en el que se muestran diversas conversaciones que sintetizan las diferentes posturas en torno a la estrategia que siguió la izquierda. Y, más concretamente, el Partido Comunista, que renunció a la bandera republicana y aceptó la monarquía como garante de la democracia. “Cuarenta años vagando por el desierto y al final no hay nada”: así resume De la Calle la vivencia de toda una generación de luchadores antifranquistas. “Esa es la historia del PCE —continúa—, pero sin ellos no habría habido ni siquiera la reforma pactada. Entonces el PSOE no era nada, y los demás grupos comunistas orbitaban en torno al propio PCE”.
“¿Cómo le explicas tú a alguien que se ha comido diez años de cárcel para ahora aceptar la bandera de Franco?”, se pregunta el autor de Modotti. “Yo no lo puedo explicar”, confiesa. Se trata de una generación a la que “se le pidió que olvidaran demasiadas cosas, hasta olvidarse de ellos mismos”, en palabras de De la Calle, que pone de ejemplo a los cantautores antifranquistas. “El viaje de Ítaca (1976) de Lluís Llach fue el disco más vendido de su año; pero, poco después, ya había pasado de moda”.
Y lo que queda tras esos años, en opinión de Ángel de la Calle, es la diversión pura, desideologizada. “Cuando llegó la Movida, solo quedó la parte que más le interesaba al poder, la diversión, lo brillante. Si ves a los protagonistas de la Movida, salvo Pedro Almodóvar, casi todos han acabado siendo del Partido Popular. Triunfa el colorín y el oropel, cuando más bien es una etapa absolutamente gris”, resume el dibujante. Pero también lo hace extensible a la cultura de la propia Transición, que atravesaría un gran cambio. “Vázquez Montalbán pasó de ser el gran escritor de izquierdas de la época a hacer libros hablando de comidas. Adquiere más fama como culé y gourmet. Eso es lo que va quedando”, lamenta.
El cómic no permaneció ajeno a esas dinámicas: tal y como se aprecia en las páginas de La caja de Pandora, las nuevas revistas del bum del cómic adulto, salvo excepciones, apostaron por contenidos menos comprometidos políticamente, y más centrados en la ciencia ficción, la aventura o el terror. Diversión y escapismo a los que los autores como Ángel de la Calle tuvieron que adaptarse. “Era inevitable que en el cómic nos pusiéramos a hacer otro tipo de obras, porque era lo que había”, recuerda. “Estábamos teniendo un retroceso, de hecho. Hasta que apareció Maus, de Art Spiegelman, y los autores de L’Association en Francia, que reinventaron el cómic desde la autobiografía, buscando el realismo desesperadamente”, reflexiona.
Cuando hablamos de la Transición, de la Guerra Civil o incluso de Felipe V, hablamos de ahora: la historia tiene que estar en el centro de la actualidad
Ángel de la Calle es de los pocos autores, junto con Carlos Giménez, Max y algunos más, que continúan en activo desde los años 70. Y eso le da cierta perspectiva: “Yo he tenido la suerte de estar en el movimiento underground y en el de la novela gráfica, y me parece que aquellos polvos trajeron estos lodos, hay mucha relación. Pero en medio había que descomprimir, era necesario, seguramente, ese cambio de rumbo, tras la conciencia de haber sido derrotados”.
Hoy, el dibujante defiende la necesidad de discutir el relato edulcorado de la Transición que les llega a los jóvenes —“que es el de Cuéntame, la serie que encargó Aznar para imponer una sola versión”—, así como la necesidad de la historia para entender el presente: “Cuando hablamos de la Transición, de la Guerra Civil o incluso de Felipe V, hablamos de ahora: la historia tiene que estar en el centro de la actualidad”. Con eso en mente, la lectura de su cómic se vuelve un tanto amarga, con todos esos protagonistas que dejan atrás la militancia y se integran en el sistema, pero también con aquellos que nunca lo hicieron y pagaron el precio.
“La historia de la Transición, como decía Haro Ibars, es la historia de una generación bífida: o acababas ministro, o acababas muerto en un portal con una dosis de heroína”, sentencia De la Calle. Sin embargo, el autor también defiende que, tras la llegada de la democracia, siempre se mantuvo un cierto movimiento de resistencia. “Aunque no ha tenido voz”, matiza. “Algunos no nos desencantamos nunca, lo que pasa es que éramos conscientes de que íbamos perdiendo”, concluye el dibujante.
0