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Repatriar y remediar: la descolonización de los museos españoles que evita el Ministerio de Cultura

'Monumento a la Hispanidad', creado por Agustín de la Herrán Matorras e inaugurado en 1971 delante del Museo de América

Peio H. Riaño

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Sin España, Latinoamérica seguiría siendo un continente atrasado. Esa es la idea que defiende el monumento que recibe al público del Museo de América: la escultura de un jinete que rescata del suelo a una mujer, representa a España evangelizando América. La bienvenida anticipa el recorrido por una institución que no ha iniciado el viaje por la descolonización de sus salas, donde se expone una pequeña parte de las más de 25.000 piezas que atesora traídas desde América. Es la colección más importante sobre historia y arqueología americana en suelo europeo y Francisco Franco la inauguró, en 1965, para enaltecer la evangelización de América, defender la hispanidad y para ensalzar la labor colonial española. La institución estatal tiene pendiente una profunda revisión de sus métodos narrativos: ¿cómo exponer y contar objetos de otras culturas más allá de lo exótico?

“En mi opinión, el proceso de descolonización de los museos implica revisar la manera de pensar esos objetos. Se trata de incentivar un cambio en el modo de entender las colecciones y sus contextos, de afrontar su estudio, su exhibición, de revalorizar el papel de los colectivos invisibilizados, de entender la función en su contexto original de producción y esto implica aprender de los otros, trabajar de forma más empática”, explica Andrés Gutiérrez Usillos, conservador de museos estatales desde 1999 y comisario de exposiciones como Trans. Diversidad de identidades y roles de género, en el Museo de América, en 2017.

El experto cuenta que la descolonización de los museos existe “nos guste o no”. “Es imparable, porque forma parte de un proceso contemporáneo necesario”, añade. Señala el miedo que ha causado en la sociedad española más conservadora el anuncio de la creación de una comisión ministerial por la descolonización. A finales de octubre, en Sevilla, en las conferencias organizadas por el Ministerio de Cultura, el director del Museo Nacional de Antropología, Fernando Sáez, avisó de la constitución de este equipo, en los encuentros Cuerpos y culturas. Diversidad étnico-racial, participación cultural y convivencia. Este periódico ha tratado de hablar al respecto con Sáez, pero ha preferido declinar por el momento la conversación. Semanas después del anuncio, el ministro de Cultura, Miquel Iceta, en comisión de Cultura del Congreso de los Diputados anuló cualquier posibilidad de revisión museística con una pregunta retórica que marcará su paso por la cartera: “¿Cómo se descoloniza un museo?”.

Nuevas sensibilidades

Esa pregunta marcó el final del debate. Al menos, en el Ministerio. “Hay que renegociar la presencia de los objetos con nuevas experiencias y prácticas. Los objetos deben adaptarse para resignificar significados y afectos entre personas, objetos y lugares. Los objetos son inmóviles, a pesar de los cambios sociales y hay nuevos modos y nuevos motivos de relación”, explica Clementine Deliss, que entre 2011 y 2015 fue la directora del Museum Weltkulturen de Fráncfort, que alberga más de 67.000 objetos traídos de África, el Sudeste Asiático, América y Oceanía. Durante su experiencia trató de generar nuevas e inesperadas interpretaciones, para romper con las clasificaciones cronológicas y geográficas tradicionales. “Necesitamos acabar de una vez con una visión del mundo separado y jerárquico, para llegar a una multiplicidad, creatividad y valor más allá del exotismo”, escribe Deliss en su ensayo The Metabolic Museum.

Deliss muestra un museo del futuro como un laboratorio activo y crítico, que se relaciona y se deja intervenir por los agentes extraños a la institución. El objetivo es claro: intentar remediar las colecciones colonialistas. Habla de enterrar, repatriar y remediar las instituciones. Y hacerlo, dice, es comprometerse con el malestar, la duda y la melancolía. Pero también activar un necesario proceso de revitalización de las nuevas sensibilidades. La especialista fue despedida antes de que pudiera culminar la conversión del museo-almacén en museo-laboratorio, como un centro educativo y crítico con las culturas materiales de las sociedades no europeas.

¿Qué hacemos con los restos humanos?

Aunque la sociedad española más conservadora y el Ministerio de Cultura no quieran hacerse estas preguntas, en el Museo de América se conservan dos momias que apelan a comunidades vivas y herederos. “¿Qué hacemos con estos restos humanos?”, se pregunta Andrés Gutiérrez. Hasta el año 2000, en el Museo Darder de Historia Natural, en Banyoles (Girona), se exhibía una persona disecada, con una lanza y un escudo. Al bosquimano lo llamaban “el negrito disecado”. Era un ser humano que había sido desollado y rellenado, después de haber profanado, en 1830, el cuerpo de su tumba, cerca de Ciudad del Cabo (Sudáfrica). El museo tardó en comprender que ese hombre disecado debía ser enterrado, no expuesto. El debate reparó la violencia colonilista que había defendido el centro hasta ese momento.

“Si en vez de ”descolonización“ se hubiera denominado a la supuesta comisión no existente como ”revisión histórica de la adquisición de las colecciones“ quizá hubiera provocado menos miedo, pero centrando el tema en uno solo de los aspectos de los que hay que tratar”, indica Andrés Gutiérrez, que aboga por revisar la forma de aproximarse a los objetos. “Que para ello se cree una comisión, como para tratar cualquier tema importante, no me provoca ningún miedo. Al contrario. ¿Si niego el problema, o no lo quiero ver, el problema deja de existir?”, se pregunta el conservador.

¿Cómo hacer para que las colecciones que fueron reflejo y celebraron los imperios coloniales vuelvan a ser relevantes en la ciudadanía actual? La artista Sandra Gamarra fue censurada por la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid en su exposición Buen Gobierno por incluir dos términos claves en este debate: “racismo” y “restitución”. La artista hispanoperuana indica a este periódico que es necesario dejar de presentar los bienes de otras culturas como fetiches de lo exótico. “Mientras no cambie nuestra visión del mundo, no podremos relacionarnos con esas otras culturas sin fetichizarlas. En otras palabras, no es solo un problema del museo, es también un problema de nuestra forma de entender la vida”. El cambio está más en el ojo que mira que en lo que mira, asegura.

La restitución de los bienes

Gamarra cree que la restitución de bienes no depende del museo, sino de las sociedades que reclaman los bienes. Precisamente, la corte Constitucional colombiana encontró en 2017 motivos suficientes para obligar al Gobierno colombiano a reclamar a España la devolución del Tesoro de los Quimbaya, el icono del Museo de América compuesto por 121 piezas doradas, que fue un regalo del presidente Carlos Holguín a la reina María Cristina, en 1893. El presidente sin oposición decidió entregar a España el tesoro, sin consultar al Congreso. El Tribunal Constitucional colombiano considera que el regalo queda invalidado por este motivo y que se debe reclamar a España el bien.

En 2017 el presidente Emmanuel Macron cambió de parecer sobre la restitución de bienes africanos en los museos franceses y abogó por su devolución. Era un ajuste de cuentas decolonial que algunos museos británicos y alemanes habían asumido con el caso de los bronces del palacio real de Benin, en la actual Nigeria. Miles de placas y esculturas de bronce que decoraban el palacio fueron saqueadas durante la invasión y masacre que cometieron los británicos, en 1897. La mayoría del botín está repartido entre Gran Bretaña y Alemania. El arqueólogo Dan Hicks, profesor en la Universidad de Oxford, ha publicado Brutish Museums, un ensayo en el que desvela cómo algunos museos, los más brutish, han evadido las cuestiones éticas relacionadas con sus piezas africanas, para seguir facturando beneficios al turismo. El British Museum ahora se justifica como proveedor de “cultura mundial”.

Hicks cree que la exhibición de estos bienes robados sólo es una parte del problema. Los otros son la forma en la que se muestran y la reticencia de los conservadores a divulgar sobre lo que se sabe de su procedencia. Explica que atravesamos “el fin de la inocencia y la complicidad”, porque hemos descubierto que los museos no son contenedores neutrales ni custodios del patrimonio universal. “Son monumentos propagandísticos de la superioridad occidental”, explica el arqueólogo. Por eso reclama una revisión de las descripciones eufemísticas de la violencia colonial, no solo la restitución. El saqueo debe aparecer en las cartelas y textos del museo. Quiere que el museo haga reflexionar al público sobre la “ultraviolencia colonial”.

Denunciar, escrachear, gritar...

María Galindo es integrante de Mujeres creando, una organización feminista anarquista, en La Paz (Bolivia), y sostiene que la necesidad de intervenir el museo “es irrenunciable, lo mismo que repudiable como institución”. Es partidaria de devolver las piezas, pero no basta con eso. “Creo que hay que hacer de todo: denunciar, escrachear, gritar, remediar, discutir, remover. Mi sueño mayor es hacer una acción en el atrio del Museo de América, cuyo discurso ni siquiera asume el de Bartolomé de las Casas”, explica a este periódico por correo electrónico.

Galindo define los museos como instituciones reaccionarias y ancladas en los cánones del siglo XIX, casi templos coloniales y racistas. “La retención para retener objetos robados y exhibirlos como propios, además con los nombres coloniales de los ”descubridores“, es parte de una rutina de rapiña. Quiero aprovechar para denunciar que para la muestra ”Principio Potosi“, en el Museo Reina Sofía, el Museo de América se negó a prestar el cuadro Entrada del Virrey Morcillo a Potosi (1716), de autoría de un pintor potosino. El argumento fue que la pintura no salía por la puerta del museo, pero tenían miedo a quedarse sin la pieza”, cuenta Galindo.

En 2018, Georg T. A. Krizmanics, de la Universidad Complutense de Madrid, publicó El Museo de América: ¿un instrumento para la política exterior española?, donde apunta que “la única justificación para la existencia del Museo de América sería constituir un facilitador de la reflexión sobre el pasado colonial de España en las Américas”. Además cree que debería desmitificar la metáfora del puente y cuestionar el ideario que esconde la misma. De ese modo, dice, arrancaría un proceso de reflexión que fortalecería el desarrollo democrático de sociedades unidas y separadas por el pasado colonial compartido y sufrido.

El pasado molesto

Hay más pasados colonialistas en España. El Museo Nacional de Antropología conserva colecciones procedentes de Guinea y de otros territorios africanos o asiáticos. España participó en la guerra de la Cochinchina, entre 1858 y 1862, con intención colonial. Las colecciones contemporáneas se han formado en tiempos recientes y quizás deberían ser revisadas. “El debate sobre la descolonización es indudablemente muy positivo”, sostiene el conservador Andrés Gutiérrez. “Si hablamos de descolonización de los museos, los primeros que tendríamos que expresar nuestra opinión somos los técnicos que trabajamos en ellos y no he tenido ocasión de escuchar o de leer a alguno”, añade Gutiérrez.

Es imprescindible erradicar la violencia del museo y convertirlo en un lugar de la memoria, para terminar con la presentación de estas culturas como claramente primitivas que niegan a estas zonas saqueadas un lugar en el mundo contemporáneo. “Hay que entender que la memoria tampoco es un valor universal y que, por tanto, el museo no puede cubrir las expectativas de todos. La posesión de los objetos es sinónimo de conquista, superioridad y autoridad para contar la historia”, la artista explica Sandra Gamarra.

“No hay pedagogía de este asunto”, dice Andrea Pacheco, investigadora y curadora, integrante de la plataforma de proyectos FelipaManuela. Cree que el problema desborda a los museos y es un debate inevitable, que afecta al conjunto de la sociedad y todas sus instituciones: “En España existe lo que algunos artistas y colectivos vienen llamando amnesia colonial”. No interesa recordar, añade, la parte negativa de un pasado que generó sufrimiento, muerte, dolor y el aniquilamiento de culturas y comunidades completas. “Como indica Bendict Anderson los estados nación son comunidades imaginadas y en este relato imaginario no había lugar para la barbarie que fue aquello. En la serie de Raoul Peck Exterminate all the brutes, una pieza audiovisual que debería ser de obligado visionado en las escuelas, se entiende con mucha claridad cuál fue el papel de la corona española en el origen del sistema racial colonial que aún habitamos”, cuenta Pacheco.

Un estudio reciente de FelipaManuela, realizado por los investigadores José Ariza y Yeison García y titulado La diversidad étnico racial en las instituciones culturales de la Comunidad de Madrid, demuestra la ausencia de creaciones de personas migrantes y racializadas, además de la falta de programación que refleja la diversidad existente. “En este momento donde el debate ha trascendido a otros espacios de poder, me parece que el foco no debe estar en los museos, creo que la pregunta hoy debe ir más allá del campo del arte, la cultura y sus instituciones. ¿Está preparada la sociedad española para este proceso? ¿Será capaz la sociedad española de adaptarse a las transformaciones que requiere la contemporaneidad, incluyendo los debates de género, de raza, de memoria y de identidad?”, Pacheco deja la pregunta en el aire.

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