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Análisis

Qué tiene que ver Taylor Swift con tus prejuicios, la extrema derecha y el PIB

Los fans animan durante el concierto de la cantante y compositora estadounidense Taylor Swift en el Estadio Luz de Lisboa, Portugal
27 de mayo de 2024 22:22 h

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“Me pone enferma correr todo lo rápido que puedo mientras me pregunto si hubiera llegado aquí antes si fuera un hombre”, dice la canción The Man. Taylor Swift llega a España para dar sus dos conciertos en Madrid y en su enorme equipaje pesa, no solo la ropa para sus cambios de vestuario durante el show, sino también una carga invisible pero poderosa, la de los prejuicios. Su éxito es arrollador, su talento, también. Pero basta con hacer una breve encuesta entre conocidos para que afloren las ideas que la señalan como una chica rubia que hace música insustancial, comercial en el peor sentido del término, irrelevante cultural y políticamente. Una niña tonta encumbrada por quién sabe qué y quién.

Hace al menos ocho años que Taylor Swift abandonó la tibieza y la neutralidad en la que había vivido hasta ese momento para convertirse en algo radicalmente distinto: una mujer que dirige su carrera, que despliega talento como compositora de canciones y es tremendamente prolífica, llena estadios, hace dinero, habla de acoso sexual, hace campaña contra Donald Trump y critica la laxitud de las leyes sobre armas. Letra a letra, decisión a decisión, Swift ha conseguido derribar los prejuicios de muchos, pero su poder creciente y la idiosincrasia del fenómeno swiftie ha hecho que algunas de esas ideas arraiguen aún más. Agota sus entradas en minutos, su música reina en el top de lo más escuchado y sus composiciones reciben todo tipo de alabanzas, pero, bah, su público son sobre todo mujeres y hombres gays.

La cantante Zahara reconoce que ella misma tuvo prejuicios con Taylor Swift. “Pensaba que hacía una música que era insulsa, sin trasfondo, que no aportaba nada, y fue un prejuicio terrible porque no me había parado nunca a escucharla y en cuanto lo hice y le dediqué un poco de tiempo a escuchar sus canciones, a leer sus letras y ver lo que le había pasado se me desmontó todo. Ahí hay una escritora muy buena de canciones, implicada, potente”, explica. En su álbum Puta, Zahara incluyó una canción llamada Taylor, que compuso precisamente para agradecerle a Swift haberle salvado el confinamiento y reconocer la manera en que su música y sus letras le habían servido como impulso en un mal momento.

Zahara cree que, más allá de eso, la figura de una mujer poderosa que, además hace pop, incomoda. “Ella maneja lo que hay detrás de su imperio. Es autora, compositora, cantante, el cerebro que está detrás de todo, y además es joven y guapa, y creo que eso impacta a mucha gente o hace que le acusen de cosas”, dice la cantante. Por ejemplo, que su pop es malo, que es demasiado ambiciosa o que es un juguete de la industria, a pesar de que Swift regrabó sus canciones para retomar el control (y los ingresos) sobre ellas después de que un empresario se hiciera con los derechos de sus primeros discos. “Cuida a sus fans y sabe hacer dinero de su arte, le gusta el dinero y bueno, está en la cuna y la cumbre de turbocapitalismo, EEUU, no creo ni que hiciéramos esa crítica si fuera un hombre y me parecería sesgado señalárselo a ella sin hacer una crítica a la sociedad en general”.

Los prejuicios que sufre Taylor Swift tampoco son nuevos. La musicóloga experta en género Laura Viñuela recuerda que Madonna ya los sufrió allá por los ochenta, aunque con algunas diferencias. Si Madonna hacía de la provocación y la transgresión performativa su seña de identidad, la imagen de Taylor es más bien poco transgresora. “Es rubia y guapa, viene del country estadounidense, era una niña buena que parece que se ha ido de las manos”, dice. Viñuela también afirma que haberse convertido en “una máquina de triunfar” mientras mantiene un “papel incontestable como autora y creadora” desata comentarios y críticas llenas de sesgos. “El rol más masculinizado en la música es justo el de la composición, que parece que lleva toda la carga de la genialidad, y ella es una gran compositora. Sufre la manera en la que se trata a las mujeres con muchísimo éxito y que además hablan abiertamente y toman decisiones y tienen poder. Son un ejemplo que incomoda porque se salen de muchos cánones”, agrega.

De amor, desamor y muchas otras cosas

Entre la comunidad swiftie se dice que Taylor Swift tiene una canción para cada momento de tu vida. “Yo diría que casi para cada momento del día. Es una contadora de historias universales que conectan con muchas mujeres que, a pesar de vivir realidades muy diferentes a la de una cantante multimillonaria, se identifican con ellas”, comenta la periodista feminista del medio uruguayo La Diaria y swiftie Stephanie Demirdjian. Esa gran conexión con el público femenino tiene mucho que ver, opina, con la estigmatización de Swift y su música.

Está de acuerdo la cantante Zahara: “La juzgan por el hecho de que tenga tantas fans, en femenino, y chicos gays. Es un fandom mal valorado por la sociedad, es como si tienes muchas fans pero bah son chicas”. Ese juicio se extiende a su propia comunidad de fans, a las que se menosprecia. Nunca será lo mismo para una mujer, especialmente delante de un hombre heterosexual, hablar de su gusto por Taylor Swift que de su furor por Soziedad Alkoholika o Bruce Springsteen.

“Se la toma como una rubia boba más que parió la industria yanki y que canta cosas de nena. Es una manera de despreciar el arte de las mujeres, sobre todo cuando la artista le habla especialmente a las mujeres. Probablemente esas personas no se detuvieron nunca a escucharla más allá de dos hits ni a leer sus letras”, defiende Demirdjian, que señala la capacidad de Swift para crear historias llenas de imágenes y recursos narrativos, “algo no tan usual en la música que se escucha hoy en día”. Más allá del amor o las rupturas, las letras de Taylor Swift hablan del deseo, de la soledad, de la depresión, de amigas, de madres, de poder y dobles raseros machistas.

El cantante y poeta Marwan también alaba a Swift, en quien ve a una artista “con ganas de salirse de los pitches del pop e ir más allá, con inquietudes poéticas” frente a la imagen de Barbie con canciones vacías. “Quizá en otro momento hizo un pop más festivo y con menos contenido pero en sus últimos años hay mucha profundidad, hay canciones preciosas con melodías y letras increíbles. Hay quien dice que antes era una niña buena y ahora quiere aparentar un malditismo que seguramente no tiene. A mí eso me da igual, para mí lo importante es que las canciones sean reales y toquen cosas que pertenezcan a la vida, al ser humano. En sus canciones puedo reconocer situaciones, imágenes que identifican muy bien un contexto, una sensación, un tipo de relación”, describe. Entre ellas está Cardigan, de su álbum Folklore de 2020, que Marwan califica como una de las mejores canciones del pop de los últimos años en la que Swift mezcla folk y pop para hablar de un amor que se fue.

De la neutralidad al pronunciamiento

Durante años, la propia Taylor Swift cultivó su imagen de niña buena que no se metía en problemas, es decir, en política. Eludía pronunciarse sobre cualquier asunto espinoso o hacía declaraciones en las que tiraba de tópicos. Eso cambió a partir de 2017, cuando, al calor del Me Too, contó el episodio de acoso sexual que sufrió con el DJ francés David Mueller y llevó el caso ante los tribunales (ganó). En su documental Miss Americana cuenta como, por entonces, debatió con su entorno profesional y familiar salir del armario político que muchos le aconsejaban no abandonar para evitar las consecuencias.

Lo hizo: “En el pasado he sido reacia a expresar públicamente mis opiniones políticas, pero debido a varios eventos en mi vida y en el mundo en los últimos dos años, me siento muy diferente al respecto ahora. Creo en la lucha por los derechos LGTB, y que cualquier forma de discriminación basada en la orientación sexual o el género es incorrecta. Creo que el racismo sistémico que todavía vemos en este país hacia las personas de color es aterrador, repugnante y prevaleciente”, publicó en sus redes. La compositora rechazaba así la candidatura de varios republicanos como gobernadores y se pronunciaba contra Trump, al que ha criticado después en más ocasiones. Esas ideas llegaron a su música, con letras que animaban a la juventud a votar y promover cambios sociales, o con canciones en las que el feminismo y la crítica a los dobles raseros están muy presentes.

Este The Eras Tour que llega este martes a Madrid ha pasado antes por decenas de ciudades dejando un rastro económico y hasta político nada desdeñable. Swift aterrizó en Buenos Aires quince días antes de que Argentina tuviera que decidir entre Javier Milei y Sergio Massa. Inspiradas por el pronunciamiento de la cantante contra Trump y los recortes de derechos, grupos de swifties lanzaron comunicados, pegaron carteles y llevaron camisetas o pulseras identificando a Milei con el líder republicano. “No podemos no dar la batalla luego de haber escuchado y visto a Taylor dar todo para que la derecha no gane en su país. Como dijo Taylor: tenemos la necesidad de estar en el lado correcto de la historia”, decía en un comunicado el grupo Swifties contra La Libertad Avanza, el partido que, no obstante, ganó las elecciones.

El impacto de su gira para la economía estadounidense fue tal que la Reserva Federal incluyó el fenómeno en uno de sus informes de 2023. El documento hablaba del impulso económico que el tour había dado a las ciudades por donde había pasado, por encima de eventos similares, y a sectores como el entretenimiento, el turismo o la hostelería. Algunas estimaciones, como la de Bloomberg, señalaba que la actividad de Swift aportó unos 4.000 millones de euros al PIB de EEUU. El fenómeno se ha bautizado como Swiftonomics y supera a su país de nacimiento: México, Canadá, Australia o Japón también atribuyeron a la gira de la artista un inusual estímulo económico.

El Premio Nobel de Economía Paul Krugman analizó en una columna, ya no el impacto de Swift en la economía, sino si sus ganancias deberían ser mayores. Su conclusión: a pesar de ser una de las pocas cantantes milmillonarias, Taylor Swift gana menos de lo que habría conseguido en otra época. Eso sí, Krugman no es swiftie. Quizá porque todavía no ha escuchado My boy only breaks his favorite toys, de su último disco, en la que la compositora hace que podamos cantarle a esas relaciones intermitentes y destructivas que dejan la autoestima al nivel de la evolución de los salarios.

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