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Los padres de Educación Especial alertan de los problemas de no asistir a clases: ni fisioterapia, ni logopedia y retrocesos en el aprendizaje

Alumnos de Educación Especial en una imagen de archivo.

Ángel Villascusa

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Desde que se decretó el cierre de los centros de educación de Castilla y León el pasado 23 de marzo, los niños (y los padres) han tratado de seguir el currículo desde casa. La Junta de Castilla y León, como otras administraciones, ha puesto en marcha una plataforma para que los alumnos tengan acceso a material educativo en línea, y los profesores se han volcado, en muchos casos, para que lo que queda de curso no se pierda. Sin embargo, tener que ausentarse varios meses del colegio no supone lo mismo para todos los niños.

“La brecha entre los niños de educación especial y el resto de alumnos se va a agrandar estos meses”, sentencia por teléfono Mariano Muñoz, presidente de la Asociación de Familiares de Alumnos Corazón Verde de Valladolid y padre de un niño con un 65% de discapacidad intelectual. La Confederación de Federaciones de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnado de Centros Públicos de Enseñanza de Castilla y León (CONFACAPAL) advirtió de la situación la semana pasada e instó al Gobierno autonómico a tomar medidas.

Los niños de educación especial suponen un 17% total de los alumnos de esta Comunidad, pero sus necesidades no son las mismas que las de los alumnos neurotípicos. Porque en estos centros además de tener un currículo adaptado importa qué se enseña y cómo se enseña. “Los profesores les dan afecto y cariño; están pendientes, les ayudan y se preocupan de que progresen”, señala este padre. Por eso la falta de clases presenciales se ha convertido en un problema.

“La profesora ha hecho un grupo de WhatAapp y nos manda correos casi todos los días. Nos ha enviado tareas de música para trabajar con él y el profesor de educación física, ejercicios para hacer en casa”, señala Luis Ruiz, padre de Diego, un chico de 16 años con síndrome de Down que asiste al Colegio de Educación número 1 de Valladolid. Sin embargo, “no es lo mismo”, la buena voluntad de los profesores llega donde llega y el trabajo en casa no siempre es fácil.

“A mi hijo le cuesta ponerse a hacer las tareas. Estos chicos se acostumbran a no hacer nada, y para ellos no es lo mismo que una profesora esté encima a que lo esté su padre”, señala por teléfono. Con todo, estos dos padres son conscientes de que tienen relativamente más suerte que otros progenitores. Para los hijos de Luis y Mariano un ordenador o una tablet es suficiente si están encima de ellos. Pero otros no corren esa suerte.

“Hay mucha diferencia entre niños. Hay algunos que necesitan ordenadores adaptados o sillas especiales para moverse. Este material está en los centros. En casa poco pueden hacer los padres”, explica Mariano Muñoz. Esta distinción, explican ambos progenitores, va a permitir que sus hijos “solo” se estanquen; pero hay casos en los que los chicos y chicas “van a sufrir retrocesos”.

Es el miedo que tiene Jonatan Fraile, padre de una niña de nueve años con síndrome de Phelan-McDermid, “el único caso de Valladolid”, cuenta por teléfono. Fraile teme que los tibios avances que ha logrado su hija gracias al colegio se queden en nada. “Me da miedo que mi hija tenga un retroceso en el control de esfínteres”, explica. Este caso muestra por qué la educación especial va más allá de una educación tradicional. “Esta situación nos va a machacar”.

“Nuestros hijos no van a la escuela para aprender a sumar o a restar: necesitan fisioterapia o logopedia. Eso es lo que falta ahora y desde casa no podemos trabajarlo”, resume. Los profesores le han enviado, por ejemplo, ejercicios para practicar la pronunciación, pero es incapaz de seguirlo desde casa. “Por mucho que me expliquen cómo tiene que hacer los movimientos de la boca y cómo trabajar los músculos no es lo mismo. No tengo esa formación”, resume.

El problema no es sólo que tengan que dedicar más tiempo que el resto de padres, algo a lo que ya están acostumbrados, el problema es que además se ven en una tesitura desconocida. “Yo reviso sistemas de climatización, no puedo teletrabajar y mi mujer, que trabaja en una sucursal, tiene que ir dos semanas al mes todos los días”, relata Fraile. Con los colegios cerrados, la única alternativa que tienen es llevar a los niños con los abuelos. “No puedo pedir a mis padres que hagan esos ejercicios o que estén pendientes de la plataforma de educación online cuando les cuesta hacer una videollamada”, cuenta.

“Para estos niños lo más importante es la rutina. Ahora no tienen nada y eso les afecta porque no saben ni en qué día viven”, explica Luis. Su hijo necesita ir al fisioterapia cada cierto tiempo, nada grave, pero le ayuda. “A lo mejor Diego no necesita tantas atenciones, pero hay compañeros suyos de clase que sí”. Los padres son conscientes de que el confinamiento va a tener una derivada física y mental para los niños de educación especial. Porque no solo es que tengan problemas para aprender desde casa: ahora tampoco pueden ir a fisioterapia, a fútbol o a natación. 

Los colegios de educación especial y las asociaciones ponen a disposición de los padres, además de terapias, actividades extraescolares, donde el ejercicio físico es casi tan importante como la socialización. “Los chicos con la enfermedad de mi hija son muy introvertidos. Habíamos conseguido que socializara más con la gente, que estuviera a gusto con otros niños, y ahora... Si no puede estar con otros y apenas salir de casa se va a volver más introvertida”, sentencia.

Ante esta situación los padres y las Ampas reclaman a la Junta de Castilla y León medidas para que la brecha entre unos y otros alumnos no se siga agrandando. Desde CONFACAPAL lamentan que no se esté realizando un seguimiento adecuado del alumnado, lo que está provocando no solo un retraso curricular, sino que está repercutiendo en su calidad de vida. Una de las propuestas que la Confederación de Ampas de Castilla y León hace al gobierno autonómico es que se creen becas y servicios especiales para compensar las necesidades derivadas de las terapias perdidas y facilitar.

Jonatan, aunque apoya peticiones de este tipo, pero critica la actitud de la Administración en todo esto. “No han buscado soluciones específicas, han pasado de esto”, dice con pesar. “¿El proyecto de dar tarjetas SIM a los padres para que los hijos se conecten de qué me sirve a mí?”. Pese a estos esfuerzos, este padre siente que la educación especial importa poco. Por lo que espera que la Junta actúe para abrir los centros cuando sea posible. “Estamos de acuerdo, hay una pandemia, nos ha afectado a todos, pero se tienen que buscar unas soluciones. ¿No se pueden dar clases con menos alumnos? ¿No pueden darles equipos de protección? ¿Ni si quiera puede ir a terapia una o dos veces por semana?”.

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