En principio el lenguaje es una herramienta de comunicación, y como tal es de vital importancia que las palabras tengan el mismo significado para quien las emite que para quien las recibe; de lo contrario cualquier transmisión de información es imposible. Quien controla el lenguaje en el que pensamos controla de facto el pensamiento; al hacer más o menos difícil pensar una idea facilitamos o dificultamos que las personas la tengan en cuenta o la transmitan. Por eso en el mercado de las ideas no hay arma más poderosa que cambiar el significado mismo de las palabras. Porque quien modifica las palabras modifica la mente de quien las utiliza. Y así el lenguaje como herramienta de sintonía del pensamiento se transforma en arma; en una herramienta de combate y disensión. En herramienta de poder.
Y así determinadas palabras se transforman en identificadores de orientación ideológica, e incluso a veces en arma arrojadiza en sí mismas.
Así sucede en el territorio valenciano con su nombre. Desde finales del franquismo la denominación de la zona se ha convertido en un emblema que identifica la pertenencia a una u otra bandería: según el nombre que elijamos darle a la cosa estamos indicando nuestra preferencia política sobre la cosa. Algunos lectores no están de acuerdo con la denominación escogida por la recién nacida edición asociada, cuyos artífices han optado por denominarse con el término ‘Comunitat Valenciana’. Y así Joan Martínez, que se define como ‘lector asiduo pero no socio’, escribe lo siguiente:
“Uds. dicen creer ”en un periodismo riguroso, independiente y también honesto“ y obvian en la presentación de su proyecto para el País Valenciano explicar una cuestión tan sensible como la elección del nombre. Desconozco hasta qué punto está usted familiarizado con la batalla simbólica que se desarrolla en el ámbito público-político en Valencia desde el tardofranquismo pero estoy convencido de que no se le escapará que las denominaciones colectivas no son inocentes y suponen, siempre, la toma de partido. ¿Le parece honesto y riguroso presentarse sin hacer mención, no digamos explicar razonablemente, tomarse el tiempo para justificar y reflexionar junto a los lectores, de tal decisión editorial? ¿Le parece independiente optar por una denominación diferente a la de País Valenciano, utilizada ayer por las opciones políticas antifranquistas y hoy por todas las organizaciones progresistas (sindicatos y partidos políticos) pero que casi ha sido prohibida por la actual mayoría absoluta del PP en Valencia y resiste a las repetidas agresiones de la ultraderecha más recalcitrante de España?”
En este caso el nombre es un arma de guerra. Hablar de ‘Reino de Valencia’ significa adscribirse a determinadas opciones de extrema derecha regionalista; optar por País Valencià es alinearse con opciones políticas de izquierda y nacionalistas; el término ‘Países Catalans’ fue perseguido y demonizado como poco menos imperialismo catalán cuando había quien negaba cualquier relación entre catalán y valenciano, mientras que la denominación oficial de Comunidad Valenciana (Comunitat Valenciana en la lengua propia), que nació como un término casi de compromiso para evitar los extremos anteriores, hoy se asocia con el actual gobierno de la Generalitat de Valencia, del Partido Popular, extramadamente combativo con algunas de las anteriores.
El punto de vista de El Diario Comunitat Valenciana ya ha sido expresado por Toni Cuquerella, uno de los periodistas fundadores, en su artículo El País Valencià i l’espiral del silenci (El País Valenciano y la espiral del silencio), en el que dice:
“Els anys de travessia pel desert del concepte País Valencià, encetats per l'ostracisme al que el va enviar el govern socialista, han arribat a patir a la persecució en l'etapa del domini del PP. El País Valencià ha sigut així una víctima arquetípica del que la politóloga alemanya Noelle-Neumann va definir com ”l'espiral del silenci“, teoria que explica que els individus adopten les actituds predominants en la societat sobre el que és acceptable, i silencien allò que no ho és.”
(Los años de travesía por el desierto del concepto País Valenciano, iniciados por el ostracismo al que lo envió el gobierno socialista, han llegado hasta la persecución sufrida en la etapa del dominio del PP. El País Valenciano ha sido así víctima arquetípica de lo que la politóloga alemana Noelle-Neumann definió como “la espiral del silencio”, teoría que explica que los individuos adoptan las actitudes predominantes en la sociedad sobre lo que es aceptable, y silencian lo que no lo es).
Y añade:
“Convertint-se així la Comunitat Valenciana en el símbol de la crisi i la corrupció espanyoles al New York Times, sent una de les autonomies amb les taxes d'atur i de deute per habitant més altes , oferint icones del balafiament com l'Aeroport de Castelló, s'alça el País Valencià com a proposta alternativa. El complexe d'inferioritat està en vies ara d'atribuir-lo ara a la Comunitat.”
(Convirtiéndose así la Comunidad Valenciana en el símbolo de la crisis y la corrupción españolas en el New York Times, siendo una de las autonomías con las tasas de paro y de deuda por habitante más altas, ofreciendo iconos del despilfarro como el Aeropuerto de Castellón, se alza el País Valenciano como propuesta alternativa. El complejo de inferioridad está en vías de ser atribuido ahora a la Comunidad).
Las palabras pueden convertirse en armas. Pero es habitual que las armas se vuelvan contra quienes primero las usan. El problema de usar el lenguaje como herramienta de guerra es que cuando se vuelven las tornas puedes encontrarte tus propias palabras vueltas lanzas contra ti.
Por otra parte el columnista Julià Álvaro, en su artículo Els fonaments del país (Los fundamentos del país) reconoce que la polémica va para largo:
“El fet que aquest diari, que es reconeix progressista, s'identifique com de la Comunitat Valenciana, com també la polèmica que això ha alçat entre els seus lectors, són bon exemple de fins a quin punt tot està per fer.”
(El hecho de que este diario, que se reconoce progresista, se identifique como de la Comunidad Valenciana, así como la polémica que esto ha levantado entre sus lectores, son buen ejemplo de hasta qué punto todo está por hacer. La herida está abierta).
Preocupado igualmente por las palabras como herramientas de conflicto está el lector Julio Garay, de La Romana, Alicante, que rechaza los nombres con los que los periodistas de eldiario.es designan a veces a las diferentes formaciones políticas:
“Me gustaría hacer un comentario de estilo para eldiario.es: que no se use el adjetivo «popular» para identificar a alguien del PP... Porque significa otra cosa, y no sé yo si este individuo será realmente muy popular. Sería mejor «conservador» (a pesar del disfraz del nombre del PP, que de «popular» tampoco tiene nada). De igual manera me parece poco apropiado que llamen «socialista» a los representantes del PSOE, que de socialistas tienen más bien poco (tanto como de obreros; se podría usar igualmente «el ”obrero“ Rubalcaba», por ejemplo, que ya sería el colmo de la guasa). «Socialdemócrata» ya les quedaría muy a la izquierda de lo que es el PSOE hoy en día, pero estaría más cerca de la verdad. Ya sé que es menos cómodo redactar así, pero sería bueno no jugar a sus tejemanejes de neolengua.”
Preguntado sobre si existe una norma al respecto, el subdirector de eldiario.es Íñigo Sáenz de Ugarte aclara:
“No tenemos más norma que el criterio periodístico habitual. Cada organización elige un nombre para definirse y lo normal es que te atengas a él, a menos que claramente sea confuso o provoque malentendidos. Es cierto que en el caso de populares para definir a los miembros del PP, podría provocar en teoría que se confunda con la definición de ser popular, pero supongo que, al ser muy conocido el partido, no ha lugar.
El otro ejemplo que da el lector es distinto. Cada uno puede tener su opinión sobre la ideología del PSOE, pero así es como se define. Igualmente, la trayectoria del PSOE es muy conocida, y por tanto nadie va a pensar que el PSOE es más o menos socialista sólo porque tenga ese nombre.“
Las palabras para entendernos frente a las palabras para marcar territorios; el significado frente a la connotación, y la palabra llana contra los intentos deliberados de sabotaje lingüístico como ingeniería política estilo ‘neolengua’. Lo que llamamos rosa con cualquier otro nombre tendría el mismo aroma, escribió Shakespeare, pero no es lo mismo un jugoso filete de ternera que un segmento sangrante de tejido muscular arrancado a una vaca joven, aunque ambos sintagmas designen el mismo objeto. La comunicación transmite datos, y también sensaciones. El problema es cuando ambas transmisiones colisionan.
La palabra como herramienta de comunicación y la palabra como arma de guerra están indisolublemente unidas, y un cierto nivel de ambigüedad es, y seguirá siendo, inevitable. Los talentos de muchos políticos y no pocos asesores de campaña y publicitario, se expresan en esta ambigüedad. La función del periodista no es tanto combatir esta realidad como conocerla y tenerla en cuenta para ser lo más veraz posible. Es necesario que los medios mantengan el mayor nivel de vigilancia ante los intentos de secuestrar términos por parte de grupos interesados. Pero no hasta el punto de hacer ininteligible la comunicación. Porque el lenguaje tiene dos funciones y el único medio que de seguro lo destruirá es hacerlas combatir la una contra la otra. Porque entonces no transmitirá conocimiento ni emoción, y dejaremos de ser humanos.
PD: El Defensor de la Comunidad pide disculpas por las traducciones del valenciano, torpes en el mejor de los casos, incorrectas en el peor; cualquier malentendido es culpa exclusivamente suya.