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Sobre este blog

Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

La generación de Bob Dylan que se abstuvo en el Congreso

Bob Dylan retratado en 1963

Iker Armentia

Pertenezco a una generación que todavía jugaba al Tente cuando el Cojo Manteca reventaba cabinas telefónicas a muletazos en Madrid, una generación que empezaba a fumar porros cuando Kurt Cobain se disparó en la cabeza. A la sobrevalorada movida madrileña la vimos desayunando Cola-Cao mientras nuestros padres nos dejaban en la sala con ‘La Bola de Cristal’ y del verano del amor lo primero que conocimos fue a Kevin Arnold enamorado de Winnie en ‘Aquellos maravillosos años’. Fuimos las últimas borracheras adolescentes sin teléfonos móviles de la faz de la Tierra.

Wynona y Ethan fumaban sin parar con esa angustia vital con la que llenábamos las tardes aburridas de domingo. Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados, los JASP, nos bautizaron en un anuncio gilipollas. Más tarde nos dirían mileuristas. Se supone que éramos la generación X. La generación del bakalao. La generación Kronen. O quién sabe. Andaban como locos buscando una palabra con la que atraparnos, pero estábamos a desmano de todo: entre los últimos estertores de los punkis de los 80 y los primeros chispazos de los indignados que estaban por llegar.

Nos tocó una crisis y nos tocó el ‘milagro económico español’ y un montón de atentados horribles de ETA. A nuestra generación le cayó el sambenito de ser los nuevos reencarnados del nihilismo despreocupado: ni nos cagábamos en la Reina Madre como nuestros hermanos mayores ni entendíamos que era el materialismo dialéctico como nuestros padres. Gramsci todavía no se había puesto de moda y para conocer visiones alternativas sobre la Expo, Barcelona 92 o la Ley de Extranjería te tenías que suscribir a fanzines que vendían en librerías casi escondidas. Fuimos la primera generación a la que le metieron neoliberalismo en vena sin un profiláctico con el que hacerle frente.

Vivíamos bajo el reflejo de las luces de neón del consenso y Manuel Campo Vidal no había sido lobotomizado por una raza extraterrestre y ejercía todavía de demiurgo del bipartidismo. Y aun así mi generación consiguió cargarse el servicio militar obligatorio y algunos se vieron obligados a destinar el 0,7% a la cooperación internacional. Nos emocionamos el 1 de enero de 1994 en Lacandona y nos estremecimos cuando mataron a Lucrecia en Madrid. En Seattle algunos poderosos se empezaron a asustar.

Mi generación ganó algunas batallas, pero perdió la guerra porque no fue capaz de parar lo que estaba por venir. No fuimos una generación que se traicionara a sí misma pero tampoco supimos frenar a los que sí se habían traicionado: a aquellos dirigentes de la generación de Bob Dylan. Esa generación en la que muchos lucharon con dignidad pero terminaron derrotados como en las novelas de Chirbes, mientras que los líderes de izquierdas que alcanzaron el poder permitieron que el neoliberalismo se aposentara en nuestras vidas.

La generación de Bob Dylan que comía tortilla en Alcalá de Guadaira y que ahora alienta golpes desde un yate, los que dijeron no a la OTAN pero luego se arrepintieron, los que impulsaron el Estado de Bienestar pero parieron las ETT y fueron precarizándonos hasta llegar al paraíso liberal en el que vivimos. Es nuestra responsabilidad no haber logrado romper la bola de nieve que bajaba por la ladera. Es la de ellos que iniciaran la avalancha.

Y a esa generación de promesas frustradas le ha nacido otra generación de prole indignada con la que no es capaz de dialogar y ha decidido ‘despodemizarse’ cortando cabezas para intentar que las cosas sigan como en los viejos tiempos. Puede que incluso –como cuando Bob Dylan actuó ante el Papa– se abstengan en el Congreso para permitir un gobierno del partido de la corrupción. Pero quizás ni siquiera no abstenerse les sirva de tabla de salvación. Quizás sea demasiado tarde.

“Me gusta mucho Bob Dylan. Forma parte de mi generación”, escribió Javier Solana al conocerse el premio Nobel, y habría que recomendarle que escuchara a Bob cuando canta: “No critiquéis lo que no podéis entender. Vuestros hijos e hijas están más allá de vuestro dominio. Vuestro viejo camino está envejeciendo rápidamente. Por favor, salid del nuevo camino si no podéis echar una mano…

... porque los tiempos están cambiando“.

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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

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