Esperpento

La batalla está en Madrid. La batalla diaria de los políticos y los periodistas está en Madrid. Los de provincias, cuando salimos de la correduría de seguros donde nos hemos procurado una nómina mensual, paseamos por los soportales de la Plaza Mayor preguntándonos qué hemos hecho de nuestras vidas, bostezando a veces, rascándonos la cabeza en otras ocasiones, como tratando de recuperar una idea que nunca hemos tenido o leyendo en los cafés decimonónicos los periódicos donde se relatan las disputas políticas que tanto y tan bien dan de comer a los periodistas y a los políticos que han fijado su residencia en la capital del reino.

A veces llueve. A veces el viento arrastra las hojas secas del otoño hasta la puerta del café donde, a veces, cuando el camarero ya nos ha relatado el porqué de la derrota de nuestro equipo de fútbol, el asco nos vence al comprobar en los periódicos que la presidenta de la comunidad de Madrid, reina del papel couché, huecograbado en su hueca cabeza, habla y habla y vuelve a hablar para no decir más que una sarta de estupideces que los medios de comunicación amplifican hasta la extenuación dándole así una importancia que no se la darían ni al propio Einstein si este tuviera a bien resucitar.

Luego todo es comentar la desgracia de no saber quiénes somos, porque quienes certifican nuestra existencia, o sea los medios de comunicación, no hacen mención alguna a aquello que nos preocupa o a aquello que nos ocupa, sin que de esta manera nunca sepamos qué opina nuestro taciturno lehendakari del deterioro de nuestra Sanidad pública, la legendaria Osakidetza, o de los esfuerzos por parte del Partido Nacionalista Vasco para que Petronor se libre de pagar el impuesto a las empresas energéticas propuesto por el Gobierno central.

Lo nuestro es seguir dormitando en el café decimonónico mientras vemos llover, mientras escuchamos un ruido de mandíbulas batientes masticando patatas fritas, torreznos, bollos suizos o mientras se nos enfría el café con leche dado que en un atrevimiento mental hemos doblado las páginas del periódico para tratar de resolver el crucigrama nuestro de cada día. Madrid, el Madrid absurdo, brillante y hambriento de Valle Inclán, la gran concentración de ambiciosos de Francisco Umbral, es España.

España al parecer es solo Madrid. Los demás, los de provincias, cuando salimos de la correduría de seguros donde nos hemos procurado una nómina mensual, paseamos por los soportales de la Plaza Mayor dando una calada al cigarrillo que hace ya tiempo deberíamos haber dejado de fumar, haciendo cuentas para tratar de ajustarnos a nuestra mediocridad económica, mirando escaparates o rezando, a veces, - más que llamando a las puertas del cielo, como cantara Bob Dylan- para que de una vez por todas, alguna divinidad, la que sea, nos libre de una de nuestras tradiciones más arraigadas: el esperpento.