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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Las instituciones vascas imponen la ley del embudo

El lehendakari, Iñigo Urkullu.

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Este jueves conocíamos mediante rueda de prensa del lehendakari las nuevas medidas que imponía para Euskadi. Son medidas que no cogían a nadie por sorpresa por esperadas desde hacía semanas. Pero sí sorprendía su entrada en vigor inmediata dejando a bares y restaurantes con neveras y despensas llenas para afrontar el fin de semana.

El lehendakari enumeraba una serie de restricciones enfocadas a frenar la escalada de contagios que llevamos sufriendo ya desde hace semanas. Por eso, hacía ya días que la ciudadanía que sí mira lo que ocurre en otros lares esperaba que el Gobierno vasco, desde ese foro llamado LABI, concretase una serie de medidas para conseguir doblegar una curva altamente peligrosa. Las limitaciones impuestas por Urkullu implican a la ciudadanía y se apela de forma directa además a la responsabilidad de vascos y vascas a cumplir con ellas. Sin embargo, en ese listado de nuevas medidas se echa en falta decisiones que impliquen y apelen de forma directa a las instituciones vascas que aplican de forma descarada “lo ancho para mí y lo estrecho para el mundo”.

Al cierre de la hostelería debía habérsele dotado de ayudas concretas y directas suficientes para que 65.000 familias o lo que es lo mismo, el 5% del PIB vasco, no queden un mes inmersos en una profunda incertidumbre y al albur de una pandemia que por ahora parece incontrolable. Pero además, al día siguiente, escuchábamos al consejero de Hacienda, el señor Azpiazu opinar que la cifra que el sector reclama le parecía excesiva y señalaba el endeudamiento de los y las hosteleras como la forma de afrontar el mes sin ingresos.

En tiempos de crisis sanitaria, social y económica como la que estamos sufriendo toca redefinir prioridades y que el Gobierno Vasco incremente su deuda (si no hay dinero suficiente) puede ser la fórmula para obtener más recursos que hagan frente a la promesa de “no dejar a nadie atrás” en vez de animar a las familias vascas a endeudarse mientras viven sumergidas en una inseguridad que les aleja de saber si podrán hacer frente ni si quiera a la deuda contraída.

Hace ya semanas que se habían impuesto restricciones de movilidad y reunión que llegaban tarde y que estaban dirigidas a frenar posibles focos de contagios, cuando, sin embargo, la trasmisión ya era comunitaria. Semanas atrás se habían perdido muchos días sin aplicar ninguna restricción, al tiempo que la cifra de contagios ascendía vertiginosamente y mientras vascas y vascos mirábamos a Navarra como presagio de lo que nos venía encima. Se hacía evidente que se iba a necesitar incrementar el trabajo de rastreo.

Euskadi no llega al mínimo de rastreadores por cada 100.000 habitantes que establece la Organización Mundial de Salud, pero como suele ser habitual sumidos en la autocomplacencia y contentos con ser la comunidad del Estado con más rastreadores, tampoco se ha tomado decisión alguna respecto a la contratación de más personal. Y eso sabiendo que el conocimiento que nos da el seguimiento de las cadenas de trasmisión y la localización de personas asintomáticas es la fórmula más eficaz para controlar el virus.

Lejos queda también, y a pesar de las movilizaciones del personal sanitario, la dotación de más recursos a la atención hospitalaria y, sobre todo, a la atención primaria, que está sobrepasada hace ya meses y teniendo que recurrir a protocolos que dejan fuera del servicio sanitario a muchas personas con otras dolencias o patologías crónicas. Son unos protocolos que han supuesto que las personas que atienden en nuestros ambulatorios hayan pasado de recibir aplausos todos los días a las ocho de la tarde a ser quienes reciben las iras de una población que se siente desatendida.

Tampoco el Gobierno cumple con los centros educativos. En pleno noviembre y con una tasa de incidencia que ronda diariamente el 10% (el doble de lo recomendado por la OMS), siguen sin recibir todos esos recursos que la consejera saliente y el consejero entrante prometieron. Continúan faltando ordenadores y formación al profesorado, que tiene que recurrir a tablets y ordenadores personales traídos de sus casas para que el alumnado que está contagiado o sufriendo un confinamiento por contacto estrecho en su domicilio pueda recibir su formación a distancia.

Así que, en tanto que se pide responsabilidad a la ciudadanía, los gobernantes no cumplen con su parte y los jóvenes y adolescentes perciben ese incumplimiento por parte de la Administración mientras ven cómo se les ha ido impidiendo socializarse: se les han cerrado las lonjas cuando el mundo adulto continuaba disfrutando de txokos y sociedades, se les ha vigilado estrechamente para que no realizasen botellones al tiempo que sus progenitores se sentaban horas en la terraza del bar.

Se les ha dejado sin la única alternativa de ocio que como sociedad hemos sido capaces de ofrecerles, la que gira al rededor del ocio nocturno y el alcohol. Y, además, se les ha señalado de forma mezquina, tal vez para evitar que el resto de la sociedad nos pudiéramos desprender de la parte de responsabilidad en el aumento del número de contagios.

Si algo ha quedado patente ha sido cómo las instituciones tampoco han sabido hacer un trabajo comunitario con esta parte de la sociedad. No sólo no se les ha escuchado, sino que además los únicos mensajes que se les ha dirigido eran aquellos que les criminalizaba y culpabilizaba de los contagios. No sé si la ciudadanía vasca tenemos más o menos claro qué se nos exige cumplir para doblegar la curva, máxime cuando las diferentes instituciones dejan la comunicación en manos de los medios tradicionales como es la televisión, la prensa o la radio y no se han tenido en cuenta nichos de la sociedad que no utiliza estos medios para informarse. Tal es el caso de la juventud, más pendiente de las redes sociales.

El Gobierno vasco, Diputaciones forales y Ayuntamientos también han dejado por el camino a esas personas que por su entono socio-cultural no les llega la información o no la acaban de asimilar a la velocidad que el momento requiere. Y es que al margen de que cada vez seamos más vascos y vascas las que nos leamos los Boletines Oficiales del País Vasco, no estaría de más ofrecer a la población un formato de esta información en lectura fácil. Es importante ser conscientes de que cambiar hábitos como constantemente se nos está pidiendo a una ciudadanía cansada de tanto cambio de rumbo y mucha de ella sumida en crisis de diferentes naturalezas no es sencillo. Y se hace evidente que no se está haciendo una lectura psico-social de la pandemia ni se está realizando un trabajo comunitario enfocado a informar y concienciar y que los ayuntamientos como institución más cercana a la ciudadanía deberían estar realizando hace ya meses.

Es bueno recordar, por ejemplo, todas las campañas y el esfuerzo que hubo que realizar en su día para concienciar a la gente de que ponerse el cinturón de seguridad en el coche era lo que les podía salvar la vida. No podemos pensar ahora que medidas que se anuncian de un día para otro pueden ser tan fácilmente asimiladas por toda la ciudadanía, sobre todo cuando las instituciones no se están autoimponiendo medidas y únicamente trasladan a la sociedad toda la responsabilidad para acabar con el maldito virus y encima a destiempo.

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