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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Juan Luis GaLLardo

Juan Luis Galiardo.

José Albaina

Auténtico pata negra, Galiardo era un pozo de contradicciones, todas ellas extremadas, un espectáculo en sí mismo que alcanzó tales cotas de expresividad que en los últimos años se convirtió seguramente en el tipo que daba mejores entrevistas de España. Y así el anecdotario a su alrededor fue creciendo, para goce de quienes aprendimos a adorarlo desde el día en que en un acto público, rodeado de concejales y autoridades, agradeció el discurso plomizo de uno de ellos, que aseguraba haber sido compañero suyo de pupitre, con un lacónico: “Claro que me acuerdo de ti, hombre, si ya eras así de tonto desde el colegio”.

Las anteriores palabras dedicadas en su recuerdo por su amigo David Trueba, encajan perfectamente con las sensaciones que transmitía sobre su rica personalidad a los que sólo tuvimos la oportunidad de conocerle como espectadores de sus obras de teatro, películas, series y apariciones en medios de comunicación. Y a pesar de ello, cuando estaba vivo, con todo el significado que esa palabra tenía referida al gran Juan Luis Galiardo, y desde que ya no está entre nosotros; evocarle provocaba y sigue provocando una cálida sonrisa debido a su contagiosa humanidad. Una humanidad que afirmaba volcar en el amor incondicional y respeto a su profesión y en luchar por ser mejor cada día consigo mismo y con las personas que tenía más próximas. Lo bueno de Galiardo, es que no se necesita la excusa de su fallecimiento para expresarse en términos elogiosos sobre él.

En esta entrevista realizada por su amigo Luis Alegre, habla en profundidad de muchas inquietudes y vicisitudes que tuvo que afrontar en su intensa existencia, y lo hace como sólo los grandes lo pueden hacer: combinando con arte trascendencia y comicidad:

Con el recurso de un notable atractivo físico como credencial, interpretó repetidamente en sus inicios el papel de galán. Posteriormente relataría la inseguridad que esa circunstancia le provocaba, llevándole incluso a tener aproximaciones al alcohol, hábito que posteriormente abandonaría por cuestiones de metabolismo y por la transformación en ser agresivo que le provocaba. Trabajó muchos años en México para huir del corsé que le suponía dar vida siempre al galán y regresó a España a retomar su carrera a la que daría un impulso magnífico. Determinante fue su interpretación en 'Turno de oficio' con la que cosechó un merecido y contundente éxito. Su labor en la serie, en la que además de como actor se involucró como productor, marcaría el comienzo de una línea ascendente y constante de trabajos que sólo detendría la muerte.

Consiguió su anhelado papel de Don Quijote en la adaptación cinematográfica que realizó en 2001 Manuel Gutiérrez Aragón. Con el director José Luis García Sánchez al frente, participó en películas como 'Suspiros de España (y Portugal)', 'Siempre hay un camino a la derecha' o 'Adiós con el corazón', trabajo por el que recibió un premio Goya.

En 'Miguel y William' da vida nada menos que a Miguel de Cervantes. Su último trabajo fue en la serie 'Gran Hotel' y su última película en la que este realmente único actor derramó talento fue en 'La chispa de la vida'.

En la rueda de prensa de ese film, dejó para la posteridad otro de esos momentos extraordinarios que en él parecían ser de lo más corrientes: Si como decía Bruce Lee, “la clave para la inmortalidad es vivir una vida digna de ser recordada”, Juan Luis Galiardo sin duda es un ser inmortal.

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