Ramón Llull, el primer genio universal del Mediterráneo: místico, lógico y visionario. Esta serie redescubre su vida y legado en reportajes esenciales.
Vida y muerte de Ramon Llull, el 'Doctor Illuminatus'
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El mallorquín Ramon Llull, quien se convertiría en el filósofo y visionario apodado 'Doctor Illuminatus', fue hijo de una familia catalana terrateniente que cruzó el mar junto a Jaume I en busca de tierras y futuro tras la conquista de Mallorca. En aquella isla aún impregnada de su pasado islámico, rodeado de un ambiente donde se entrelazaban lenguas y culturas, comenzó a forjarse el pensamiento del hombre extraordinario que soñaría con un sistema capaz de entender a Dios e influiría a generaciones y generaciones de pensadores.
Las primeras noticias documentadas sobre la familia Llull aparecen en Catalunya, en Sant Andreu de Llavaneres, con ramificaciones en Mataró y Sant Vicenç de Montalt, donde estaban emparentados con la familia Amat desde el siglo XII. El apellido Llull figura ya en un documento de 1231 que menciona a Pere Amat/Llull y a Ramon Llull, padre del futuro filósofo.
Más adelante, la familia se estableció en Barcelona como arrendataria y propietaria de tierras y casas en la parte norte de la ciudad —en el antiguo Born y Vilanova de la Mar, el arenal que bordeaba la playa—, así como en la Verneda, el Clot (donde hoy se alza la estación del Nord), el barrio de Sant Pere y Santa Coloma de Gramenet. Estas propiedades reflejan la consolidación de un linaje acomodado, vinculado tanto a la administración urbana como al comercio y la gestión de tierras.
Sobre la familia materna de Ramon Llull, la información es más escasa. Su madre, Elisabet de Marçal, habría pertenecido a una rama noble originaria de Erill, aunque también se sostiene que estaba vinculada a la aristocracia mediterránea del linaje de los Manresa. Este cruce de linajes sitúa a Ramon en el corazón de la pequeña nobleza catalana, con aspiraciones de ascenso social en los nuevos territorios de conquista.
La familia Llull se consolidó como terrateniente en Mallorca y Barcelona tras la conquista de Jaume I. De joven, Llull estudió gramática, poesía y el arte trovadoresco antes de servir como senescal del rey de Mallorca
El matrimonio de sus padres, Elisabet y Ramon Llull, residía en Barcelona hasta que las oportunidades de colonización les llevaron a sumarse a la expedición de Jaume I en 1229, estableciéndose como colonos privilegiados en la recién conquistada Mallorca, transformada de Madina Mayurqa en Regne de Mallorques. En una isla donde la mayoría de la población seguía siendo musulmana, los nuevos colonos cristianos se convirtieron en administradores de un territorio híbrido, donde el catalán y el latín se entretejían con el árabe en calles, mercados y campos.
Fue bautizado en la iglesia de Santa Eulàlia de Palma. A los catorce años, en 1246, inició estudios elementales de gramática latina, poesía, música y el “arte de los trovadores”, disciplinas habituales para un hijo de familia acomodada. Entre los quince y los veinticinco años asistió con frecuencia a los actos de la corte real, donde comenzó como paje de honor del infante Jaume II.
Tal como explica el Dr. Pere Villalba (Ramon Llull essencial. Ed. Libros de Vanguardia, 2016), Llull ocupó el cargo de senescal de la mesa del rey de Mallorca, un puesto que le otorgaba prestigio, prebendas y ciertas obligaciones de representación, pero que le dejaba libertad para participar en la vibrante vida cortesana. Este período cortesano, marcado por el lujo, la poesía trovadoresca y las intrigas de palacio, sería el preludio de la transformación radical que cambiaría para siempre el destino de Ramon Llull.
Una boda de altos vuelos
Así se configuró el entorno familiar y cultural del futuro pensador universal: un hogar catalán y cristiano en una tierra marcada aún por su legado islámico, donde las tensiones y la convivencia forjaban un espacio de frontera espiritual y cultural. En aquella Mallorca conflictiva, donde resonaban las campanas de las iglesias junto al murmullo del árabe en los zocos, se forjó la conciencia de Llull, enseñándole desde niño que el mundo era diverso, y que el lenguaje, la fe y la razón podían ser puentes y no solo muros.
Ramon Llull contrajo matrimonio en Ciutat —la actual Palma— con Blanca Picany en 1257, cuando contaba 25 años. La familia Picany poseía aún más tierras que los Llull y se dedicaba con éxito al comercio, disponiendo de esclavos y de una red de intereses que fortalecía su posición en la joven sociedad mallorquina. Aquella boda fue, por tanto, la unión de dos linajes acomodados que encontraron en ese enlace un punto de convergencia patrimonial y social. Un documento fechado poco después del matrimonio nombra a Ramon como procurador universal de los bienes de la familia de su esposa, mientras constata que el joven ya era propietario de inmuebles en Barcelona, en los alrededores de Sant Andreu de Llavaneres, en Portaferrissa y en Santa Coloma de Gramenet. Además, poseía tierras en Mallorca, próximas a Palma.
Tanto su padre como su suegro habían fallecido, circunstancia que concentró en Ramon la gestión de un patrimonio considerable tras el enlace. Sin embargo, todo aquel orden sólido y prometedor se quebró con su conversión. Porque la transformación de Ramon Llull no fue solo un giro espiritual: fue un desgarrón familiar profundo. Tenía esposa, dos hijos y una fortuna consolidada cuando decidió abandonar la vida cortesana para entregarse por completo a su misión de conocimiento y fe. Repartió sus bienes entre su familia, dejó atrás comodidades y prestigio social, y se marchó con la determinación de convencer al mundo de la verdad cristiana mediante la razón. Fue un acto radical que escandalizó a su entorno y dejó a su esposa e hijos enfrentados a una nueva vida sin el padre ni el esposo que conocían. Mientras Llull se sumergía en la contemplación, el estudio y los viajes, aquellos a quienes amaba aprendieron a vivir con su ausencia, convertida en la primera renuncia de un hombre que, para abrazar su vocación universal, rompió los lazos que lo ataban a su casa y a su propia sangre.
Su conversión supuso un desgarró familiar: abandonó fortuna, esposa e hijos para consagrarse al conocimiento y la fe
El ermitaño
La vida de Ramon Llull no puede entenderse sin el movimiento constante que la impulsó. Su conversión no le recluyó en la soledad, sino que le abrió las puertas de un Mediterráneo ancho y convulso, donde se propuso ser puente entre civilizaciones. A lo largo de su vida emprendió innumerables viajes, movido no por la curiosidad del mercader ni la ambición del diplomático profesional, sino por el propósito radical de dialogar y construir entendimiento entre cristianos, musulmanes y judíos. Llull recorrió cortes, universidades y puertos con su Ars Magna bajo el brazo, buscando discípulos y protectores, polemizando con doctores y retando a sabios musulmanes en sus propios territorios. Fue, en definitiva, un misionero de la palabra que convirtió el Mediterráneo en el escenario de su cruzada intelectual.
Y, sin embargo, el viajero incansable fue también un ermitaño. La figura del ermitaño en la vida y la obra de Ramon Llull trasciende el imaginario popular. Llull confirió a esta figura una dimensión mística e intelectual de una radicalidad extraordinaria. En su época, los ermitaños eran focos de atracción espiritual —basta pensar en Montserrat, donde las ermitas dispersas atraían a más fieles que el propio monasterio—. Mallorca, por su parte, estaba salpicada de cuevas y ermitas, y Llull tuvo la suya en la montaña de Randa, en 1274, donde, en un retiro autónomo al margen de conventos, vivió su “segunda iluminación” y concibió el Ars Magna. Y, posteriormente, tuvo otra en las inmediaciones del Monasterio de Miramar.
Recorrió cortes, puertos y universidades con su Ars Magna, decidido a dialogar con sabios musulmanes y cristianos
En su Blanquerna (Llibre d’Evast e Blanquerna, 1283), Llull desarrolló literariamente este modelo espiritual. El protagonista recorre todos los estamentos de la vida religiosa —monje, abad, obispo, papa— hasta renunciar voluntariamente al poder y retirarse como ermitaño, como forma más alta de entrega espiritual. Este itinerario vocacional que Llull elaboró en la ficción tuvo impacto en la historia real. Su contemporáneo, el papa Celestino V, dimitió del pontificado para retirarse como ermitaño en 1294, y siglos después Benedicto XVI repetiría este gesto.
Así, en Ramon Llull se funden el viajero y el contemplativo. El hombre que cruzaba mares para dialogar con sabios y reyes era el mismo que buscaba en el silencio de Randa o Miramar la claridad de la contemplación. Sin esa soledad no habría nacido su sistema; y sin todos aquellos viajes, no habría tenido sentido. Llull enseñó que la contemplación no se opone a la acción, sino que la alimenta, y que solo quien se retira puede regresar con fuerzas para transformar el mundo.
Una muerte legendaria
No existe documentación concluyente que permita determinar si el 'Doctor Illuminatus' murió antes, durante o después de su regreso de Túnez a Mallorca. Tampoco se sabe con certeza si su fallecimiento se produjo en 1315 o en 1316, aunque algunos indicios apuntan a esta última fecha. Por un lado, su última obra está fechada en diciembre de 1315; por otro, es posible que la datación tradicional de 1315 se basara en el estilo florentino, que consideraba que el año concluía en marzo del siguiente, lo que situaría su muerte en los primeros meses de 1316.
A falta de pruebas firmes, el relato más difundido sobre su muerte proviene de Nicolau de Pax (siglos XV–XVI), quien cuenta que Ramon Llull fue lapidado el 29 de junio de 1315 en Túnez. Unos mercaderes ligures lo habrían rescatado y embarcado de regreso a Mallorca, donde murió frente a la isla de Cabrera. Sus restos fueron desembarcados en Portopí y trasladados solemnemente a Palma, donde se le dio sepultura junto a sus padres en la capilla de Sant Marc.
No se sabe si murió en 1315 o 1316. La tradición dice que fue lapidado en Túnez y sus restos regresaron a Palma. Dictó que su patrimonio sirviera para copiar sus libros en latín y catalán, asegurando su difusión tras la muerte
La creciente veneración popular llevó pronto a trasladar sus restos a la iglesia de Sant Francesc dels Frares Menors. Allí llegaron en un arca de madera depositada inicialmente en la sacristía, con la esperanza de que su canonización fuera inminente. Según relata el historiador Joan Amigó (1871–1939), en 1350 un incendio destruyó la sacristía, pero el arca quedó milagrosamente intacta. Entonces se construyó un sepulcro de piedra bajo el trono del altar mayor, donde fue colocado el cuerpo de Llull, envuelto en una mortaja aún manchada de sangre.
Finalmente, en 1478, sus restos fueron trasladados a su ubicación actual: la capilla lateral izquierda del deambulatorio de la basílica de Sant Francesc, en Palma, donde el 'Doctor Illuminatus' reposa, convertido en un símbolo de Mallorca que lo vio partir en busca de sabiduría y diálogo.
El testamento de Ramon Llull
En 1313, Ramon Llull dictó su testamento. Aquel documento no solo distribuía su modesto patrimonio material, sino que reflejaba su fe inquebrantable, su compromiso intelectual y su deseo de que su obra trascendiera su propia muerte. Dejó veinte sueldos a su hijo, Domènec Llull, y a su hija Magdalena, esposa de Pere de Sentmenat, reconociéndolos como herederos de todo lo que les hubiese donado en vida. Extendió también su generosidad a diversas órdenes religiosas y parroquias.
Su testamento revela un propósito aún mayor: Llull no quiso que su obra muriera con él. Ordenó copiar sus últimos libros en pergamino y difundirlos en latín, árabe y catalán, enviándolos a monasterios, mecenas y universidades donde pudieran seguir siendo leídos y debatidos. En vida había entregado sus libros a papas, reyes, sultanes y maestros de la Sorbona; tras su muerte, quiso mantener viva esa corriente, destinando tomos completos al monasterio cartujo de París y al noble genovés Perceval Spinola, mientras confiaba al monasterio de La Real un cofre con sus manuscritos. Dispuso que sus libros fueran encadenados en los armarios de las iglesias para que cualquiera pudiera leerlos, sin distinción. Hasta el final, Llull convirtió su pensamiento en semilla, destinada a germinar entre las generaciones futuras. Y así sucedió.
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