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Las rebeliones internas de los 'tories' británicos que han derribado a sus últimos tres primeros ministros

Ilustración: David Velasco.

Javier Biosca Azcoiti / Icíar Gutiérrez

21 de octubre de 2022 22:31 h

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Los conservadores británicos han vuelto a forzar la caída de su líder. Liz Truss se ha convertido en la primera ministra más fugaz de la historia de Reino Unido tras seguir la misma suerte que sus dos predecesores: Theresa May, que no sobrevivió a las negociaciones del Brexit, y Boris Johnson, que dimitió obligado ante otra rebelión interna tras las fiestas en Downing Street durante la pandemia.

Truss, que venía de ocupar varios cargos gubernamentales desde que fue reclutada por David Cameron, tomó las riendas del Gobierno el 6 de septiembre dispuesta a imitar a Margaret Thatcher. El mes pasado, la premier y su entonces ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, anunciaron una gran bajada de impuestos calificada de “inapropiada” por el Fondo Monetario Internacional y castigada por los mercados. La libra cayó y el Banco de Inglaterra se vio obligado a intervenir. Poco más de una semana después, el 3 de octubre, Truss tuvo que dar marcha atrás y retiró la rebaja fiscal en el tramo más alto del impuesto de la renta, es decir, a los más ricos.

La rectificación no consiguió acallar las críticas y, unos días más tarde, anunció la destitución del canciller Kwarteng además de una nueva marcha atrás de otra de sus medidas del plan fiscal: la pretendida rebaja del impuesto de sociedades. El objetivo principal era salvarse. El precio, la pérdida absoluta de autoridad en un Partido Conservador profundamente dividido que teme perder las próximas elecciones generales.

Mientras luchaba por su supervivencia política y veía cómo su nuevo ministro de Economía, Jeremy Hunt, desmontaba casi por completo su plan, varios parlamentarios tories ya tramaban cómo destituirla, según informaron medios británicos. “Sus diputados saben que, al igual que Boris Johnson había destrozado cualquier reputación que tuvieran de integridad, ella lo ha hecho en lo relativo a la competencia económica”, escribió hace una semana Pippa Crerar, jefa de Política de The Guardian.

La continuidad de Truss en el cargo se volvió insostenible el miércoles. La que era su ministra del Interior, Suella Braverman, dejó el Gobierno y, aunque en su carta de renuncia alegó un error personal en la gestión de su correo personal, también expresó sus diferencias con Truss. “No solo hemos incumplido promesas clave que hicimos a nuestros votantes, sino que tengo graves preocupaciones sobre el compromiso de este Gobierno con el cumplimiento de medidas del programa”. Aquella misma tarde se desató el caos durante una votación parlamentaria en la que decenas de diputados conservadores se ausentaron de la cámara entre acusaciones de coacciones por parte de colegas que buscaban evitar una rebelión. “Soy una luchadora y no una desertora”, dijo la primera ministra ante la Cámara de los Comunes ese día. Un número cada vez mayor de tories pidió su dimisión públicamente.

En una señal de que el final estaba cerca, menos de 24 horas después, una acorralada Truss se reunió con el jefe del grupo de diputados conservadores sin cargo gubernamental, Graham Brady, el hombre que ha terminado forzando la caída de los últimos primeros ministros con sus visitas al número 10 de Downing Street. Cedió a la presión: a las 13:30 horas de este jueves, la premier anunció su dimisión delante de la famosa puerta negra de la residencia oficial, al igual que hicieron sus predecesores. “Reconozco que, dada la situación, no puedo cumplir el mandato por el que fui elegida por el Partido Conservador”, dijo Truss, que fue elegida gracias a las bases conservadoras tras una campaña que orbitó alrededor de la promesa de bajar los impuestos. La primera opción de los diputados conservadores había sido su rival, el exministro de Economía Rishi Sunak.

Truss se quedará en el cargo hasta que su partido elija un sucesor. Normalmente, el proceso interno dura semanas, pero los tories lo han acelerado para que concluya, a más tardar, el próximo viernes. La oposición ha pedido un adelanto electoral: las encuestas pronostican un descalabro de los conservadores y dan diferencias de hasta 30 puntos en intención de voto a los laboristas en caso de celebrarse ahora unas elecciones generales.

Los escándalos de Johnson

La rebelión interna en las filas de tories se acabó volviendo insoportable también para Johnson, que llegó a Downing Street en julio de 2019 para sustituir a May tras imponerse en las elecciones internas de los conservadores, que lo respaldaron, entre otros motivos, por su determinación para materializar el Brexit. En diciembre de ese año, ganó las elecciones generales con una aplastante mayoría absoluta. Su mandato estuvo marcado por la salida oficial de Reino Unido de la Unión Europea y la pandemia de COVID-19, y también salpicado por varios escándalos relacionados con la falta de transparencia sobre qué sabía y qué no el primer ministro.

Durante su tiempo en el cargo, Johnson se enfrentó a varias revueltas en sus filas, entre ellas las de los diputados 'rebeldes' que se oponían a las restricciones contra el virus. Las quejas en el entorno tory aumentaron seriamente hace un año, cuando el primer ministro intentó reformar el sistema de estándares en el escándalo del diputado Owen Paterson, que se enfrentaba a una suspensión por infringir las normas sobre relación con los lobbies. Mientras, los laboristas crecían poco a poco en las encuestas, hasta conseguir superar a los conservadores en intención de voto.

Pero lo peor estaba por llegar. En noviembre de 2021, aparecieron las primeras informaciones sobre una serie de fiestas celebradas en Downing Street durante los confinamientos por el coronavirus en 2020 y 2021, pronto conocidas como Partygate. El goteo fue creciendo. Johnson pasó de la negación a las disculpas y acabó siendo multado por la Policía por violar las normas.

Sus últimos meses en el cargo estuvieron plagados de acusaciones de que no había dicho la verdad, con diputados de diferentes alas del Partido Conservador empujando para activar el proceso interno de destitución. Una pregunta flotaba en la prensa: “¿Cuánto más puede aguantar?”. A finales del pasado mayo, una investigación oficial reveló detalles sobre esas fiestas, que se celebraron en plena pandemia con “vino por las paredes”, “borracheras” y maniobras para huir de los periodistas.

El descontento entre los parlamentarios tories aumentó. A principios de junio, Johnson logró superar una votación interna planteada por los conservadores para cuestionar su liderazgo tras el informe independiente que documentaba la falta de cumplimiento de las reglas sanitarias para el control de la pandemia por parte de varios miembros del Gobierno. Sin embargo, en una gran rebelión interna, el 40% de sus diputados votaron para expulsar al primer ministro. Aunque consiguió mantenerse en el poder, su autoridad quedó tocada tras la votación. 

Lo que terminó de poner contra las cuerdas a Johnson fue la gestión del caso de Chris Pincher, un diputado conservador en un puesto clave acusado de acoso sexual. El entonces primer ministro reconoció, tras haberlo negado en un principio, que sí sabía que Pincher había sido investigado en el pasado por comportamiento inapropiado. La nueva polémica se sumaba a los malos resultados de los conservadores en las dos últimas elecciones locales especiales.

La gota que finalmente colmó el vaso fue la dimisión de dos pesos pesados del Gobierno, los ministros de Sanidad y Economía, Sajid Javid y Rishi Sunak. Su gesto arrancó una ola de renuncias en el Gobierno y en el partido en pocas horas. Tras un último intento desesperado de mantenerse en el poder, Johnson se acabó rindiendo el 7 de julio.

Durante su discurso de dimisión, Johnson lanzó una pulla a los compañeros de partido que se habían movilizado en su contra. “En los últimos días he intentado convencer a mis colegas de que sería excéntrico cambiar de Gobierno cuando estamos cumpliendo tanto (...) y cuando en realidad estamos solo un puñado de puntos por detrás en las encuestas”, dijo el entonces premier frente a la misma puerta de Downing Street. “Pero, como hemos visto, en Westminster el instinto de rebaño es poderoso y cuando el rebaño se mueve, se mueve, y, amigos míos, en la política nadie es ni remotamente indispensable”.

Aquel día, Johnson se convirtió en el tercer jefe de Gobierno de los conservadores que caía en seis años. Los tories llevan en el poder desde 2010, pero su Gobierno se ha caracterizado por la inestabilidad desde el referéndum del Brexit en junio de 2016. 

El desgaste de May

En el caso de Theresa May, fue el Brexit el que lanzó al Partido Conservador en contra de su primera ministra, quien había cruzado la puerta de Downing Street tras la dimisión de Cameron. Se enfrentó a diez meses de desgaste continuo con una cascada de dimisiones, declaraciones y votaciones en su contra. Desde que estalló la rebelión interna, la ex primera ministra sufrió un total de 21 dimisiones de miembros de su Gobierno por diferencias respecto a la estrategia del Brexit.

El periplo comenzó en julio de 2018, cuando May encerró a su gabinete en la residencia histórica de Chequers. De allí salió el primer plan de May para el Brexit y se evidenciaron las primeras divisiones internas. Varios conservadores dimitieron, entre ellos dos pesos pesados: David Davis, el entonces ministro para el Brexit, y Boris Johnson, ministro de Exteriores y futuro sucesor de May.

En noviembre de 2018, tras meses de duras negociaciones, May llegó a un acuerdo de Brexit con la UE. De nuevo, otra ola de dimisiones, entre ellas la del sucesor de Davis como ministro para el Brexit, Dominic Raab. Sin embargo, la verdadera odisea de la premier se desencadenó un mes después, cuando se vio obligada a aplazar la votación del acuerdo de retirada en el Parlamento porque iba a sufrir una derrota humillante.

Tan solo dos días después, el Partido Conservador sometió a su líder a una votación interna para destituirla, de la que salió airosa. Aquella victoria garantizaba a May un año más de vida que, sin embargo, sus colegas conservadores se encargaron de acortar. Ante el rechazo evidente al acuerdo negociado entre May y la UE, la primera ministra optó por volver a mirar a Europa en busca de una solución y recibió un nuevo portazo.

Entonces ocurrió la derrota humillante que May había intentado esquivar el 10 de diciembre retrasando la votación. El acuerdo de retirada, en el que la primera ministra había apostado todo su capital político, fue rechazado el 15 de enero en el Parlamento británico por más de 200 votos. Se consideró la peor derrota de un Gobierno en Reino Unido desde los años 20. De los 317 parlamentarios conservadores, 118 votaron en contra. Un día después, el 16 de enero, May se enfrentó a una moción de censura en el Parlamento y volvió a sobrevivir. Posteriormente, presentó a los parlamentarios su 'plan B' (prácticamente idéntico al 'plan A') e intentó conseguir nuevas concesiones de la UE. El bloque comunitario insistió: no había renegociación posible.

Menos de 24 horas antes de la segunda votación clave sobre el acuerdo de retirada, Bruselas y Londres pactaron in extremis nuevas garantías con el objetivo de convencer a los parlamentarios conservadores rebeldes. Las concesiones seguían sin convencer y el 12 de marzo, el Parlamento volvió a rechazar “el acuerdo mejorado”, esta vez por 391 votos en contra y 242 a favor. “He escuchado el mensaje del partido”, dijo May a sus colegas conservadores el 27 de marzo. La primera ministra, desesperada, optó por ofrecer su cabeza a cambio de que los diputados tories rebeldes apoyaran el texto. Sin embargo, el Parlamento rechazó por tercera vez el acuerdo de retirada, esta vez por una diferencia de 58 votos.

Tras unas últimas semanas de resistencia en las que intentó convencer incluso a los laboristas, May acabó rindiéndose y dimitió el 24 de mayo de 2019. “He hecho todo lo posible para convencer a los parlamentarios de que respalden el acuerdo. Lamentablemente, no he podido lograrlo”, dijo.

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