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Análisis

“La teoría del caos”: la nueva doctrina con la que los ideólogos del Kremlin justifican la invasión de Ucrania y las amenazas a Europa

El presidente ruso, Vladímir Putin (izquierda), y el viceministro primero de Defensa y jefe del Estado Mayor del Ejército ruso, el general Valeri Guerásimov, durante una reunión.

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La decisión de Vladímir Putin de invadir Ucrania ha obligado a los ideólogos del entorno del Kremlin a desarrollar una nueva concepción de la política exterior rusa donde encaje esta agresividad. El Club Valdai, el think tank sobre relaciones internacionales más importante de Rusia, lleva años ideando la “teoría del caos”. 

Este modelo presenta un mundo al borde del colapso en el que los países se adaptan para sobrevivir, sin ética ni moral, y con la guerra como norma y no como anomalía. El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca ha dado al Kremlin el empuje que necesitaba para proclamar el triunfo del caos.

El éxito del caos

Los informes del Club Valdai se publican en el marco de su foro, en el que cada año interviene el presidente ruso, y no tienen por objetivo discutir la política exterior de Putin o marcar su rumbo. Según explica el periodista Anton Barbashin en Riddle, su propósito es “interpretar las políticas ya establecidas”, darles una “explicación intelectual”, de manera que las acciones de los líderes del país parezcan “lógicas, justificadas y, a menudo, las únicas posibles”. En 2025, el documento se ha titulado precisamente Doctor Caos o cómo dejar de preocuparse y amar el desorden.

“La teoría del caos” se empezó a fraguar en 2014 para dar cobertura conceptual a la anexión de Crimea y a la guerra del Donbás. Al amparo de esta tesis, ni Putin ni Rusia son culpables de violar el derecho internacional, ya que “el caos global está destruyendo las antiguas reglas y fundamentos” y, en el futuro nuevo orden mundial, la ocupación será legalizada y las sanciones se levantarán porque dejarán de tener sentido.

Un mundo multipolar insuficiente

Uno de los ejes de la política internacional del Kremlin es la multipolaridad, que defiende que no existe ya el dominio de una sola gran potencia, sino que varios centros de poder se reparten de manera justa el mundo. Pero este planteamiento no permite explicar la beligerancia de Moscú con Kiev en la última década y con Bruselas más recientemente.

El presidente Putin interviene en la reunión anual del Club Valdai celebrada en octubre de 2025

Tal y como lo resume el New Eurasia Strategies Centre, con sede en Londres y Washington, “mientras que la idea de multipolaridad antes implicaba la búsqueda de un nuevo equilibrio en las relaciones con Occidente, se ha convertido ahora en una justificación política para romperlas completamente”.

Así, para Barbashin, los estudiosos de Valdai describen el caos como “una fase natural e inevitable que sigue al colapso de los centros de gravedad establecidos antes de que surja un nuevo sistema de alianzas, instituciones y normas”.

El viejo mundo se derrumba

Desde su punto de vista, no tiene sentido salvar el viejo mundo, encarnado por Occidente, que se verá obligado eventualmente a reconocer su fracaso y negociar nuevas reglas con el resto de actores del planeta. Y, según los politólogos, cuanto más se aferre al pasado, más le va a costar. 

En 2018 ya apuntaban que “los intentos de estabilización se han convertido en una serie de medidas tácticas que han agravado los problemas en lugar de resolverlos”. O, en palabras de Putin en el último foro Valdai: “Es ese orden el que allanó el camino para los cambios rápidos, bruscos y, a veces, incluso espantosos que estamos presenciando hoy”.

La característica más importante del mundo emergente será la ausencia de nociones éticas universales sobre la justicia de la estructura de los Estados individuales y la legitimidad de sus gobernantes

Club Valdai

Estos expertos rusos señalan que el mundo ha entrado en una “era de decisiones unilaterales” que “no se pueden controlar”. Aceptar esta ingobernabilidad, adaptarse a ella, es la clave para surfear el caos: “Aquellos cuyas reacciones sean más rápidas y precisas podrán beneficiarse de este entorno”.

Otra consecuencia es que cada país debe mirar por sí mismo y ser capaz de cambiar de socios rápidamente. En los últimos tiempos, Rusia ha demostrado claramente esta flexibilidad en sus alianzas: ha buscado el diálogo con los nuevos gobernantes en Siria tras décadas de apoyo al régimen de Al Asad, ha marcado distancias con Irán y Venezuela cuando ha visto que no le convenía enfrentarse a Israel y Estados Unidos y se ha acercado a Corea del Norte para conseguir municiones.

Según Barbashin, la antítesis de estas asociaciones cambiantes es la rigidez de alianzas permanentes como la OTAN y de obligaciones como el Artículo 5 de su tratado, que garantiza el apoyo de los Estados miembros a cualquier otro miembro que sea atacado. “La acción de política exterior sólo se justifica cuando produce dividendos y cualquier compromiso que amenace con pérdidas puede abandonarse”, concluye.

Ni ética ni justicia universal

Para los autores rusos de “la teoría del caos” ya no puede haber ni ética ni moral en política, ni estándares universales. “La característica más importante del mundo emergente será la ausencia de nociones éticas universales sobre la justicia de la estructura de los Estados individuales y la legitimidad de sus gobernantes”, escriben. Uno no puede situarse en el lado correcto de la historia porque “simplemente no habrá lado correcto”. 

Este planteamiento da patente de corso al Gobierno ruso para operar sin ataduras tanto en política interior como exterior. En el plano doméstico, no hay restricciones para la represión a la disidencia en pos de la seguridad nacional en medio de una turbulencia global. Y en el plano internacional, se puede confraternizar con cualquier dictador y justificar los crímenes de guerra en Ucrania.

El presidente ruso, Vladímir Putin, se reúne con el enviado presidencial de EEUU., Steve Witkoff, y el yerno de Trump, Jared Kushner. EFE/EPA/ALEXANDER KAZAKOV / SPUTNIK / KREMLIN POOL MANDATORY CREDIT

Barbashin apunta que este “nihilismo radical” se presenta como el único capaz de garantizar la supervivencia de la nación y entronca con el concepto de “Estado-civilización” que Putin introdujo en 2023. Al dar a Rusia esta categoría, “no se siente obligado por definición a encajar ni en los marcos normativos occidentales ni orientales”. Es decir, los líderes del país eligen las leyes que más les interesan en aquel momento, establecen sus propios valores y seleccionan los referentes históricos más adecuados para sus políticas.

En este sentido, los principios e instituciones fundamentales del orden liberal como la Declaración Universal de los Derechos Humanos o las cortes de justicia internacionales pierden su legitimidad para el Kremlin. Esto no excluye que Rusia siga formando parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y ejerciendo su poder de veto, ya que si algo caracteriza la diplomacia rusa es el “antinormismo”, la capacidad de afirmar y negar cualquier ley internacional sin preocuparse por caer en contradicciones.

Con la ayuda de Trump

Toda esta conceptualización es un dardo a la supremacía de la visión occidental del mundo y, en particular, de los Estados Unidos. Sin embargo, los analistas de Valdai comentan que la llegada de Trump ha cambiado la aproximación norteamericana a estas cuestiones. Los “bienes comunes globales” se están transformando bajo su mandato en “instrumentos de ventaja unilateral”.

En este nuevo paradigma, la posibilidad del uso de armas nucleares tácticas, impensable durante la Guerra Fría, no se puede descartar del todo

Club Valdai

En su opinión, Washington cree que posee todavía “el derecho exclusivo de definir los criterios de justicia siempre que los intereses americanos estén en juego”. Pero, a la vez, apunta que “su hipocresía ha disminuido” y “la actual franqueza”, que prioriza abiertamente el beneficio nacional, ha “sorprendido” a sus aliados.

Es por eso que, si bien consideran a Trump “un revolucionario decidido a romper el orden global”, admiten que “sustituirlo por un orden que ofrezca más justicia y una mejor representación no está en su agenda”.

Más guerras y ataques nucleares tácticos

Otra de las profecías autocumplidas del Club Valdai es que las guerras en el mundo se multiplicarán de manera “inevitable” como parte de este proceso de advenimiento de un nuevo orden mundial. Los conflictos entre países ya no se resuelven con leyes internacionales, sino a través de “métodos más arcaicos”. En otro de sus informes apuntan que el enfrentamiento bélico ya no es un último recurso: “La guerra es posible, solo se trata de minimizar las pérdidas y maximizar los resultados”.

También se acepta cada vez más la posibilidad de un ataque nuclear “limitado” como herramienta preventiva. “En este nuevo paradigma, la posibilidad del uso de armas nucleares tácticas, impensable durante la Guerra Fría, no se puede descartar del todo”, indican.

Al mismo tiempo, asumen que el riesgo de una guerra global se ha convertido en un telón de fondo permanente de las relaciones internacionales. En el último documento de Valdai se puede leer: “El espectro de una guerra universal total nos seguirá persiguiendo, quizá para siempre”.

Prepararse para la siguiente guerra

Para Rusia, otro de los cambios de esta nueva era es que ya no se pueden conseguir victorias totales contra otros países o sistemas. A diferencia de la Segunda Guerra Mundial —que supuso la derrota sin paliativos de la Alemania nazi— o de la caída de la Unión Soviética, que desde Occidente se interpretó como el fracaso inapelable del comunismo, en la época del caos no creen que esto sea posible.

En Moscú se anticipa un “peculiar renacimiento de la política exterior del siglo XVIII”. “La historia de aquella época está llena de guerras sangrientas, aunque éstas normalmente no llegaban a aniquilar completamente al adversario. Cuando hacían la paz, las partes se preparaban para un conflicto renovado, pero al volver a enfrentarse buscaban términos de paz más ventajosos que la destrucción del oponente”, escriben.

El presidente ruso, Vladímir Putin, este martes durante una reunión con el jefe de la República de Kabardino-Balkaria, Kazbek Kokov, en el Kremlin. EFE/EPA/MIKHAIL METZEL/SPUTNIK/KREMLIN POOL

Según los teóricos rusos, la OTAN sigue persiguiendo esta noción de derrota estratégica, especialmente desde 2022. Y por eso Trump se ha convertido en un aliado para el Kremlin al situarse en una posición equidistante, optando por la negociación con Rusia, hasta entonces considerada “inadecuada” por la Unión Europea.

En la práctica, los expertos de Valdai admiten que una “derrota total” de Ucrania y de la Alianza Atlántica no es “realista”, pero tampoco es posible la imposición de un resultado “correcto” desde el punto de vista moral. Sostienen que, aunque se llegue a un acuerdo de paz, las “contradicciones” van a persistir y que, por lo tanto, el único objetivo es un “ajuste del status quo” temporal, en los “términos más favorables”, hasta la siguiente guerra.

Los halcones quieren derrotar a Europa

Aun así, la visión de los expertos de Valdai parece moderada al lado de otras aproximaciones. Entre algunos sectores persiste la creencia de que sí se debe aplastar a Europa. Un buen ejemplo es Serguéi Karagánov, uno de los politólogos más reconocidos de Rusia y, no por casualidad, fundador del Club Valdai. En una entrevista en el canal Rossiya 1, en plenas negociaciones de paz, afirmó que la guerra no acabará hasta que no venzan a Europa “moral y políticamente” y “las élites europeas enloquecidas no detengan su imprudente carrera hacia la guerra mundial”. 

“En el mejor de los casos, quizá se estabiliza profundamente la situación durante un tiempo, porque Europa se derrumbará y volverá a lo que siempre fue: un vertedero de países que luchan entre ellos y exportan guerras, colonialismo y racismo”, dijo. Para Karagánov, el viejo continente ya no es “el refugio seguro” que equivocadamente se creía que era, sino “una fuente de mal para toda la humanidad”.

El régimen de Putin no puede establecer un nuevo orden mundial, pero ya ha creado un nuevo desorden global, siendo el centro de su estrategia la producción y exportación permanente del caos a través de medios militares o híbridos

Andréi Kolésnikov periodista ruso crítico con Putin

Desde su punto de vista, la élite europea “extraordinariamente irresponsable, brutalizada y degradada” está aprovechándose de una población “adoctrinada en masa” con una propaganda “peor” que la que inundó Alemania en la Segunda Guerra Mundial. 

“Esperamos que entren en razón antes de forzarnos a cometer el grave pecado de recurrir a armas de represalia masiva”, advirtió. En 2023, Karagánov ya propuso un ataque nuclear táctico preventivo contra un país de la OTAN, como Polonia.

A pesar de que este enfoque tan radical, comparable al del expresidente ruso Dmitri Medvédev, no expresa la política exterior del Kremlin, sí que forma parte del crisol de sensibilidades que conviven dentro de la cúpula del poder ruso. Así pues, no es una opinión marginal ni estrafalaria.

Estado de excepción permanente

Andréi Kolésnikov, periodista ruso que sigue en Moscú a pesar de ser muy crítico con Putin, escribía en una columna reciente en la revista The New Times: “El régimen de Putin no puede establecer un nuevo orden mundial, pero ya ha creado un nuevo desorden global, siendo el centro de su estrategia la producción y exportación permanente del caos a través de medios militares o híbridos”.

Para el opinador, el presidente ruso está alargando “la fase caliente” de la confrontación con Occidente hasta que devenga una “fase fría”. Pero no será un conflicto como el del siglo XX, sino “un enfrentamiento permanente a la manera de las guerras medievales intermitentes, como la Guerra de los Cien Años”.

La consecuencia, según Kolésnikov, es que la sociedad rusa seguirá inmersa en una militarización constante y transversal. “La revolución conservadora de Putin tuvo un principio, pero no puede tener fin, y aquí la política exterior y militar no es más que una continuación de la política interior: las medidas autoritarias y totalitarias contra sus propios ciudadanos han tomado una dimensión externa. Esto es inevitable: un régimen así no puede existir orgánicamente sin dos frentes, sin enemigos internos y externos”, remata el autor.

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