Baños con lejía y tragos de gel hidroalcohólico: los efectos secundarios de la desinformación sobre la pandemia
El consejo de las autoridades sanitarias suele ser desinfectar las superficies que tengan un mayor contacto para minimizar la expansión de la COVID-19. Hay personas que se lo toman al pie de la letra. Lisa es una de ellas. Llenó el fregadero con una mezcla de lejía, vinagre, agua caliente y limpió la verdura antes de comérsela. No tardó mucho en sentir que un fuerte olor a cloro impregnaba la cocina y notar que le costaba respirar.
Lisa (no es su nombre real) estuvo unas horas ingresada en el hospital antes de ser dada de alta hace unos días. En cambio, una pareja en Arizona que bebió un líquido que se usa para limpiar peceras y que contiene fosfato de cloroquina no tuvo tanta suerte. Lo hicieron después de escuchar al presidente de EEUU, Donald Trump, que en marzo había recomendado la hidroxicloroquina, un medicamento contra la malaria, por su supuesta efectividad contra el coronavirus.
Aunque las dos moléculas están vinculadas, no se recomienda el fosfato de cloroquina en humanos. Ambos acabaron en el hospital. Él murió. Ella estuvo un tiempo en estado crítico. Los centros de desintoxicación han visto como su vida diaria se trastocaba durante la pandemia, igual que en el resto de centros médicos, pero con un impacto que ha variado según los países.
Julie Weber, presidenta de la Asociación Estadounidense de Centros de Control de la Toxicidad, afirma que en Estados Unidos el incremento de casos ha sido evidente. Las llamadas en las que se referían hechos relacionados con desinfectantes y productos de limpieza aumentaron un 16% y un 20% respectivamente en los primeros tres meses de 2020 y en comparación con el mismo período de año pasado. Y eso antes de que el presidente sugiriera en abril ese peligroso consejo sin fundamento médico.
En el resto del mundo, el número de casos ha permanecido estable o incluso disminuido. Las consultas realizadas al Servicio Nacional de Información y toxicología del Reino Unido bajaron un 13% en marzo y abril si se compara con el año anterior. En Europa continental aparece la misma tendencia.
Bruno Mégarbane, quien fuera presidente del European Association of Poisons Centres and Clinical Toxicologists (EAPCCT) dice que podría deberse al confinamiento, que ha alejado a muchas personas de aquello que podría haberlas envenenado. Pero la exposición a otras sustancias, no determinadas, ha aumentado. El perfil de los casos cambia en todas partes. “Se trata de un principio importante de la toxicología: el envenenamiento aumenta a medida que lo hace la disponibilidad de aquello que envenena”, explica. Los productos que se emplean en el hogar están entre los más relacionados con este problema.
En Burdeos, Francia, la toxicóloga Magali Labadie informa de un aumento de casos de personas frotándose lejía por el cuerpo, “los pacientes se ponen totalmente rojos”, o que se lavan las manos con alcohol destilado, irritándose así la piel. Los hay también que frotan su casa con lejía con tanta intensidad que se provocan ataques de asma a sí mismos.
Intoxicación también en animales
Se registran casos de niños que se envenenan por accidente al beber geles de manos –cada vez más– ya que menores y geles pasan tiempo en el mismo espacio restringido. Pese a que la Organización Mundial de la Salud ha recordado que las mascotas no propagan el coronavirus, se dice que los veterinarios han visto casos de gatos en consulta por coma etílico después de lavarlos con gel hidroalcohólico. También de perros con quemaduras en la piel y las patas porque les han aplicado lejía o sustancias corrosivas después de los paseos.
En algunos casos se han detectado sustancias difíciles de conseguir como un medicamento para la diabetes, la metformina, de la que también se ha dicho que podría tener algún efecto terapéutico en relación con la COVID-19. En otra ocasión, una mujer ingirió tinte para el pelo con una molécula denominada parafenilendiamina que puede causar una reacción alérgica severa y quemaduras en contacto con los tejidos blandos del cuerpo. Su objetivo parecía ser desinfectarse por dentro. Los casos de envenenamiento por ingesta de aceites con el mismo propósito también han aumentado en algunos lugares.
Los centros especializados en envenenamiento se han esforzado en enviar estos mensajes, sobre todo cuando se ha hecho evidente la necesidad de corregir la desinformación que sale de boca de personas en puestos a los que se supone autoridad, pero no siempre ha funcionado.
El toxicólogo Peter Chai, del Hospital Brigham and Women’s en Boston, dice que en su centro se ha registrado un aumento de casos de intoxicación por hidroxicloroquina. Aunque se cree que el medicamento no tiene consecuencias graves en personas sanas e ingerido en la dosis recomendada, algunas personas han consumido más cantidad con efectos secundarios serios entre los que se incluyen alteraciones peligrosas del ritmo cardíaco.
Una vez que las autoridades sanitarias advirtieron de que era mejor evitar el consumo de ibuprofeno durante la pandemia, y antes de retractarse de tal consejo, algunas personas que lo usan de manera habitual para el alivio de sus dolencias crónicas se intoxicaron accidentalmente con otros analgésicos como paracetamol o empeoraron por no tomar nada.
Aún se está en la fase de recolección de datos, la anterior al análisis científico de los mismos, pero ya se informa de casos, aunque por ahora anecdóticos, de intento de suicidio por envenenamiento están volviendo a incrementarse, tras una caída durante el confinamiento. “Es paradójico, pero mi impresión es que el desconfinamiento ha provocado más estrés y ansiedad”, dice Mégarbane.
Davide Lonati, del Centro de Control del Veneno en la Fundación Salvatore Maugeri, un hospital de Pavia, Italia, piensa lo mismo. A medida que Italia sale del confinamiento, se prepara ante otro problema: “La intoxicación de antidepresivos y antipsicóticos ha aumentado una vez que los casos de COVID-19 han comenzado a disminuir”, dice. “¿Estrés postraumático, duelo? Quién sabe, comenzamos a sentirnos libres, normales. Pero es una normalidad extraña”.
Traducido por Alberto Arce
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