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The Guardian en español

Confesiones de una proxeneta: así se explota a la juventud indigente de Alaska

En Alaska el precio de una transacción sexual es más elevado que en el resto del país y eso convierte al estado en foco de la explotación sexual. /CARMEN SECANELLA

Julia O'Malley

Anchorage —

Heidi Ross era una estudiante de último año de instituto cuando, para dejar detrás su oscura infancia, decidió hacer autoestop desde el suburbio de Eagle River en el que vivía hasta la ciudad de Anchorage. “No tenía adonde ir –cuenta sobre ese día de hace unos 20 años–. Y cargué mi ropa a la espalda”.

Una vez en la ciudad, sin forma de pagar un alquiler, pronto se encontró a sí misma comerciando con sexo por un lugar en el que quedarse. Después intercambió sexo por drogas. Conseguir cosas a cambio de sexo la hacía sentir poderosa, explica. A los 21 años empezó a trabajar para un proxeneta que prometió cuidar de ella.

“Al principio me sentí extraña porque estaba acostumbrada a cuidar de mí misma”, asegura. “Pero estaba bien. Era como si la pieza que faltaba hubiera aparecido de repente”. Ross cuenta que el trabajo sexual se convirtió en su “estilo de vida”. Tiempo después, ella se convertiría en una explotadora de hombres y mujeres jóvenes que, como ella misma cuando llegó a Anchorage, se encontraban completamente a la deriva.

La explotación sexual ha sido un problema de fondo en la cultura de un estado fronterizo y machista, dominado por hombres desde que los exploradores rusos llegaron por primera vez a la región y luego por los que llegaron en masa por la fiebre del oro. Las fuerzas del orden público, los fiscales y los defensores de las víctimas llevan mucho tiempo sospechando que el estado tiene una alta tasa de tráfico sexual, pero el problema ha sido poco estudiado. Hace poco un pequeño estudio sobre tráfico entre jóvenes sin hogar aportó algunos datos que respaldan estas sospechas.

En abril, investigadores de la Universidad Loyola en Nueva Orleans dieron a conocer unas estadísticas extraídas de entrevistas con jóvenes de entre 17 y 25 años en centros de acogida para jóvenes de Covenant House y otros centros de atención en diez ciudades de todo el país. Los expertos hallaron que Anchorage tenía el mayor porcentaje de encuestados –más de uno de cada cuatro de los 65 entrevistados– que decían haber sido objeto de tráfico sexual o laboral. La media en estos centros fue de uno de cada cinco, aproximadamente.

El colectivo LGTB es el que más sufre la trata

La definición de trata en el estudio es “explotación del trabajo de una persona a través de la fuerza, el fraude o la coacción”. El estudió halló que el 27% de las mujeres jóvenes entrevistadas en el centro de Anchorage y el 17% de los chicos jóvenes comunicaron haber sido objeto de trata sexual. Los jóvenes LGTB presentaban una probabilidad mayor. La mayor parte de los jóvenes que dijeron haber sido víctimas de trata, o de ofrecer sexo a cambio de vivienda, eran jóvenes sin hogar en ese momento.

Sistemáticamente, Alaska encabeza las tasas de abuso infantil, violencia machista, ataques sexuales, indigencia y drogadicción. Ser víctima de violencia o acosos sexuales, o tener problemas de drogadicción incrementa el riesgo a que cualquier persona sea víctima de trata, asegura Josh Louwerse, coordinador del programa de participación juvenil en Covenant House en Anchorage. Ocurre exactamente lo mismo con la falta de vivienda, apunta.

Según Louwerse, todos los jóvenes que llegan al centro han experimentado algún tipo de trauma. Muchos han sido víctimas o abandonados por sus propios padres, y han sido dejados a su suerte por parte de los sistemas gubernamentales que tendrían que haberse encargado de ellos. Alrededor de un 40% de jóvenes atendidos por estos centros presentan enfermedades mentales. Más de la mitad son nativos de Alaska, algunos procedentes de poblaciones rurales del estado.

El pilar principal de la economía de Alaska se basa en un puñado de industrias que emplea a hombres jóvenes y solteros, incluyendo el petróleo, la pesca y el ejército. Una sólida industria turística también da alas al mercado del sexo. “Existe una demanda sexual y personas sexualmente vulnerables que pueden ser manipuladas y abatidas hasta que quieran comerciar con el sexo·, apunta. ”Alrededor de todo el estado hay lugares que son focos esencialmente“.

Jolene Goeden, agente del FBI que lleva investigaciones de trata, afirma que su agencia vigila los anuncios de sexo en la red y observa un repunte de los mismos coincidiendo con la temporada alta de turismo. La gente paga más por sexo en Alaska que en otros lugares, afirma la agente, que ha visto casos en los que los traficantes traen chicas al estado por esta razón. Las mujeres nativas de Alaska son atractivas para los traficantes porque pueden ser ofrecidas en el mercado como de otra raza.

El precio del sexo en Alaska está entre 180 y 270 euros la hora, asegura. En ocasiones, los traficantes de otros estados envían allí a varias mujeres a la vez. Si cada una de ellas tuviese tres clientes al día —una estimación a la baja— no costaría demasiado cubrir los costes de hotel y vuelo. “A partir de ahí, todo es beneficio”, indica Goeden.

El elevado precio del alojamiento en Alaska también influye en el tráfico de personas, afirma la agente. Una persona que obtiene el salario mínimo tendría que trabajar 75 horas a la semana para poder permitirse un apartamento de una habitación a precio de mercado, de acuerdo con la National Low Income Housing Coalition (coalición nacional de alojamiento para personas de bajos ingresos). “Uno de los factores más importantes para superar el problema con la mayoría de las víctimas es un alojamiento estable y asequible”, asegura. “Y yo diría que no existe tal cosa”, añade.

Ross trató de huir de su propio desastre

En los años previos a dejar su casa, recuerda Ross, ella cuidaba de su madre, que tenía esquizofrenia. Trabajaba hasta tarde todas las noches en el cine local y en la hamburguesería Wendy's para ayudar a pagar las facturas. Un día en la escuela, tiró un libro a su profesora y salió de clase. No mucho tiempo después, se encontraba en el coche de un desconocido en dirección a Anchorage. “No podía seguir”, cuenta. “Me quebré”.

Ross afirma que con el paso de los años se vio involucrada en deberes administrativos del negocio del sexo y mantuvo relaciones con los proxenetas que lo dirigían. Nunca ha tenido un novio fuera del negocio y su relación más larga fue con un violento proxeneta llamado Troy Williams.

La gente joven, notó Ross, llegaba a ella procedentes de duras infancias sin un sitio donde vivir, problemas de abuso de drogas y muchas necesidades emocionales. Sabía que no tenían miedo a ser maltratados físicamente, sino a ser repudiados, cuenta. Querían más amor que dinero y esto era algo de lo que se dio cuenta que se podía aprovechar.

“Si nunca has tenido a nadie que se fije en ti y de pronto te dicen lo guapo, inteligente y bueno que eres harás lo posible para aferrarte a ello”.

Finalmente se convirtió en “lugarteniente” en el negocio de trata. En 2015, el estado acuso a Ross y a Williams de múltiples delitos relacionados con la trata. Actualmente está cumpliendo una breve sentencia tras declararse culpable de dirigir una operación a cambio de menos cargos.

Williams, a su vez, fue a juicio, donde las mujeres testificaron sobre palizas y privación de alimento. También declararon que fueron forzadas a bañarse en agua helada cuando no estaban dispuestas a trabajar. Ross afirma que nunca vio tal trato. Williams, que también es el padre del único hijo de Ross, fue declarado culpable de carios cargos y sigue esperando sentencia.

Ahora, con 37 años y utilizando un nuevo nombre que no quiere revelar, Ross tiene un trabajo en un restaurante de comida rápida y espera volver a conseguir la custodia de su hijo. Planea mudarse a Arizona y encontrar trabajo en el mundo de la hostelería. El negocio del sexo es muy lucrativo comparado con otro tipo de trabajos para los que está cualificada, pero asegura que no dará un paso atrás por “lo que perdería”. “Quiero a mí hijo y tengo ganas de irme”, afirma.

Traducido por Javier Biosca y Cristina Armunia

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