Donald Trump se merece la bienvenida que le dieron los mexicanos
La semana pasada, México fue foco de la mirada del mundo gracias a un evento inesperado y horrible: la visita del candidato presidencial de Estados Unidos más grosero y sin remordimientos en la historia de la política. ¿Por qué vino Donald Trump a México? Es la pregunta que nos hicimos millones de mexicanos mientras gritábamos “¡No eres bienvenido!”.
El candidato presidencial del partido republicano llegó a mi país ofreciendo una simpatía más falsa que un billete de 3 dólares. Él sabe que no es bienvenido y es consciente del rechazo que genera, no solo en México sino en toda América Latina y en otros países y culturas a los que ha ofendido. No sólo se ha ganado el odio y la indignación del mundo, sino que además con esta visita a mi país ha confirmado que es sin ninguna duda un hombre en quien no se puede confiar. No hace falta más que mirar la película que montó en su viaje a México, una farsa para demostrar lo indemostrable: cortesía.
Trump ha construido su campaña sobre la máxima de que “la mala publicidad es mejor que no tener publicidad”. Está claro que lo único que le importa a Trump son las mediciones de audiencia, no la credibilidad. Su campaña es un montaje y ha engañado a sus seguidores desde el principio. Pero lo peor es que maneja la información como un virus que ha infectado al pueblo estadounidense.
Trump ha afirmado que los inmigrantes mexicanos y latinoamericanos son los que introducen armas, crimen y drogas en EEUU, que los mexicanos somos responsables de la violencia. Pero mientras con una mano señala a los mexicanos, con la otra anima a los estadounidenses a comprar armas. Según cifras del gobierno de EEUU, siete de cada diez armas incautadas en México proviene de Estados Unidos.
Con sus declaraciones, Trump demuestra que no le importan los hechos, no le importa la realidad. Lo que hace es seguir difundiendo una visión distorsionada, y esto hace pensar que, o bien es absolutamente ignorante, o está mintiendo.
El miércoles pasado, delante de las cámaras, no tuvo otra alternativa que reconocer a México como un aliado comercial y valorar el trabajo que hacen los mexicanos en EEUU. Sin embargo, unas horas más tarde, salió a decir que México tendría que pagar el muro, cuando nuestro presidente Enrique Peña Nieto había dicho lo contrario. Con este acto infame ofende no sólo a un país libre y soberano sino también a sus propios votantes.
Un hombre como Trump no puede demostrar el más mínimo respeto por nada, y no lo hará. Por el contrario, sólo hace un gran despliegue de su egoísmo. Usó al presidente de México y a todos los ciudadanos de nuestro país para su beneficio propio. Las mentiras no paran de acumularse, como su apoyo a la guerra de Irak y el hecho de que está financiando su propia campaña. Además, su denigración de las mujeres no cesa.
En mi opinión, cuando alguien se llama a sí mismo un líder ya resulta engañoso, es un recurso muy bajo. Y sin embargo, ha llegado aún más bajo, utilizando las necesidades de sus seguidores para validarse a sí mismo con un discurso lleno de intolerancia, racismo y miedo. No hay forma de que una nación crezca y prospere sin esperanza, valores ni responsabilidades. La historia ha probado que el “liderazgo” basado en el miedo y la ignorancia está condenado al fracaso.
Sé que Trump está siendo testigo de su propia decadencia. Sabe que tiene todas las encuestas en su contra. En medio de todo esto, eligió venir a México para ver si podía evitar que se le hunda el barco, para volver a su país y seguir con su deshonesta campaña.
Pues, aunque estoy rodeado de muros, con mucho gusto construiría uno alrededor de Trump, para librar al mundo de personas como él.
No te necesitamos.
Traducción de Lucía Balducci