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The Guardian en español

Hamás busca ganar posiciones en Oriente Próximo con su ataque a Israel

Un grupo de palestinos observa la destrucción de los edificios alcanzados durante los ataques aéreos israelíes sobre Rafah, en el sur de la Franja de Gaza, el 8 de octubre de 2023.

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¿Qué se pretendía conseguir con el ataque y por qué ahora? Son las preguntas clave que surgen después del ataque sorpresa de Hamás contra Israel de este sábado.

Cuando el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, anunció que Israel estaba en guerra con Hamás y las demás facciones de Gaza, es importante comprender lo que no incluían los objetivos militares de Hamás: Hamás libra sus conflictos periódicos por razones políticas, para apuntalar el apoyo en Gaza –y en otros lugares– y para garantizar su relevancia.

La cúpula militar de Hamás es consciente de sus propias capacidades. Tomar y mantener terreno en Israel está muy lejos de su alcance. Como deja claro el secuestro y asesinato de civiles israelíes, se trata de una operación diseñada tanto para aterrorizar como para tener el mayor impacto internacional posible.

Y aunque las causas últimas de la violencia israelo-palestina son siempre urgentes e importantes, después también de décadas de ocupación, lo que parece clave para el ataque de este sábado es el contexto más amplio de la región, y la normalización en curso entre Israel y Arabia Saudí, con mediación de EEUU, que ha ido cobrando impulso recientemente.

En medio de la continua impotencia e irrelevancia de la Autoridad Palestina del presidente Mahmud Abbas en Ramala, siempre han resultado de consecuencias impredecibles los esfuerzos de Washington, primero con Donald Trump (con los Acuerdos de Paz de Abraham) y más recientemente con Joe Biden, por hacer recaer en acuerdos paralelos con los reinos del Golfo partes importantes del proceso de paz en Oriente Próximo.

Aunque Estados Unidos y Arabia Saudí han comprendido desde hace tiempo que cualquier avance en la normalización dependía de que se avanzara hacia una solución de dos Estados –Palestina e Israel–, siempre se consideró que los principales escollos eran un Gobierno israelí de extrema derecha al que muchos veían incapaz de llegar a un acuerdo y un Hamás en Gaza al margen de las conversaciones y susceptible de actuar como aguafiestas.

Aunque en la política israelí ha habido durante mucho tiempo personas, entre las que destaca Netanyahu, que han abogado por un proceso de paz que aborde la cuestión palestina como un complemento de un proceso más amplio, con la esperanza de presentar esa paz a los palestinos como un hecho consumado, Hamás siempre ha tenido muy claro lo que ese enfoque podría significar para ella.

Lo sorprendente es que incluso a principios de este año la complicada y a menudo díscola relación entre Arabia Saudí y Hamás parecía estar mejorando, y una delegación de Hamás visitó Riad por primera vez en siete años: se produjo en un contexto de giro de Riad hacia China y de mejora de las relaciones con el presidente sirio Bashar al-Assad, lo que se consideró una oportunidad para Hamás.

Es probable que el análisis detallado de las ideas de Hamás al lanzar este ataque sea un proceso largo, entre otras cosas porque Israel, comprensiblemente el país con una visión más próxima, no estaba enterado de ellas.

La realidad es que, aunque Hamás ha disfrazado el ataque como una respuesta a las incursiones israelíes en torno a la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén, eligió desencadenar este conflicto –en este momento y de la forma en que lo hizo– como una forma de imponerse en esa diplomacia más amplia de la región.

Una de las fracturas más antiguas de la información y el análisis sobre Oriente Medio es el abismo que se percibe entre las actitudes de las élites en los círculos de gobierno de los Estados árabes y las opiniones de la población en general de los países de la región.

Se trata de una brecha que los conflictos israelo-palestinos han puesto de manifiesto en el pasado y que ha obligado a los países árabes –incluso a aquellos que no han ocultado su frustración con los dirigentes palestinos bajo el mandato de Abbas– a caminar por la cuerda floja de las declaraciones públicas y las acciones. De hecho, el lenguaje del comandante militar de Hamás, Mohammed Deif, al anunciar el asalto fue instructivo. “Hoy el pueblo está recuperando su revolución”, dijo Deif en un mensaje grabado, mientras pedía a los palestinos desde Jerusalén Este hasta el norte de Israel que se unieran a la lucha, lo que sugiere que Hamás considera el ataque como un intento de recuperar el control sobre la narrativa palestina.

Y aunque el llamamiento sobre Al-Aqsa es popular, subrayado por las crecientes tensiones en torno al lugar, la gravedad del ataque de Hamás parece diseñado para provocar un ataque israelí muy significativo contra Gaza, con las inevitables víctimas civiles que ello implicaría. El llamamiento más amplio de Deif a la “resistencia islámica en Irak, Siria y Líbano” también iba dirigido específicamente a los países que cuentan con movimientos militantes apoyados por Irán, entre ellos Hezbolá en Líbano.

Lo que está claro es que el conflicto tiene beneficiarios fuera de Hamás. Aunque ya se habían producido antes incursiones a pequeña escala desde Gaza, la magnitud de este asalto ha quebrado la idea de que los israelíes, con miles de millones gastados en seguridad, estaban a salvo y seguros dentro de sus propias fronteras. Es una situación que no habrán pasado por alto Hezbolá en Líbano y los grupos militantes en Siria.

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