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Shaka Senghor: la historia de Estados Unidos que nadie quiere contar

Shaka Senghor en una imagen de Instagram.

The Guardian

Rose Hackman —

Todos estos hechos son ciertos. 

Shaka Senghor tiene 43 años. Ha publicado un libro que figura en la lista de más vendidos del The New York Times. La conocida presentadora de televisión Oprah Winfrey ha explicado que la entrevista que le ha hecho, que se emitirá este mes, es una de las mejores de toda su carrera. Su charla TED ha tenido millones de visitas en la página web de la fundación. Es un hombre inteligente y que se preocupa por los demás.

También es cierto que Shaka Senghor mató a un hombre. En 1991 se declaró culpable de un asesinato en segundo grado y pasó 19 años de su vida en la cárcel, siete de ellos en régimen de aislamiento.

En Estados Unidos, dos millones de hombres y mujeres cumplen condena entre rejas y a otros siete millones se les ha concedido la libertad condicional.

Han pasado cinco años desde que salió de la cárcel y Senghor lucha por reformar el sistema penitenciario de Estados Unidos. Aboga por una profunda reflexión en torno al duro y complicado problema del encarcelamiento masivo.

Se ha convertido en uno de los rostros mas conocidos de una iniciativa llamada #cut50, apoyada por muchos famosos, que quiere que la cifra actual de dos millones de presos del país se reduzca a la mitad en la próxima década. 

Es un proyecto extraordinariamente ambicioso pero Senghor también es extraordinario. “Yo soy la viva muestra de que si a una persona le das una segunda oportunidad puede aprovecharla”, dice.

Senghor, que luce una larga melena rizada, una visera blanca y chillona de Detroit, una elegante chaqueta y una camiseta blanca, entra en un bar medio vacío situado en un barrio de Nueva York. Es un lunes por la noche y le pedimos al encargado si puede poner el canal de televisión Comedy Channel, ya que la entrevista que le ha hecho Trevor Noah unas horas antes está a punto de emitirse.

Senghor habla con seguridad pero con discreción. No necesita levantar la voz para que la gente que lo rodea le preste atención. Cuando sonríe muestra unos dientes separados que parecen recordar que antaño fue un niño torpe. Se desenvuelve bien y charla con otros clientes del establecimiento. 

Así es Shaka Senghor, el aplaudido orador, escritor y activista, cuando se relaja y disfruta de lo que ha conseguido. Está en Nueva York, lejos de su casa de Detroit, porque está recorriendo todo el país para promocionar su autobiografía, Writing My Wrongs (Corrigiendo mis errores). Se trata de un trabajo psicológicamente desgastante: “recuerdo los peores momentos de mi vida una y otra vez

En el libro y en las entrevistas que concede, Senghor habla de los abusos que sufrió de niño, el tráfico de crack, de una depresión y cómo se sintió cuando le dispararon de pequeño, y, finalmente, cómo él disparó y mató a una persona cuando un negocio de drogas salió mal. 

En el “agujero”

Su relato transporta a los lectores y a los oyentes hasta una cárcel donde se apuñala y viola sistemáticamente y les transmite el sufrimiento físico y mental de estar atrapado año tras año en “el agujero”.

A Senghor lo salvaron su sed de conocimiento, su obsesión compulsiva por la lectura y la escritura, y las cartas que le escribían su hijo y la abuela del hombre que mató. Esta última lo obligó a afrontar el coste humano de su acción. Decidió consagrar su vida a salvar a otras personas. 

El relato de Senghor hace que nos formulemos las siguientes preguntas: ¿No es nuestro prójimo? ¿Se merece una segunda oportunidad? Cometió gravísimos errores. ¿Es posible que la sociedad que lo tenía que ayudar también? “Mi historia es una historia de Estados Unidos. De hecho, es la historia de Estados Unidos”, afirma.

Sin embargo, se trata de una historia de la que nadie quiere hablar. Hay muy pocos libros sobre encarcelamiento masivo y generalmente son ensayos de expertos. “Mi libro es distinto, se trata de un relato en primera persona, nunca me exoneraron y cumplí íntegramente la condena. No estoy resentido pero sí quiero cambiar el sistema”, explica.

En Estados Unidos, dos millones de hombres y mujeres cumplen condena entre rejas y a otros siete millones se les ha concedido la libertad condicional. Senghor cree que ha llegado el momento de dejar de mirar hacia otro lado y analizar la situación desde la perspectiva del preso: “Lo cierto es que la mayoría saldrá de la cárcel en algún momento de su vida y la gran pregunta es qué hacer con ellos cuando esto suceda”.

"Algunos de los mejores mentores que he tenido están en la cárcel. Y mi misión es transmitir su mensaje. Algunos de ellos son las mejores personas que he conocido"

Cada año, unos 650.000 presos son puestos en libertad. La información disponible muestra que tres de cada cuatro volverán a ser detenidos y condenados en los cinco años siguientes a salir de la cárcel. 

“El sistema judicial no enseña cómo curar”, lamenta. Indica que, en realidad, los reos de las cárceles estadounidenses, una gran mayoría afroamericanos, hubieran querido tener más oportunidades antes de cometer el delito por el que entraron en la cárcel y les gustaría que alguien les diera una oportunidad tras salir de ella. Le indigna el hecho de que las cárceles del país dispongan de todo tipo de recursos y tengan un césped inmaculado y, en cambio, las escuelas públicas de Detroit, que están en un estado lamentable, no dispongan del dinero suficiente: “Se debe prestar más atención y destinar más recursos a las comunidades afroamericanas y todo esto debe hacerse antes de que sus miembros terminen en la cárcel. Y, por otro lado, cuando los presos salen de la cárcel se les debe dar una oportunidad. También se deben cambiar las condiciones y tal vez la duración de la sentencia”. 

De la cárcel a los premios

Senghor ha ganado premios por su labor como mentor de la comunidad, ha conseguido una beca del MIT, ha trabajado como profesor en la Universidad de Michigan y ahora ha publicado un éxito de ventas. Señala que no podría haber conseguido todo lo que ha conseguido si alguien no hubiera confiado en su potencial. Y no quiere ser una excepción. “Algunos de los mejores mentores que he tenido están en la cárcel. Y mi misión es transmitir su mensaje. Algunos de ellos son las mejores personas que he conocido”, subraya.

Mientras trata de relajarse en el bar le pregunto si siempre supo que tenía un cerebro privilegiado. Esquiva la pregunta y me responde que todos los cerebros lo son, el secreto es descubrir el potencial de cada persona. Cambio de táctica y le pregunto si a veces se ha encontrado con personas que han subestimado su capacidad intelectual. Me mira de reojo. Admite que sí, con una expresión que deja entrever un ligero y merecido regocijo.

En el bar se hace el silencio cuando la entrevista empieza a emitirse. Algunos clientes murmuran e intercambian miradas con sus acompañantes. El Shaka Senghor que aparece en televisión está confesando que cometió un asesinato en segundo grado. Sin embargo, cuando termina la entrevista nadie parece asustado y nadie lo juzga. Todos se acercan para darle las gracias y para felicitarlo. 

Uno de los camareros nos cuenta que su tío pasó dos décadas traumatizantes tras las rejas y que más tarde le costó adaptarse a la vida fuera de la cárcel. 

Tal vez algún multimillonario lo invite a una fiesta llena de famosos con el propósito de que se sienta mejor pero lo cierto es que a este hombre no le motiva el lujo o la ostentación. A sus charlas siempre acuden madres que quieren hablar con él y son muchos los adolescentes que le escriben; personas normales que tienen algún ser querido en la cárcel.

Las terribles experiencias vividas en la cárcel lo acompañan siempre, también cuando está en un lujoso hotel o pasea por una calle de Manhattan. Se desplaza a todas partes en taxi ya que los espacios cerrados, como el metro, le producen ansiedad. “De aquí hasta allí, y luego hasta allí”, me había indicado esa mañana. Estaba sentado en el elegante vestíbulo de su hotel y señalaba el extremo de un sofá y una mesa cercana.

El espacio que describió era diminuto y absurdo. Y me dijo: “Este era el tamaño de la celda cuando estaba en régimen de aislamiento”.

Traducción de Emma Reverter

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