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Tsipras: el líder que triunfó prometiendo otra Europa y al que la 'realpolitik' puede acabar derrotando

El primer ministro griego, Alexis Tsipras, en un acto el 1 de julio en Creta.

Andrés Gil

Enviado especial a Atenas —

2015 no es 2019. En 2015, Grecia se encontraba quebrada, intervenida por la troika, que reclamaba unas medidas de ajuste durísimas para la población. Unas recetas económicas para salir de la crisis que se aplicaron en media Europa, incluida España. Pero Alexis Tsipras ganó las elecciones griegas de enero de 2015 prometiendo otro modelo, una Europa alternativa en la que los márgenes de lo posible se ensancharan, en la que la salida de la crisis no pasara necesariamente por recortar pensiones, prestaciones de desempleo y coberturas sanitarias. Una Europa sin los célebres memorandos, aquellos diktats con los que la troika intervenía las economías de los países para aplicar recortes sociales.

Tsipras, en aquellos días, era el referente europeo de ese otro modelo, que reclamaba también mayor transparencia en la toma de decisiones, mayor democracia en los procesos políticos y económicos de la Unión Europea que terminaban decidiendo la paga de una viuda desde sus despachos en el Banco Central Europeo, en la UE o en el Fondo Monetario Internacional, a miles de kilómetros.

Las elecciones griegas de 2015 llegaron después de la irrupción de Podemos, en enero de 2014, y fueron antes del éxito de las candidaturas municipalistas en España, aún bastante antes del éxito de Jean-Luc Melenchon en las presidenciales francesas de 2017.

Tsipras marcaba un camino, pero se topó con un muro en el verano de 2015. Se cumplen ahora 4 años del referéndum del Oxi, aquel que el 5 de julio dio un portazo sonoro a la troika, aquel que rechazó aplicar los recortes decretados desde Bruselas para el pago de la deuda. Aquel que, en realidad, fue el último gran gesto de contestación, porque al final el Gobierno griego fue derrotado por la UE y que trajo consigo la dimisión del ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis.

Pero el freno en seco a Grecia dejó descolocada a la izquierda europea –“van a decepcionarte más que Alexis Tspras”, canta Riot Propaganda–, y abonó la idea de que la UE no era reformable, o al menos no podía serlo salvo con una alianza amplia y alternativa entre países que nunca terminaba de producirse, por aquello de la “correlación de fuerzas” tan recurrente en los discursos de la izquierda.

Tsipras aceptó aplicar recortes impuestos desde la UE, ajustó los balances, se convirtió “en un país normal”, en palabras del comisario económico Pierre Moscovici, y comenzó a acudir como invitado a las reuniones previas a las cumbres europeas de los líderes socialdemócratas en Bruselas: cambió el antagonismo que le hizo primer ministro y referente europeo por el pragmatismo del gobernante derrotado que acepta los márgenes establecidos e intenta influir en ellos desde la cooperación, después de haber sufrido una campaña por todos los frentes de la que se avergüenzan hasta algunos de sus participantes, como el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.

Juncker reconoció en mayo presiones de “numerosos gobiernos” de la Unión Europea para dejar que Grecia saliera de la eurozona durante la crisis: “Conseguimos que se asegurara la permanencia de Grecia en la zona euro. Suena algo natural hoy, pero como presidente del Eurogrupo y de la Comisión puedo decir que su permanencia estaba muy amenazada. Cuando lees lo que dicen que pasó... Tengo unos recuerdos muy distintos: bastantes gobiernos no querían ni siquiera que en la Comisión nos ocupáramos del problema de Grecia, y no cedí a las presiones para lograr que Grecia siga en el euro. Grecia es un país orgulloso que ha hecho grandes esfuerzos y merece la solidaridad europea”.

En enero pasado, Juncker ya pidió perdón en el Parlamento Europeo. “Siempre he lamentado la falta de solidaridad con la crisis griega”, dijo en Estrasburgo durante su discurso sobre el 20 aniversario del euro: “No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos, la injuriamos, y nunca me he alegrado de que Grecia, Portugal y otros países se encontraran así. Siempre he querido que remontaran su lugar entre las democracias de la UE”.

Así, Tsipras ha buscado nuevas alianzas, acuerdos con sectores del PASOK (los socialistas griegos) para presentarse a las elecciones como Syriza-Alianza Progresista; y ha apoyado a Frans Timmermans para presidir la Comisión Europea, hasta el punto de delegar su voto en Pedro Sánchez el lunes pasado cuando tuvo que abandonar la cumbre en Bruselas para ir a un mitin en Creta.

“Grecia, una vez más”, tuiteó Tsipras, “ha sumado fuerzas con quienes quieren una Europa abierta, progresista y social. En la reunión del martes de los líderes, no asistiré debido a las rígidas obligaciones de la campaña electoral. Estaré representado por el primer ministro español, Pedro Sánchez”.

Alexis Tsipras fue el candidato de la Izquierda Unitaria a presidir la Comisión Europea en 2014. Cinco años más tarde, ha dado su apoyo a Timmermans, después de unos comicios europeos que dejaron en segundo lugar a Syriza, a pesar de repetir resultado, por el ascenso de Nueva Democracia.

En la misma noche del 26 de mayo, Tsipras anunció un adelanto electoral. Las elecciones, previstas para finales de octubre, se celebrarán el 7 de julio. Y Tsipras ha pasado en cinco años de antagonista de las instituciones de la UE a alinearse con los socialdemócratas para intentar desempeñar un papel.

Ese papel, como dijo en su momento el propio Timmermans, era una alianza “desde Tsipras a Macron” para dar un golpe de mano de los 15 años de hegemonía en la UE de los populares. Timmermans logró esa alianza, pero ha sido insuficiente. Su nombre aguantó el pasado domingo y el lunes, pero este martes ya decayó ante el eje formado por Emmanuel Macron y Angela Merkel, que se han quedado con el BCE y la Comisión Europea nombrando a Christine Lagarde y Ursula von der Leyen.

¿Hasta dónde llegará el deslizamiento pragmático hacia la familia socialdemócrata de Tsipras? De momento, Syriza ha rechazado pasarse del GUE (Izquierda Unitaria) al grupo de los socialdemócratas del Parlamento Europeo. “No es verdad que se vayan a marchar, seguirán en el GUE [Syriza ha revalidado una vicepresidencia de la Eurocámara en representación del GUE] y en el Partido de la Izquierda Europea”.

Si Tsipras no queda primero el domingo, difícilmente podrá formar gobierno por el bonus de 50 escaños que se concede al partido vencedor. Y si no forma gobierno, los socialdemócratas perderán un aliado en el Consejo Europeo en favor de los populares, que sumarían un noveno gobierno de las filas del Partido Popular Europeo (PPE), liderado por Kyriakos Mitsotakis y su partido, Nueva Democracia, que llega a las urnas encabezando las encuestas.

Mitsotakis, de 51 años, es hijo del exprimer ministro Konstantinos Mitsotakis, hermano de la que fue primera mujer alcalde de Atenas, Dora Bakoyannis, y tío del actual alcalde de la capital, Kostas Bakoyannis. Y sus promesas pasan por una reducción considerable de la mayoría de impuestos para impulsar un modelo neoliberal que sufrirían los servicios públicos en fase de reconstrucción. Es decir, la reforma de la política fiscal, recortes en el gasto público y las ayudas sociales, y el refuerzo de la seguridad.

Tsipras sigue sin vestir corbata. Ahora falta por saber si quien triunfó hace cuatro años presentándose como antagonista, conserva el poder que ha ejercido como un pragmático. Si la realpolitik, la política más allá de grandes aspiraciones ideológicas como acuñó el canciller Bismarck en el siglo XIX, se cobra una nueva pieza.

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