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Adiós amigos

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En los últimos siete meses he perdido a tres amigos. Tres buenas personas. Del primero conocí su defunción cinco días más tarde. Como no soporto las felicitaciones navideñas por WhatsApp, no abrí casi ninguno de los que recibí. Cuando el 28 de diciembre en la estación Delicias de Zaragoza, mientras esperaba el autobús para regresar a Logroño, se me ocurrió abrir esos mensajes supe que el primero de estos tres amigos había fallecido. Durante el viaje repasé algunas escenas de la vida compartida. De su pasión por conseguir que su pueblo abandonado tuviese una carretera que facilitase el acceso a los lugareños, cuando querían ir a sus casas, al cementerio, o a cualquier término del municipio casi abandonado. Eran tiempos sin internet y él iba a las redacciones de los periódicos y a las emisoras de radio a dejar notas de prensa con las reivindicaciones de la asociación que unos pocos más habían creado. Me tocó hacerle alguna entrevista. Frías mis preguntas, apasionadas sus respuestas. También por mi trabajo, supe que estaba afiliado a un partido político y le escuché en una intervención que hizo en un congreso de la organización en la que militaba. Era pura pasión.

Acabamos siendo amigos porque teníamos amistades comunes. Íbamos al monte, a la calle Laurel, al cine, a su pueblo.Fueron años estupendos.

Después vinieron los malos momentos,el envejecimiento de nuestras padres, sus enfermedades y las nuestras. La suya fue dura. Nos la contó un día de mi cumpleaños. Se recuperó y volvimos a compartir buenos momentos gracias a la generosidad de una pareja amiga que nos reunía en la terraza de su casa. Seguíamos disfrutando juntos y nos reíamos de cualquier cosa. La pandemia nos aisló. Nos castigó. No volvimos a ser los mismos.

El segundo hombre bueno al que no volveré a ver se fue repente. Todavía no ha hecho un mes. Era despistado, torpe, sencillo y humilde. Siempre estaba dispuesto a ayudar aunque a veces le decíamos: “tú no, que se te va a caer y lo vas a romper”. Podía salir de casa con la chaqueta del revés y no darse cuenta hasta que alguno de nosotros se lo hacíamos ver. Si alguien bailaba mal en las fiestas de los pueblos y no tenía el más mínimo sentido del ritmo, ese era él. Un hombre fiel a sus ideas que defendía sin levantar la voz. Tuvo una hija y la ha querido hasta la infinidad.

Se hubiera vuelto loco de contento, si hubiera podido conocer a los mellizos que nacerán dentro de pocos meses.

Los últimos años fueron complicados. Se le veía perdido, lento, hablaba poco, pero se alegraba con la boda de su hija, con lo trabajadora que es, con lo guapa que es. Sus frases escasas, las construía para hablar de su niña que ya es una mujer. Una futura mamá.

Y el tercer amigo al que he perdido, se despidió de su familia uno a uno, hace diez días. Tenía una mente racional y analítica, pero a la hora de dar a conocer qué pensaba acerca de temas políticos, sociales, económicos se transformaba. Derrochaba energía y lucidez. Hace años, me lo encontré en la calle y le pregunté si sabía de algún electricista que pudiera ir a mi casa para colgar una lámpara. Me dijo que él, (no era electricista, pero sí manitas) y aquella misma tarde la colocó. Lo conocí hace muchos años, porque es hermano de un amigo, pero lo descubrí más tarde por mi trabajo en la radio y lo frecuenté en los últimos tiempos porque coincidíamos en los paseos que dábamos durante la pandemia a las horas en las que se nos permitía. Descubrimos que nos gustaba caminar por los mismos sitios y en aquellos recorridos hablábamos de todo. De lo divino y lo humano que se suele decir. Terminado el confinamiento pudimos continuar esta desinteresada relación, hasta el punto de que en los últimos días le visité una par de veces en el hospital. Estaba cansado, decía que no tenía fuerzas ni para leer, pero sí para hablar de la situación política de este país.

De la indignidad de personajes como Ábalos, Koldo y Cerdán. Al deleznable caso Montoro, mi amigo no llegó.

He llegado hasta aquí porque tenía/tengo una deuda personal con estas tres personas y porque estoy segura que los tres denunciarían, cada cual a su modo y en su estilo, la abominable corrupción política que nos está aplastando, el atropello a los derechos humanos que representa, el que algunas comunidades autónomas, La Rioja, sin ir más lejos, se nieguen a dar la atención que merecen un reducido número de menores extranjeros que viven hacinados en las islas Canarias.

También estoy convencida de que en este país hay muchos hombres y mujeres buenos que al igual que hubieran hecho mis amigos, harán todo lo que esté en sus manos para no permitir una vuelta al pasado. Porque como ya escribió Nietzsche: «Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado». Adiós amigos.

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