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El joven Picasso en Madrid: de aprendiz en El Prado a promotor de una revista hecha por bohemios, anarquistas y escritores del 98

Imagen de Picasso de joven

Luis de la Cruz

11 de diciembre de 2022 01:01 h

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A punto de entrar en el año en el que se conmemorará el cincuenta aniversario de la muerte de Pablo Ruiz Picasso, con el aperitivo en marcha de una exposición inmersiva (Imagine Picasso, en Ifema) y un congreso internacional sobre su figura recién celebrado en el Reina Sofía, cabe preguntarse desde este rincón virtual dedicado a Madrid cuál es la relación del genio cubista con la ciudad que alberga su Guernica. La bibliografía sobre Picasso es inmensa, pero las páginas sobre su temprana experiencia madrileña y su relación con la generación del 98 o la bohemia madrileña son escasas. Picasso es malagueño, parisino e incluso barcelonés. Pero el joven Picasso fue también un pelín madrileño.

El primer Madrid de Pablo Picasso es el de sus estancias breves entre 1895 y 1897. Aquel Picasso niño llega al centro de la ciudad con su familia en 1895, camino de Málaga, y hace lo que haría cualquier turista: ver el cambio de guardia del Palacio Real o ver el Madrid más monumental. Pero Picasso es ya pintor y corre también al Museo del Prado, donde le da tiempo a hacer algunos apuntes del bufón de Velázquez.

En 1897, ya con dieciséis años, regresará a la ciudad para matricularse en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y ser discípulo de Muñoz Degrain, amigo de su padre. El Picasso adolescente ensancha un poco su Madrid: acude a pintar al Retiro, vuelve al Prado para copiar a Goya y a Velázquez, a las sesiones de desnudos del natural del Círculo de Bellas Artes…y empieza a barruntar que el clasicismo académico no le llena, dejando algunas clases y empezando a frecuentar las tertulias de los cafés de Numancia o del Prado. Picasso tenía la cabeza puesta ya en París, que conocería en 1900.

En su estancia como estudiante entre los años 97 y 98 vivió en una pensión en la calle San Pedro Martir, junto a Tirso de Molina (entonces Plaza del Progreso). Allí conoció el Madrid más popular por primera vez y quedó fascinado con El Rastro. En 1898, el joven Pablo enfermó de escarlatina. Su madre y su hermana Lola vinieron a cuidarle, lo que le salvó de ser internado en un hospital para infecciosos, que en aquellos años era comprar muchos boletos para no volver a salir. Sin embargo, se recuperó pronto y pudo asistir con su hermana a la verbena de San Antonio de la Florida. Contaba que quedó fascinado al entrar en la ermita y ver los frescos del pintor maño.

Pero la aventura más reseñable de Pablo Picasso en Madrid, siendo ya un adulto incipiente, fue la fundación de la revista Arte Joven entre enero y mayo de 1901. En aquel Madrid, Picasso conocía al joven literato Francisco de Asís Soler, viejo conocido de su paso por Barcelona, con quien ya había tramado aventuras editoriales modernistas en la taberna Els Quatre Gats. Picasso venía de haber conocido por primera vez París y empezó a frecuentar la tertulia del Café de Madrid. De la nómina de tertulianos del lugar nació la de colaboradores de la revista: el poeta Alberto Lozano, el humorista Camilo Bargiela, el poeta y dramaturgo Ramón de Godoy, Silverio Lanza o el escritor Bernardo González de Candamo. Además, los más conocidos Pío y Ricardo Baroja, Azorín o Miguel de Unamuno (aunque no parece que con don Miguel tuviera una relación personal).

Francisco de Asís Soler había llegado a la ciudad para vender un peculiar invento de su empresa familiar: el Cinturón Eléctrico Galvani, que afirmaban curaba prácticamente todo, incluidas la impotencia y la vejez. El cinturón se anunciaba en Arte Joven y de su venta salía el dinero para sacar la publicación a la calle.

La redacción de la revista estaba en una especie de granero que Picasso alquiló como estudio en la calle Zurbano, donde se trasladó tras el paso efímero por una pensión de la calle Caballero de Gracia. El pintor se responsabilizaba de la parte artística, mientas que el joven de editor de la literaria y la comercial. El primero de los cuatro números que salieron vio la luz en marzo de 1901 con un precio de 5 céntimos. En el debut se podía encontrar una colaboración de Santiago Rusiñol –entre otros– e ilustraciones de Picasso.

Los dibujos de esta etapa madrileña de Picasso –más de un centenar de oleos, pasteles y las ilustraciones de la revista– remiten a la noche y a la bohemia del Madrid antiguo, a las zonas de Atocha, Lavapiés o Caballero de Gracia, donde vivía su amigo Soler. En estos escenarios podríamos situar un dibujo de la época donde se vislumbra una puerta de lo que podría ser un burdel con el número 69, por ejemplo.

Durante 1901 Picasso asistió al debut de la Bella Chelito –de la que luego coleccionaría postales– en el París-Salón, un local de género ínfimo situado en la calle de la Montera. De estos años, contaba Ricardo Baroja que Picasso “se dedicaba a pintar de memoria figuras de mujeres de aire parisiense, con la boca redonda y roja como una oblea”. Un ejemplo de esto que contaba el hermano del célere escritor es su cuadro Mujer en azul, pintado durante esta etapa y que aúna sus influencias del momento con la mujer burguesa y noctámbula, que prefiguran los tonos de su época azul.

El contacto con la bohemia y el anarquismo está prendido al ambiente literario del Madrid del momento. En Arte Joven, Azorín (que aún no se hacía llamar así) publicó el texto La Vida, que hablaba de abolir las leyes y boicotear las elecciones. También se publicitaba en la publicación un catálogo de libros ácratas.

El último número de Arte Joven salió en julio de 1901. El dinero no dio para más y su etapa madrileña tampoco. Pronto, en 1904, viajará de nuevo a París, el vórtice donde se arremolinaban todos los aires bohemios que había atravesado en sus estancias catalana y madrileña.

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