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El lector es el oxígeno donde arde la literatura“

El escritor Luis Rodríguez

Paco Paños

Luis Rodríguez nació en Cosio (Cantabria) en 1958. Actualmente vive en Benicássim (Castellón). Es autor de cinco novelas, cinco “artefactos” literarios que ningún lector debería perderse. De él se ha dicho: “Luis Rodríguez tiene estilo, respira estilo, es estilo” (Ricardo Menéndez Salmón). “Luis Rodríguez es una exquisita rareza que no se parece escribiendo a nadie, ni siguiera a sí mismo.” (Vicente Luis Mora). “Luis Rodríguez es alguien, ahora lo sé, que huele a literatura, rezuma literatura, es LITERATURA.” (Un servidor, en Facebook.) También se ha dicho: “Es el secreto mejor guardado de la literatura española.”

El motivo de esta entrevista/conversación es la reciente publicación de su última novela, 8.38, en la editorial Candaya, que se presentará este viernes 12, a las 19:30h., en la librería Colette Letras y Tragos (C/ Cánovas del Castillo, Murcia).

P.P.G.- Si te parece Luis, empezamos por tu último libro recientemente publicado por la Editorial Candaya. Bueno he dicho ‘empezamos’ pero mucho me temo que después continuaremos y que seguramente terminaremos esta conversación hablando de 8.38, porque este libro es literatura en su título y en cada una de sus páginas .

Introdúcenos, pues, en el mundo de 8.38.

L.R.- Sí, Paco, desde luego es literatura en su título, y ojalá que no se quede ahí y colonice alguna que otra página. 8.38 es la hora a la que murió Dostoyevski, y la que señala el reloj del salón de su casa museo en San Petersburgo. A esa hora, escribió un periodista, se detuvo la literatura. Cuando lo leí, reciente la lectura de Los demonios, no me pareció una exageración. Utilicé ese título por eso, porque me gustaría que aprovecháramos ese momento, con la literatura detenida, para hablar de ella.

8.38 es una reflexión sobre la literatura encubierta en la biografía de un escritor llamado Luis Rodríguez que fue incapaz de escribir una novela bloqueado por las potencias de la literatura, aquello por lo que escribía.

P.P.G.- Me parece muy interesante ese concepto de “literatura detenida” con el que quieres abrir un paréntesis para la reflexión, precisamente, sobre literatura y en el que quieres involucrar también al lector. Este libro (en realidad todos los tuyos) está lleno de trampas, “disparates” les llamas en algún momento, sobre los que Pablo, el personaje de 8.38 que escribe sobre Luis Rodríguez, pregunta: “¿Minas anti buenos lectores?” a lo que aquel escritor “bloqueado por las potencias de la literatura” responde: “...la intención es que llegue al final de la novela un lector concreto, el lector que yo quiero ser.”

¿Qué papel le das al lector en tus libros? ¿Qué lector quieres ser?

L.R.- La idea de la novela como una probeta donde voy echando trampas con la intención de aislar al lector ideal es una pequeña provocación. Soy consciente de que no se lo pongo fácil al lector, pero no hay intención ni, desde luego, asomo de maldad. Lo siento.

El lector es fundamental. Sin él no hay texto. Una frase, antes de ser leída, es un pensamiento, porque hasta el proceso de escribir lleva implícita una lectura. El lector es el oxígeno donde arde la literatura.

En un libro publicado, su importancia no pierde fuerza. La lectura de una novela solo le concierne al lector. La intención del escritor, si me apuras, no es relevante.

¿Qué lector quiero ser? Hace tiempo que estoy, no te puedes imaginar con qué obsesión, dándole vueltas a ello. Cuando tropiezo con un libro que me entusiasma, siempre, siempre, lo cierro con el remordimiento de que he leído mal todos los anteriores. ¿Qué hago?, me pregunto, ¿esmerarme en los siguientes? No creas que me tranquiliza.

P.P.G.- Sin embargo, en La herida se mueve (Tropo, 2016) escribes “... hurgar en lo más sugestivo de la literatura, beber de la realidad o del mito, tanto da, hincarse de codos, abismarse y, finalmente, ver qué preferimos: la obra como artefacto o detonada.”  Me encantó eso de abismarse en la literatura, y qué atinado, tanto para un escritor, como para un lector.

¿Cómo prefiere Luis Rodríguez, escritor, la obra: como artefacto o detonada? ¿Coincide esa preferencia con la de Luis Rodríguez, lector?

L.R.- Te lo agradezco. Es que la literatura debe colocarnos ante un abismo, no necesariamente en un sentido peligroso (aunque si ocurre no vamos a despreciarlo). La literatura que no llega al estómago, mejor dicho, si nuestro estómago no es consciente de que estamos leyendo es muy probable que ese libro se pierda en la memoria.

Artefacto es un sustantivo que me gusta, es una máquina, un objeto construido para un fin; sin intención no es un artefacto. Viene bien aquí. La potencialidad del artefacto, del libro cerrado, es extraordinariamente sugestiva. De las consecuencias de su detonación todos los lectores tenemos experiencia.

Como lector, prefiero, sin duda, la obra como artefacto, porque ello me asegura que estaré presente en su detonación. Estaré allí con vocación de víctima. Como escritor me ocurre algo peor, porque no tengo tanto

talento como creo necesario para poder elegir el artefacto, ni la distancia precisa para disfrutar su detonación.

P.P.G.- Como lector yo también prefiero la obra como artefacto, de acuerdo contigo. Por otro lado, creo que, como escritor, todos tus libros demuestran que, con cada uno de ellos, has creado un artefacto. Pero volvamos a 8.38: “El arte, el arte que me interesa es el que desprecia mi mirada, el que aprovecha la distancia invisible (mejor, inmedible) hasta mi cerebro para disolverla.” Y un poco antes: “Si el lector vive lo que narro, ¿qué sentido tiene la novela?”  Tu intención, o eso parece, no es que el lector te comprenda, más bien buscas su sorpresa, no te preocupa su confusión, la provocas, huyes de su complicidad, intentas su atención...

L.R.- La novela trata de un escritor que es incapaz de escribir porque tropieza y cae en su propia exigencia. Aquí se le ocurre que, cuando el novelista dice que alguien ha pasado cuatro días a la intemperie bajo una pertinaz lluvia, estaría muy bien que el lector llevara ese tiempo sufriendo el mismo chaparrón. Pero enseguida se da cuenta de que esa reflexión tan obtusa desarticula toda la literatura: la lectura de Robinson Crusoe estaría restringida a un muy selecto y reducido número de lectores; y no digamos la narración de una muerte por un disparo al corazón o la lectura de Hamlet en la escena en que muere su padre cuando vierten veneno en su oído.

Este recorrido sirve para reflexionar sobre la distancia desde el pensamiento del escritor a la asimilación del lector atravesando los párrafos, y su nitidez.

P.P.G.- La novela, de hecho, está llena de dudas, de preguntas, de reflexiones, de elementos literarios que distraen a ese escritor y que le impiden escribir la novela. En los diálogos que mantiene con Pablo, constantemente pone ejemplos tomados del cine (El espejo de Tarkovksi), de la literatura, citando el comienzo de un cuento de Lucia Berlín, o a Nabokov en 'Ada o el ardor', a Borges y su 'Pierre Menard, autor del Quijote'…y de cómo en esa película o esos libros ve algunas salidas, a la vez que le generan más preguntas. Sin duda es un lector atento, pero el escritor se resiente y paraliza. ¿Para un escritor, para Luis Rodríguez, es más difícil escribir cuanto más lee?

L.R.- Me conviene pensar que hay un equilibrio, una sospechosa compensación entre lo que voy asimilando de los autores que admiro y me interesan, mi osadía, y la experiencia que voy adquiriendo. Sobre esto hay varios tópicos muy extendidos: que la experiencia adquirida en la escritura de una novela no sirve para la siguiente; que primero hay que aprender, absorberlo todo y, momentos antes de comenzar, desaprenderlo; que uno se convierte realmente en escritor cuando encuentra su propio estilo… Todos ellos, me parece a mí, son simplificaciones. Aportan poco.

P.P.G.- “Los autores que admiro y me interesan”. Me recuerda algo que me fascinó en Novienvre (que yo leí en la edición de Tropo de 2015) (Por cierto, no quiero repetir lo que tantas veces se habrá dicho, pero cómo me evocó al ‘Stoner’ de Williams). En el capítulo 3, el que debe contar el paso de la infancia y la adolescencia a una vida adulta, te limitas a nombrar el título de 15 libros, a Unamuno y a Mafalda. ¡Qué maravilla! Es un ejercicio literario de síntesis de una enorme brillantez y profundidad. Para mí es el capítulo más largo que has escrito y a la vez el más condensado.

L.R.- La evocación de Stoner es un cumplido que no merezco y del que casi me avergüenza hablar. Sin embargo, me llama mucho la atención porque, independientemente de las calidades (sin comentarios) yo creo que hay una diferencia sustancial entre Stoner y mi personaje: Stoner, si no recuerdo mal, es un tipo que se deja llevar, que vive y que es muy buen tipo, pero solo alza la mano dos veces en su vida para decir “no”. De todos modos, te lo agradezco; como que destaques el capítulo 3 de Novienvre: es exactamente eso.

 En la novela, necesitaba dotar al protagonista de una infancia poderosa (con poderosa quiero decir consistente), así que eché mano de la mía, con lente de escritor, claro, pero en lo esencial la mía. Enseguida me pareció que, para lo que quería contar en el resto de la novela, aquello no era suficiente. Escribí el capítulo, veinte o treinta páginas, no recuerdo bien, pero no funcionaba. La novela crujía y se me rompía. Hasta que tropecé con el capítulo tal y como lo has leído y suprimí lo escrito. Es el paso de la adolescencia a la vida adulta, y es también, como lo fue para don Quijote, un acelerante.

P.P.G.- Me gustaría hablar del comienzo de tus libros: “Tropezar con un adverbio no te cambia la vida” (La herida se mueve), “Meo. Comienzas mi historia” (La soledad del cometa. KRK, 2009), “El principio es un recuerdo sin imágenes, una noción” (Novienvre), “En el año 25, no en 1925, no; en el año 25 el abuelo de José Ángel dijo que había visto el ave fénix” (El retablo de NO. Tropo 2017). Si alguien me preguntara ¿qué me aconsejas que lea primero de Luis Rodríguez? le diría: Los comienzos de sus libros, verás como sigues leyendo.

¿Qué importancia le das a las primeras frases de tus libros?

L.R.- Mucha. El comienzo de 8.38 alude a un párrafo suprimido, reescrito y finalmente vuelto a eliminar. Así fue. El espíritu de esta novela exigía que me revelara contra la tiranía de la primera frase, algo de lo que fui incapaz en las anteriores. De hecho, seguido escribo que siempre, el comienzo, la primera frase, aparecía sola, inconfundible.

Ocurrió con las cuatro anteriores. Le di vueltas, mareé la idea e intención de cada una de las novelas, pero hasta que no surgió esa primera frase, reconocible (porque una primera frase es claramente una primera frase), no las comencé. Siempre así, la escribí, la modifiqué, la suprimí varias veces, la puse una más.

Como lector, por fortuna, no soy tan paranoico.

P.P.G.- “La literatura, lo que más amaba en el mundo, se ensañaba conmigo. Me había matado.” Para mí, 8.38 es una novela redonda, un auténtico 'artefacto' en el sentido que antes comentábamos. Se justifica y defiende por sí misma. Pero leyendo frases como la que inicia esta pregunta y otras muchas del libro, tengo la impresión de que, después de 4 novelas publicadas, necesitabas abrir un paréntesis, airear tus conflictos con la literatura para no ser anulado por ella. ¿Lo que planteas en la novela es solo argumento o te toca personalmente?

L.R.- Así es. De ahí la evocación del título. Durante la escritura de las anteriores novelas, y entre ellas, no paraba de darle vueltas a eso que tú llamas tan bien conflictos. Porque yo creo que es exactamente eso. Y me conviene seguir con tu reflexión porque me parece muy atinado lo de airearlos.

8.38 es una reflexión sobre la literatura, sobre los recursos de los que me valgo para escribir, y la distancia, dolorosa, entre lo que quiero escribir y lo que escribo.

8.38 es la constatación de un fracaso. La incapacidad del personaje Luis Rodríguez para escribir una novela, que en la novela alcanza y arrolla a Pablo, me pone en evidencia como escritor. Pero es una frustración estimulante.

En la página 90 del libro reproduzco un párrafo de Don DeLillo que describe, como yo no lo he leído nunca, mi posición con respecto al conflicto con la literatura:

“Al término de cada frase aguarda una verdad, y el escritor sabe reconocerla cuando por fin la alcanza. En un determinado nivel, esa verdad constituye el ritmo de la frase, su cadencia y su equilibrio, pero a un nivel más profundo representa la integridad del escritor enfrentado al lenguaje. Yo siempre me he visto a mí mismo en las frases. A medida que elaboro una frase, comienzo a reconocerme, palabra por palabra. El lenguaje de mis libros me ha modelado como hombre. Una frase que nos sale bien está dotada de fuerza moral. Revela la voluntad de vivir del escritor. Cuanto más profundamente me sumerjo en el proceso de lograr la perfección de las sílabas y el ritmo de una frase, más aprendo de mí mismo. He trabajado mucho y muy duramente en las frases de este libro, pero no lo bastante, dado que no me veo a mí mismo en su lenguaje.”

P.P.G.- Tu estilo es ágil, rápido, vertiginoso a veces. Frases cortas muy elaboradas, con un vocabulario ajustado, preciso. Utilizas indistintamente las tres voces narrativas, las alternas en la misma novela… Todo esto, ya de por sí, demuestra un marcado estilo personal. Pero creo que donde encuentras tu voz más propia, eso que hace a tu estilo único, es la forma de narrar; no lineal, cambiante, aparentemente desordenada, caótica; esa mezcla de historias paralelas, ensoñaciones, esos quiebros, la utilización de la metaliteratura incrustada en la narración… Y esas frases, esas frases tan literarias y poderosas, que saltan al rostro del lector y se le agarran por tanto que contienen.

Cuéntanos algo sobre todo esto, de ese esfuerzo por alcanzar tu voz.

L.R.- Cuando Flaubert leyó a sus amigos una primera versión de La tentación de San Antonio, estos le dijeron que la obra era muy mala, que la echara al fuego. Le recomendaron que buscara un tema donde el lirismo resultara tan ridículo que le obligara a controlarse. Hazlo sobre algún asunto banal, insistieron.

Por la noche, Flaubert escribió que admitía los defectos señalados por sus amigos, pero lo grave era que era consciente de que esos defectos estaban en su naturaleza. Flaubert se dispuso a escribir Madame Bovary.

Sumergido en la novela, en 1853 escribió a su amiga Louise Colet: “Este libro, calculado y con argucias de estilo, no es de mi sangre, no lo llevo en las entrañas, siento que es una cosa deliberada, artificial. Los grandes giros, los anchos y plenos periodos fluyendo como las aguas de un río, la multiplicidad de metáforas, los destellos de estilo, en fin, todo lo que me gusta no estará.”

La voz, en una novela, es fundamental, y, aunque parezca raro, cuando uno escribe, si tiene la impresión de que le está fluyendo con facilidad, lo mejor que puede hacer es romperlo y volver a comenzar. La facilidad es sospechosa. En 8.38, el protagonista dice que tiene dos principios para la novela que quiere escribir: uno, consecuente, sitúa al guardia civil mirando al monte, ya inquieto porque se le ha apoderado un sentimiento que considera innoble. El segundo, el que me pedía el cuerpo, era totalmente extraño al cauce por donde debía transcurrir la novela. Alguien escribe un libro, lo cierra y lo guarda en una cómoda. Nadie, generación tras generación, abre el libro, nadie abre la cómoda, ni entra en la habitación, ni en la casa; así, ensanchándose hasta que el pueblo donde se encuentra la habitación con la cómoda que contiene el libro desaparece. Es una imagen del olvido. La idea pasó por mi mente como una exhalación. No se debe poner en la novela, es ajena a ella, sin embargo…yo me veo más en esa figuración que en el comienzo ortodoxo.

Todo lo que yo escribo tiene que ver con el conflicto entre lo que me lleva a escribir, lo que me interesa, y la pequeñísima parte que sobrevive.

P.P.G.- Me gustaría, para finalizar esta conversación, que abordásemos los temas que tratas en tus novelas. En 8.38 la literatura es el eje vertebrador y ya lo hemos revisado, pero también aparecen temas que ya tocabas en otros libros: Los maquis que se echan al monte y el Brigada de la Guardia Civil que los persigue, el cambio radical de vida de muchos de tus personajes, casi siempre sin razón aparente o por una sencilla señal “Tu señal fue un coito, un coito ajeno.” Y el suicidio. Siempre presente en tus novelas. “Así te suicidas, sin querer”. Hay otros, pero me gustaría que nos explicases algo sobre estos dos últimos. En ambos casos hay una ruptura: con una vida anterior para caer en otra, con la vida para caer en la nada.

L.R.- Acostumbraba a decir que todos mis libros andaban a vueltas con la identidad, pero en este último, efectivamente, el objeto es la literatura. Y tienes razón, porque incluso en este, donde sí, la literatura es su espina dorsal, aparecen, como una letanía que recorre todos mis libros, el suicidio y los maquis.

Como escribió Camus en el ya mítico comienzo de El mito de Sísifo, “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. Suicidarse es, de largo, la decisión más importante que puede tomar un ser humano; más que matar, o procrear. Creo que el suicidio es inseparable de la literatura como yo la entiendo, como intención y como consecuencia; especular, negarlo, sublimarlo, es un ejercicio de libertad extrema y, todo lo contrario, cargado del máximo coraje o de extrema debilidad. Todo eso y, si es ambiciosa, con la misma intensidad, es la literatura.

El maquis, los que se echaron al monte, expresión que se dice en Cantabria, me son muy afines. Encarnan, con toda la distancia y desde el respeto, la que yo creo que es mi posición en el mundo. Si le preguntas a cualquiera que me conozca, es probable que te diga que soy un tipo risueño, que se ríe un montón, que se lo pasa bien. Soy, soy ese…y un emboscado.

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