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No tenemos miedo, tenemos calor. La Argentina que Dios quiere, revisitada

La Mar Chiquita (Córdoba, Argentina)

Lola Rontano

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Este mediodía de finales de verano está muy pesado: venimos transpirando bulucas, como dice Mama Teresa.

-¿Qué son las bulucas, Mama Teresa?

-Son las bolitas amarillas del paraíso.

-¿Allá cómo lo dicen? –me pregunta Vega.

-Sudar la gota gorda.

-¡Qué topísimo!

Nos reímos. Edu maneja de nuevo. Las demás venimos dormitando, comparando expresiones soeces argentinas y españolas, la política de Macri y la peronista. Estamos de regreso de Ansenuza, la Mar Chiquita, a dos horas y media de la Docta: nuestra última salida antes del confinamiento que nos espera a causa de la nueva peste que ha venido a sumarse al dengue.

-Entramos por la barriada roja –avisa Edu al salir de la circunvalación.

Un poco antes, nos hemos cruzado a unos adolescentes que conducían un carro tirado por un caballo, dos sentados en el pescante, el otro de pie, en equilibrio, entre los cartones. Vega se vuelve y me pide que deje el bolso en el suelo.

-¿Qué es la barriada roja? –pregunto.

-La ciudad tiene sus zonas. El barrio de Yapeyú creo que es zona roja –explica Edu.

-Es zona roja claramente –dice Vega.

-¿Qué significan esos colores? ¿Cuarentena? –bromeo-. En China los rojos son los infectados.

-Explicale a Amanda por qué Yapeyú es zona roja.

Edu se sonríe.

-Hay cuatro zonas en la ciudad.

-No, decile lo del tiroteo con el delivery.

Vega se echa a reír.

-Pero la vais a asustar, chicos –dice Mama Teresa sin mucha convicción-. Mejor no le cuenten.

-No, ahora me lo contáis todo.

-Hay cuatro zonas –explica Vega-. Nosotros vivimos en la zona roja.

-No –rectifica Edu-, nuestro barrio ahora es zona naranja. Esta barriada donde entramos es roja.

-Y las villas son rojo chillón –comenta Mama Teresa.

Entramos en un barrio de casas pequeñas y bajas. Son las tres de la tarde y el sol cae a plomo, apenas se ve gente por las calles, unos caminos de tierra paralelos al arcén. Yo me conozco el lugar, cuando Vega me recogió del aeropuerto, echó por aquí. Estamos a unas veinte cuadras de su casa.

-Está la zona verde, en el centro, un lugar pacífico –continúa Vega-, en principio. Ahí se lleva el reparto sin problemas. Y luego está la amarilla, donde los del servicio de delivery tienen que andar con precaución. La naranja es la previa a la roja.

Me fijo en las viviendas, hay casas decrépitas, con la fachada sin terminar, casi todas con tejados de aluminio y mucho desorden entre ellas, pero también asoman casitas pintadas con esmero en colores alegres. En una de las calles del fondo, a la sombra, se ve a una pareja tomando mate sobre unas reposeras.

-¿Y lo del tiroteo? –insisto yo.

Otra vez se ríen Vega y Edu.

-Mi hermano y yo estábamos solos en casa y se nos dio por pedir unos lomitos a Betto.

-No fue Betto, fue helado –la interrumpe Edu-, lo pedimos a Casserato.

-Bueno, no importa… Total que al repartidor lo tirotean en nuestra puerta –otra vez se echan a reír.

Mama Teresa escucha impasible, sin sacar la vista de las ventanas.

-Pero ¿lo hirieron?, ¿hubo muertos?

-No –siguen contando mitad en broma, los dos hermanos-. Luego vino el encargado a cagarnos a pedos porque pensaba que estábamos compinchados con el ladrón.

-Y menos mal que lo podemos contar y nos podemos reír.

-¿Y hubo heridos?

-La puerta cochera –dice Vega.

-Fue un motochorro, ¿no?

-Sí –dice Vega-, pero no, no hubo víctimas –añade dirigiéndose a mi-. Nosotros no le abrimos la puerta, nos asomamos a la ventana para recibirlo, cuando pasó el motochorro y empezó a disparar, nos agachamos. Una de las balas se incrustó en la puerta.

-Y ¿entonces?

-Le sacaron la plata y la moto.

-¿Qué dinero podría llevar encima el pibe? –interviene Mama Teresa indignada-. Esos mamertos se la agarran con cualquiera. No se salva ninguno.

-Y a raíz de aquello nuestra calle se convirtió en zona roja –concluye Vega- y no hay reparto.

-¿Y no hay barrios rosas o fucsias, o lilas? Estaría bien incluir la gama entera, ya puestos.

-Esos podría ser Güemes y General Paz –responde Vega-, los barrios de la gentrificación cordobesa.

-¿Y de qué color serían los countries?

-La verdad, no sé qué color darles. Pero el verde desde luego que no. Fortín del Pozo, Las Delicias, Valle Escondido, Lomas de la Carolina… Son barrios cerrados con guardia privada que se construyen urbanizando espacios naturales.

-En Buenos Aires ocurre exactamente igual –comenta Edu.

-¿Es eso el progreso? ¿La separación de clases?

-No lo sé. La gente pudiente se va a vivir en guetos y no pisan la ciudad más que para ir a trabajar, viven aislados y nada más se relacionan con la gente de su estatus. ¿En España no sucede lo mismo?

-Claro, con las urbanizaciones.

A punto de llegar a un semáforo, Vega y Mama Teresa le advierten al Edu que no pare.

-En ese mismo semáforo encañonaron a Mariano –explica Vega-. Falta saber si no sería con una pistola de juguete. Hace años que vive en un country, por cierto.

Mientras habla Vega pasamos como una exhalación frente a un solitario edificio de viviendas sociales, un complejo curvo, pintado de color marrón chocolate, donde han hecho una pintada de talla XXL: “Frente a las drogas no estás solo. Firmado por los Adventistas del séptimo día”. Alguien ha tachado “las drogas” y ha puesto encima “el coronavirus”.

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