Ya nos lo advirtió Umberto Eco, cuando dijo que el progreso no consiste necesariamente en ir hacia delante a toda costa. Me he vuelto a cuestionar estos días si, de verdad, alguien se creyó alguna vez que eso que se daba en llamar ‘periodismo ciudadano’ iba a cuajar en un país donde tanto han proliferado, de manera ancestral, las porteras y las corralas. Basta comprobar lo ocurrido esta última semana con el accidente mortal de un piloto militar, que tripulaba un aparato C-101, monomotor y subsónico -cuántas imprecisiones técnicas se han dicho y escrito estos días-, en una playa de La Manga del Mar Menor. Vayamos por partes.
El pasado lunes, un avión de instrucción realizaba ejercicios acrobáticos, en un día gris y nuboso, sobre el mar Mediterráneo. Eran las nueve y media de la mañana. Hasta la playa ya habían acudido los bañistas más madrugadores, a pesar de no ser un día óptimo para tomar el sol. Varios de ellos comenzaron a grabar con sus teléfonos móviles las piruetas de la aeronave, que muchos identifican con las que se utilizan en la cercana Academia General del Aire, de San Javier, para llevar a cabo ese tipo de vuelos.
De repente, el aparato efectúa una extraña maniobra que no se corresponde exactamente con un pretendido ‘looping’ e impacta violentamente contra el agua, dando un tremendo golpetazo con la panza que se oye con estruendo desde la orilla. Los que observan la escena no dan crédito a lo que están viendo. Pronto esos vídeos se suben a las redes sociales. Se hace patente el dicho, tantas veces repetido, de que una imagen vale más que mil palabras: resulta impresionante el impacto del avión con el mar y la enorme humareda que genera al estrellarse. Aunque no se percibe que el piloto -o los dos pilotos, como se apuntó en un primer momento, incluso desde fuentes oficiales- saltara del aparato. Con todo, se habla de una posible eyección, maniobra que no se logra distinguir en cuantas grabaciones domésticas comienzan a circular por las redes.
Se monta un operativo por mar y aire, con varias embarcaciones y un helicóptero. Pasan las horas y ni rastro del que ya se sabe que era el único ocupante de la aeronave. En ese intervalo de tiempo, entre las 10 de la mañana en que comienza a propagarse la noticia y pasado el mediodía, en que se localizan los primeros restos humanos, que de inmediato son cubiertos con mantas térmicas en la orilla de la playa de Levante, la vorágine de bulos y noticias falsas en la red es más que lacerante. Tras los vídeos virales, que en efecto tienen el valor de ser el único testimonio gráfico de lo acontecido, comienzan las especulaciones de personas que dicen haber visto algo o que hablan de lo que les han contado. Algunos medios informativos caen en la trampa y dan crédito en sus cuentas de Twitter a lo que eructan determinados desaprensivos. Se llega a difundir, creando una falsa y cruel esperanza en cuantos allegados lo leyeran, que una lancha ha recogido al piloto del agua y que lo ha trasladado en una ambulancia a un hospital. La presencia de la policía científica en la zona, sobre la una de la tarde, corrobora que lo que hay bajo las mantas son restos humanos, aunque habrá que comprobar con posterioridad, a través de la analítica correspondiente, si pertenecen al piloto accidentado.
La cobertura de determinados sucesos y, en especial, las catástrofes y accidentes con pérdida de vidas humanas de por medio, nos debería conducir a una profunda reflexión. A todos; periodistas, por supuesto, pero también a la sociedad, en general. Una de estas reflexiones nos lleva a la extrema necesidad de encauzar las informaciones oficiales a través de canales seguros y fiables, alejados de posibles intoxicaciones, que no solo lleguen a la propia ciudadanía, claro está, sino, fundamentalmente y para evitar posibles tergiversaciones, a los medios que precisan información constante para nutrir sus espacios ante la demanda voraz de lectores, oyentes o espectadores en situaciones tan críticas como estas.
En mi cuenta de Facebook colgué el mismo día del trágico accidente un comentario, a modo de reflexión personal, luego de pasar la mañana en la propia playa cubriendo esa información, que titulé como este artículo, en el que recordaba que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor, algo que sostuvo de por vida Gabriel García Márquez. El empeño obsesivo y enfermizo de algunos medios por ser los que antes den cuenta de ello les conduce a cometer errores imperdonables. En primer lugar, porque el que realmente sabe lo que pasa es el periodista que está en el lugar de los hechos, sobre el terreno, cubriendo la noticia, cuyas observaciones no siempre se tienen en consideración lo suficiente, aun siendo testigo directo, ni siquiera por sus propios compañeros de redacción, quienes prefieren permanecer a la espera de que les llegue la versión oficial mediante la hoy ya tan trasnochada y obsoleta nota de prensa.
A mí me ha ocurrido en ocasiones; alguna, no hace mucho tiempo. Y lo que es peor para quienes así suelen actuar: ante lo que ignoro, me lo invento. Y como ahora tenemos al alcance esa tentación perversa que en ocasiones entrañan las redes sociales, en las que cualquiera puede publicar lo que le venga en gana, sin filtro ni tamiz que lo frenen, la imaginación vuela hasta límites insospechados, despreciando el daño que a los más próximos a las víctimas se les puede infligir en momentos tan dolorosos y dramáticos para sus vidas. Tan solo cabe esperar que, de lo ocurrido este lunes en La Manga, haya quien saque consecuencias de cara al futuro.
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